El hito brasileño
Debemos recordar que Brasil viene de arrastrar varias crisis, una de ellas, consecuencia de la redistribución de las prioridades del gasto público.
Esta semana y luego de 20 años, Luiz Inácio Lula da Silva volvió a hacer historia en Brasil, después de que en 2002 se convirtiera en el primer obrero, sindicalista más votado en la historia en llegar a la presidencia de ese país. Ahora, consigue la victoria (con un margen de diferencia más ajustado en la historia democrática brasileña) después de un proceso electoral por demás polarizado entre la perspectiva política del fortalecimiento de las vertientes conservadoras, ante la ola de movimientos de reivindicación de lucha social que ha representado la izquierda en épocas recientes.
No se trata de un tema menor, considerando que Lula viene de cumplir más de 500 días de encarcelamiento, acusado de actos de corrupción, condena que fuera suspendida en el máximo tribunal de aquel país tras haber detectado errores procedimentales durante el proceso judicial.
Para entender este suceso histórico, es importante señalar los factores que lo hicieron posible. En principio, el electorado votó a partir de la nostalgia de aquella primera época en la que Lula gobernó a principios de siglo, que viene asociada de un periodo de bonanza económica y desarrollo social que impulsó a millones de brasileros de la pobreza, ante un gobierno ultraconservador en la mira internacional por malos manejos administrativos reflejados en una crisis de salud pública causada por la pandemia por covid-19 y un panorama económico e inflacionario por demás desalentador que afecta a casi 30% de la población más pobre, a la cual se sumaron alrededor de 10 millones en los últimos dos años.
Por otra parte, con el regreso de Lula se espera que se supere esa política sustentada en mentiras, verdades a medias y ataques a grupos vulnerables y minoritarios. No obstante, debemos recordar que Brasil viene de arrastrar varias crisis, una de ellas, consecuencia de la redistribución de las prioridades del gasto público, que terminan erosionando las bases del Partido de los Trabajadores, que dieron paso a la alternancia y la reconfiguración del neoliberalismo en aquellas latitudes y la pobreza asociada.
Uno de los fenómenos que deben considerarse teniendo este punto como referencia, es que en esta ecuación, el encarcelamiento de Lula da Silva lo convirtió, en principio, en EL candidato “antisistema”, cuando en realidad él se había convertido en parte del establishment político, del cual terminó siendo relegado hasta el apresamiento.
Aunado a lo anterior, quisiera destacar algunas de las lecciones que dejó el proceso electoral que nos ayudan a entender esas grandes constantes en los fenómenos democráticos mundiales, en donde el principio de democracia clásico se tambalea ante las exigencias de sociedades cada vez más interdependientes, apegadas a la inmediatez y al repudio de las clases políticas. Desafortunadamente, ante estos procesos de adaptación a la que se han visto exigidos los gobiernos, predomina la “política de espectáculo”, donde la ignorancia, el resentimiento y las bagatelas en general son la forma y el fondo.
El regreso de Lula es una promesa del resurgimiento de la economía brasileña a partir del florecimiento de las bases trabajadoras frente retos estructurales como lo es sumar a las clases medias en medidas redistributivas más comprensivas hacia la población más vulnerable.
