Ya es tiempo…
El Ejecutivo federal controla, implícita y explícitamente, al Congreso de la Unión y a la Suprema Corte de Justicia de la Nación.
Poco a poco el calendario va alcanzando a la vorágine de los tiempos políticos, ciertamente anticipados y muy precipitados e impulsados inicialmente por el presidente Andrés Manuel López Obrador, tal vez a manera de distractor de los temas verdaderamente sustanciales, como son las consecuencias sistémicas que dejó la pandemia por covid-19, la violencia rampante que recorre el país o esa corrupción e impunidad que dijo que ya no existe desde que asumió la Presidencia hace cuatro años.
En este tiempo hemos visto cómo sistemáticamente ha ido mellando el actuar de la vida institucional del país, particularmente en aquellas que teóricamente tendrían que pugnar por la formulación de equilibrios o contrapesos democráticos, ante ese nuevo oficialismo que en 2018 irrumpió como un movimiento civil que desconoce las instituciones y ha ido centralizando el poder.
A partir de esta centralización de los poderes del Estado, en la que vemos cómo el Ejecutivo federal controla, implícita y explícitamente, al Congreso de la Unión y a la Suprema Corte de Justicia de la Nación, que va desde hacerle la tarea al Presidente planteando jurídicamente sus “encuestas”, hasta poner en pausa indefinida acciones de inconstitucionalidad en contra de las Fuerzas Armadas, interpuestas por una Comisión Nacional de los Derechos Humanos que hoy aprueba y justifica en el actuar de sus tareas de seguridad pública.
Dentro de este contexto de autoritarismo, improvisación y pleitesías se encuentra una oposición política desdibujada y, para muchos, inexistente. Finaliza octubre y resulta interesante cómo se han ido acomodando las piezas en el tablero. Después de la ruptura de la alianza de los partidos de oposición, queda la impresión de que se deben desarrollar otras estrategias. Hemos visto la reconfiguración de organizaciones civiles que agrupan opiniones desde la oposición, foros y “destapes” de posibles candidatos para los procesos electorales de 2024.
No obstante, este “resurgir” de una oposición más incluyente, abierta y hasta corporativista, debe tomarse con cautela. El tiempo apremia y estos nuevos esfuerzos de aglutinamiento de una propuesta distinta a la oficialista, debieron haber ocurrido en el momento en que concluyó el proceso presidencial electoral más reciente. Ese ejercicio autocrítico apenas comienza a suceder, tal vez no al ritmo que las exigencias del calendario requieren.
Otra de las realidades que no se han querido o podido atender, a partir de estos proyectos, es la labor social. Una de las grandes enseñanzas de los últimos procesos democráticos es que las campañas se ganan desde la gente y no desde el discurso, ha quedado demostrado que el trabajo con las bases requiere de tiempo, voluntad y, sobre todo, vocación.
Estamos en vísperas de una carrera presidencial que hoy pareciera no serlo. Más allá de alianzas rotas o no, es un momento de definiciones, tanto en lo ideológico como en lo práctico. El tiempo avanza, pero los contrapesos aparentemente no.
