La derrota de Occidente

El conflicto en la región del Donbás es añeja.

Hace apenas unas horas, el presidente ruso Vladimir Putin anunció el inicio de una ofensiva militar hacia territorio ucraniano, tras meses de tensión entre ambas naciones, dejando a su paso decenas de muertos civiles y militares en varias ciudades del país. La justificación, el reconocimiento del gobierno ruso de la autonomía como Repúblicas Autónomas de Donetsk y Lugansk y su necesidad de apoyo militar en contra de Ucrania en su intento de pacificar la región.

El conflicto en esta región del Donbás no es reciente, los esfuerzos separatistas han dejado un estimado de 14 mil muertos desde 2014 y hoy son el escenario, posiblemente, de uno de los enfrentamientos armados más grandes de Europa desde la Segunda Guerra Mundial. El interés de Rusia por esta región estratégica es bien sabido, desde la disponibilidad de recursos minerales, el acceso a la península de Crimea, hasta factores culturales como la elección de Donetsk como sede de la Eurocopa de futbol en 2012, para la cual se realizaron obras de infraestructura importantes para su desarrollo y conectividad.

En ese sentido, vale la pena destacar el vínculo cultural que los habitantes de esa región tienen con Rusia desde la Segunda Guerra Mundial. Las aseveraciones hechas por el presidente Putin respecto a que Ucrania “copia sistemáticamente modelos extranjeros” y que se encuentra “desgarrada entre la historia y la realidad” tienen algo de cierto.

Si bien Ucrania es reconocida internacionalmente como una república democrática independiente y que tiene aspiraciones de inclusión a la órbita occidental, a través de la asimilación de la Unión Europea, aún es un Estado en ciernes geográficos, políticos, económicos y sociales. De hecho, la influencia rusa en la región del Donbás es muy alta, buena parte de esa población habla ruso y se identifica con ideas separatistas o de reincorporación como parte del territorio ruso, incluso Moscú ha emitido pasaportes a familias dentro de estos espacios, por lo que la actividad militar, de acuerdo con el Kremlin, podría justificarse como parte de estos esfuerzos de “garantizar la paz” en la región.

Más allá de entender las causas del conflicto, la intervención armada en Ucrania se traduce en un duro golpe para la diplomacia desde su concepción occidental. Si bien Rusia entra en violación directa con acuerdos del Derecho Internacional, las represalias tomadas desde el resto de la comunidad de naciones, a partir de vetos y sanciones, no representan un costo trascendental para ese país.

Desde hace años, Rusia ha ajustado su presupuesto fiscal lo que le permitiría sobrellevar dichas sanciones, además de contar con reservas petroleras, de gas, minerales y de divisas suficientes para el corto y mediano plazo, aunada a una deuda internacional relativamente manejable. Lo anterior, sin contar con el apoyo de China, su principal socio comercial, el cual, dicho sea de paso, cuenta con sus propias disputas territoriales.

Este desafortunado hecho vino a exhibir las limitaciones coercitivas internacionales, el desequilibrio del costo-beneficio que conlleva aceptar el rol de Estados Unidos como líder de la OTAN, en el que Europa termina pagando el alto precio social, político y económico.

Actualmente atravesamos una etapa de especulación, aún faltan por ver los alcances e implicaciones reales del conflicto y cómo nos estará afectando a todos en el corto, mediano y largo plazo en una coyuntura de “recuperación poscovid-19”.

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