Reflexiones del 8M

Me llena de orgullo ver cómo la ola morada avanza, deconstruyendo prejuicios, sensibilizando desde las nuevas generaciones

El pasado 8 de marzo se conmemoró el Día Internacional de la Mujer, y con ello el acontecimiento de una serie de movilizaciones en todo el país en las que cientos de miles de niñas, jóvenes y mujeres salimos a las calles para congregar el clamor a una voz que exige ese cambio social profundo y urgente, enmarcado por la pluralidad, autonomía y justicia que se nos priva sólo por el hecho de representar al género femenino.

Me llena de orgullo ver cómo la ola morada avanza y crece año con año, deconstruyendo prejuicios, sensibilizando a la sociedad desde las nuevas generaciones, esas que han ido evolucionando a partir del movimiento revolucionario feminista que ha conseguido, por ejemplo, la plenitud de derechos ciudadanos que le permitieron votar y ser votadas a las mujeres hace casi 70 años o, bien, la serie de derechos reproductivos con los que hemos ido recobrando nuestra propia autonomía en décadas recientes.

A pesar de que se han conseguido victorias importantes en diversos rubros, hoy nuestro país atraviesa una auténtica crisis humanitaria en la que nueve mujeres pierden la vida a diario por ser mujeres y una de cada tres sufre algún tipo de violencia en su entorno, ante la incapacidad e inoperancia de un gobierno rebasado, carente de autocrítica y, peor aún, que no está dispuesto a abrir los canales de diálogo eficientes con la sociedad civil organizada, a la que más bien se le estigmatiza e injuria.

Si bien el movimiento feminista ha representado un punto de inflexión en la formulación del México contemporáneo, al punto de que hoy existen medidas que fomentan la paridad de género en el gobierno, sin que ello necesariamente se refleje en políticas públicas con esa visión de género, hoy los más cínicos catalogan dicho movimiento como un ejercicio de oposición, la voz del conservadurismo, de desestabilizadoras, sin verdaderamente admitir su responsabilidad ante la falta de resultados y el reclamo de millones de mujeres que estamos hartas de una vida de violencia asesina y desventajas a las que pretenden nos sigamos conformando.

El mensaje es tan disímbolo que este año, a pesar de los mensajes inhibitorios de las autoridades, días previos a la marcha, las autoridades federales y capitalinas comenzaron a anticipar que había grupos de choque que tenían previsto asistir a las movilizaciones con una serie de artefactos pensados para la violencia y la destrucción de bienes públicos y privados. No obstante, lo que prevaleció fue la voz de decenas de miles de mujeres que se abrieron paso en la Ciudad de México reclamando por aquellas que ya no pueden hacerlo, por las que nos faltan y, más importante aún, por las que vienen pisando fuerte hacia el porvenir, a la sombra de cientos de jacarandas que perfuman y se tiñen con los matices de la lucha.

Más allá de enumerar las agobiantes cifras y temas pendientes que inundan las mesas de análisis en medios de comunicación y viralizan en redes sociales, celebro este esfuerzo como una forma de honrar a las que nos precedieron y alzaron la voz, misma que nos permitirá tirar las vallas de un Palacio Nacional que en lugar de protegernos, nos segrega, y con ello, reinterpretar la historia donde todo lo que hoy exigimos sea una realidad para las que vienen.

No estoy diciendo que sea tarea fácil, más cuando pareciera no haber cabida al optimismo, pero no puedo dejar de admirar con ilusión en la sonrisa de mi hija el motivo para luchar por un futuro prometedor, más seguro y justo a partir del cierre de brechas que hoy se nutren de la ignorancia, el machismo y la misoginia. La consecución de un futuro en el que se marche para verdaderamente felicitar y celebrar la virtud de ser mujer.

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