Las rutas al 2024

Lo del domingo pasado fue un acto de respaldo a la figura del Presidente, bregado desde los ataques a su proyecto y su persona.

Hace unos días fuimos testigos de una de las campañas de Estado más significativas de los últimos tiempos. Concebida desde el recelo, esta marcha conlleva no sólo una carga política importante rumbo al cada vez más inminente proceso electoral de 2024, con toda la parafernalia desprolija, mal organizada e improvisada que caracteriza a esta administración, ésa a la que buena parte del escenario político ha tenido que acoplarse en búsqueda de favores desde lo más alto y ha propiciado un encono ideológico, del que pareciera no haber tregua.

No, más allá de ese aspecto ya predecible vemos un cambio en el paradigma sobre el que se concibe a la política en México. Independientemente de las acusaciones y posibles dispendios al erario, relacionados a este encuentro multitudinario, los cuales necesariamente tienen que ser fiscalizados; una de las principales lecciones es que, en México, la política hoy se hace a pie de calle y no desde una sala de juntas.

Sería un error no reconocer esa tenacidad que coquetea con la necedad, aquella que le ha valido al presidente López Obrador el favor de la mayoría del electorado, el cual, por cierto, hoy lo tiene con una aprobación que ronda  64 por ciento. Lo ocurrido el fin de semana pasado rebosa en simbolismos de todo tipo, sobre cómo se evoca, en principio, la figura de un presidente memorable, uno con el que sigue identificándose la gente, lo del domingo pasado fue un acto de respaldo a la figura de Andrés Manuel López Obrador, bregado desde los ataques a su proyecto y su persona.

Otro de los simbolismos tiene que ver con el final del ciclo sexenal y la ruta que el movimiento encabezado por el Presidente seguirá una vez fuera de Palacio Nacional y el “legado” que quiere dejar. Es desde ese hecho que lo simbólico se torna político, al ver el involucramiento de todos los aspirantes de Morena, no sólo los presidenciales, que cada día aumentan sus actividades públicas ajenas al desarrollo de sus funciones oficiales, sino esa estructura que va de lo local a lo estatal en un intento de “replicar”, de una u otra forma, la capacidad de convocatoria del Presidente y comprobar así que, al final, lo demostrado en las calles se verá reflejado en las urnas.

Lo que vemos después de estas dos semanas es una sociedad politizada y segmentada después de años de un mensaje oficialista enfocado sistemáticamente en dividir. La búsqueda de puntos en común, consensos y negociaciones, se han vuelto en una virtud escasa dentro y fuera de la vida pública nacional.

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