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Nacional

Poder y deseo: El viento y la veleta

Los gobiernos alegres son muy caros. El gobierno mexicano de 1976- 1982 fue el más feliz de la historia. Pero el más costoso. Muy caro pagamos los mexicanos nuestra felicidad y muy caro pagaron los ingleses la suya. Un abuelo fiestero es un abuelo feliz, pero deja puras deudas que las recuerdan hasta sus nietos

PASCAL BELTRÁN DEL RÍO Y JOSÉ ELÍAS ROMERO APIS | 25-07-2022
Ilustración: Abraham Cruz
Ilustración: Abraham Cruz

 

CAPÍTULO 9

Son muchos los equivocados que creen que la veleta es la que cambia. En realidad, lo que cambia es el viento. La veleta es fiel y constante. La veleta siempre obedece al viento. Pero el viento es voluble y es infiel. El viento nunca obedece.

Así también, son muchas de las decisiones humanas. Es más fácil que cambiemos de preferido a que cambiemos de preferencia. A quienes les gustan las rubias o los rubios es posible que cambien de rubia o de rubio, pero no de tendencia.

La política funciona de manera muy similar. Nos gusta el perfil o el estilo de un político. En el camino, es más fácil que cambie el nombre del preferido a que cambiemos hacia el perfil o el estilo contrapuesto.

 

Si nos gusta un presidente carismático, habrá quien prefiera a Miguel Alemán o a Adolfo López Mateos, pero nadie pensaría en Gustavo Díaz Ordaz ni en Luis Echeverría. Si lo que nos gusta son los presidentes repugnantes, entonces tenemos mucho de donde escoger.

Si pensamos en los presidentes serios, habrá quien prefiera a Miguel de la Madrid o a Carlos Salinas. Pero, con esa preferencia, no se podría decidir por un presidente payaso, llámese como cada quien guste.

Ahora pensemos en los dueños de las decisiones electorales de un país más o menos democrático, como lo es el nuestro.

Durante todo el siglo XIX mexicano, prácticamente no existieron preferencias más que las autopersonales. Desde 1821 hasta 1911, nos movimos 90 años bandeando entre el cuartelazo, el consulado y la dictadura. El factor de decisión no era la selección sino la apropiación.

Más tarde, durante los 70 años que fueron desde 1930 hasta el 2000, las decisiones fueron tomadas por un solo hombre. Si bien es cierto que ya no era en favor de sí mismo sino de otro, ese sistema no permitía la participación de las voluntades colectivas.

Se le conoce como el “tapadismo”, una práctica según la cual el Presidente en turno decidía el nombre de su sucesor, en lo unilateral y en la secrecía. Institución y práctica polémica fue “El Tapado”. Para algunos, razón de estabilidad política y de paz social. Para otros, motivo de una reyecía hereditaria que marginó al pueblo de las más trascendentales decisiones de poder.

Ciertamente surgió por la impostergable necesidad de contener la impetuosa ola de magnicidios políticos que ensangrentó al país en los años 20. En menos de una década, Venustiano Carranza, Francisco Villa, Francisco Serrano, Álvaro Obregón y 50 personajes más fueron asesinados merced a la mal sazonada combinación mexicana de ingredientes tales como el caudillismo y la sucesión presidencial.

Plutarco Elías Calles cambió las reglas. Apareció el “maximato”. No habría contienda. Un solo hombre decidiría. El pueblo no participaría. Los mexicanos ya no se matarían por el poder. Sobre esto último, quizá nos repelerían aquellos illuminatti alegando las muy conocidas suspicacias en torno a la muerte de Maximino Ávila Camacho, de Gabriel Ramos Millán, de Carlos Madrazo, de Luis Donaldo Colosio y de Juan Camilo Mouriño.

Fue una era que motivó miles de páginas de novelas, caricaturas, noticias, análisis, reflexiones, ensayos y hasta tesis y amplios estudios. Como quiera, vale recordar algunos de los momentos que mejor reflejan las características y las filigranas de dicha tradición que ya no volverá a repetirse y que hoy se convierte en clásica.

Se dice, por ejemplo, que en las horas previas a que el Presidente Alemán resolviera la candidatura a favor de Adolfo Ruiz Cortines se instruyó al general Rodolfo Sánchez Taboada, entonces presidente del PRI, para que reuniera a sus más cercanos colaboradores y operadores, los invitara a comer y ahí esperaran a que se les dijera el nombre del ungido.

El líder del tricolor reunió a su comité en el ya desaparecido Tampico Club, donde esperó hasta bien entrada la noche y recibió múltiples telefonemas, sin que ninguno de ellos le comunicara el humo blanco. Cerca de la media noche regresó del teléfono con lo que era una sorpresa para todos, diciendo: “Señores, a trabajar. Es Ruiz Cortines”.

Esto refleja la distancia existente entre la dirigencia del partido y el centro de las decisiones fundamentales, lo cual sería una constante en la vida del tapadismo.

En la sucesión que quedó resuelta el 22 de septiembre de 1975, sucedió algo en este mismo sentido. Jesús Reyes Heroles se encontraba en una reunión partidista multitudinaria, tendiente a la elaboración del programa de campaña. Decía que primero sería el programa y después el hombre, indicando con ello que faltaban todavía días para que se conociera el nombre del postulado.

Mientras tanto, Fidel Velázquez fue a la Secretaría de Hacienda para consumar el “destape” de José López Portillo, por instrucciones de Luis Echeverría. El líder del PRI se enteró, literalmente, cuando los periódicos vespertinos llegaron al Cine Versalles, lugar de la reunión priista.

En el mismo tenor, se comenta que Fernando Ortiz Arana fue llamado a Los Pinos por Carlos Salinas de Gortari quien, al recibirlo, le entregó un sobre cerrado conteniendo una tarjeta con el nombre de Luis Donaldo Colosio. “Ábrelo para ver qué opinas”, dijo el Presidente de la República. Ortiz Arana, conocedor del sistema y de las reglas del poder, contestó magistralmente que no tenía nada que opinar y que estaba seguro del acierto de la decisión, por lo cual esperaría para abrir el sobre hasta el tiempo en que se le indicara.

Un hecho que, bajo las reglas de este sistema consistía un error, pero que contó con suerte y les resultó bien, fue el “destape” de Carlos Salinas de Gortari, programado para las 10 de la mañana del 4 de octubre de 1987. Nunca antes y nunca después un “destape” se había hecho con fecha anunciada ni con rueda de prensa y transmisión en vivo.

Esto reducía el espacio de maniobra del Presidente y generaba el riesgo de que el vocero u otro apresurado dijera el nombre que quisiera y no el de la tarjeta, sin que esto tuviera posibilidad de corrección ni de arreglo. Ese día, Jorge de la Vega pudo haber dicho el nombre que quisiera, así como dos horas antes, Alfredo Del Mazo mencionó el de Sergio García Ramírez.

Así fue el tapadismo. Su característica política más notable es que el antecesor fabricaba a su sucesor sin que éste hiciere nada. Incluso, ni saberlo.

 

* * *

Más tarde, el tiempo que va de nuestro joven Siglo XXI lo hemos vivido bajo el signo de una apariencia democrática que, sin embargo, se ha pervertido en un maridaje de partidocracia con ni cecracia. Nuestro sistema está diseñado para ello.

Por una parte, los partidos políticos son los amos más absolutos que pueda haber en un régimen sin totalitarismo. Son los únicos dueños del dinero, de la difusión, de la participación, de la representación y de la legitimación antes, durante y después de los procesos electorales.

Todas sus regulaciones y sus decisiones son internas y muy poco compartidas. Por regla general, los ciudadanos somos invitados a votar, pero no a militar. A los partidos tan solo les servimos para que obtengan sus victorias y sus privilegios. Pero de ninguna manera para participar, para discutir, para proponer ni, mucho menos, para decidir.

Esto se debe a que el proceso de reforma política fue cumplido en su primera etapa. Esta era el fortalecimiento de los partidos a efecto de propiciar la competencia política. Pero, al no llegar a la segunda etapa, todo quedó en una partidocracia y no en democracia.

Por otra parte, los sistemas de no reelección de legisladores y de alcaldes propiciaron, durante muchas décadas, una nicecracia o gobierno de los vencedores. Los electos, desde el primer momento de desentendían de los electores puesto que no tenían un futuro electoral al frente.

Así que, en dos décadas, los ciudadanos comunes nada hemos tenido que ver con los candidatos contendientes y nada hemos tenido que ver con los gobernantes electos, como no sea soportar a unos y padecer a otros.

En esta era ha sido el electorado el gran elector. Pero, al contrario del anterior sistema, esta elección se realiza a ciegas. Por regla general. Los electores no conocemos a los contendientes por las curules, por los escaños, por las alcaldías y por las gubernaturas. Ni siquiera podemos repetir los nombres de todos los candidatos que nos corresponde seleccionar en nuestra boleta electoral.

Incluso, muy poco sabemos en lo que piensan y en lo que creen los presidentes que han sido electos. Es difícil para un mexicano explicar el plan educativo de Vicente Fox, la política exterior de Felipe Calderón, el ideario de justicia de Enrique Peña o el programa de seguridad de Andrés Manuel López Obrador.

A diferencia del elector único que bien conocía a los elegidos, el elector colectivo es un extraño para ellos y ellos son unos extraños para él.

Este electorado de vista oclusa es el que ha decidido los destinos máximos en las recientes 4 elecciones presidenciales las que, al igual que en las estatales y en las municipales, han estado determinadas por un vector esencial que es la alternancia.

En efecto, la alternancia es la primera fuerza electoral mexicana actual. Ha ganado 3 de las recientes 4 elecciones presidenciales.

Más que cualquier partido. No es un fenómeno aislado. El mundo democrático hoy está muy columpiado en el péndulo de la alternancia.

* * *

Hasta aquí hemos dibujado el sistema autócrata del siglo pasado y el sistema alternócrata de la actual centuria. Sin embargo, ambos tuvieron su basamento motivacional. Las razones por las que deciden los autócratas y aquellas por las que deciden los demócratas.

Veamos esto más de cerca.

Los factores de decisión de la alternancia son múltiples y diversos. Pueden provenir de un origen real y hasta justificado o, por el contrario, dimanar de una fuente imaginaria e insostenible.

Las causas reales inducen a buscar la solución y el cambio es tan solo un añadido. Las causas imaginarias inducen a buscar el cambio, aunque ello no conlleve a la solución.

En un ejemplo del pasado tenemos la elección británica de 1945. Winston Churchill había ganado la guerra y había salvado a su nación. Sin embargo, dos meses después de lograda la victoria, los electores lo corrieron de su cargo.

No por falta de méritos sino porque deseaban un gobierno de signo contrario. No un gobierno de guerra y de tristeza sino un gobierno de paz y de felicidad.

Habían sufrido seis años de privaciones, de hambre y de muerte. Ahora querían fiesta y alegría.

Querían comer sin racionamientos y querían reducción de impuestos, aunque eso lo pagara la economía, la educación y hasta la salud.

Los gobiernos alegres son muy caros. El gobierno mexicano de 1976-1982 fue el más feliz de la historia, pero el más costoso.

Muy caro pagamos los mexicanos nuestra felicidad y muy caro pagaron los ingleses la suya. Un abuelo fiestero es un abuelo feliz. Pero deja puras deudas que las recuerdan hasta sus nietos.

Este es un ejemplo de reacción explicable para la alternancia, manifestada en las urnas por la vía del descontento, del hartazgo y hasta de la furia. Esta palanca encuentra su punto de apoyo para mover el destino nacional en una dirección que puede ser hacia la cumbre o que puede ser hacia el barranco.

Vale abrir un paréntesis de recuerdo. Ese sexenio mexicano fue una fiesta inolvidable. Las actuales dádivas gubernamentales son migajas miserables junto a lo que regalaba aquel gobierno, no con tarjetas del bienestar sino por la vía de los precios públicos, de los subsidios, de los precios de garantía y de otros muchos más.

Lo disfrutaron los ricos, los pobres y los medianos. Hubo dádivas para todos. La tortilla costaba menos que el maíz y la gasolina menos que el petróleo. El mundo feliz. Los salarios alcanzaban y hasta sobraban. Las mecanógrafas del gobierno visitaban Cancún 3 veces al año. Las cajeras de ventanilla usaban anillos de oro. Los campesinos recibían dinero así produjeran o no produjeran. Nadie emigraba hacia el extranjero.

Las abuelas dirían que amarraban a los perros con longaniza y ninguno se la comía de tan hartos que estaban.

Hubo momentos en que la demanda superó a la oferta de autos de lujo y de champaña. Los obreros tomaban cognac con amaretto. Los trabajadores petroleros tuvieron la puntada de bautizar a ese brebaje infame como “faja de oro”. Nadie asaltaba. Nadie mataba. Nadie se quejaba. Las amas de casa empezaron a platicar del mercado de valores y ya no hablaban del mercado sobre ruedas.

Pero la fiesta terminó y hubo mucho enojo. Aunque todos lo disfrutaron, todos se enojaron. No porque les hubiera parecido mala, sino porque les pareció corta. Hay días de tronar cohetes y hay días de recoger varas. A la hora de la tronadera, todos estamos felices.

Pero al tiempo de la recogedera, ya no todos se ríen. Sin embargo, ese enfado no se reflejó en la elección de 1982 porque todavía creíamos que la fiesta era lo permanente y que la crisis era un inconveniente transitorio.

Cuando vino el apagón pensamos que se había fundido un foco. Tardamos en despertar y en darnos cuenta de que lo permanente son nuestras crisis y de que lo transitorio son nuestras fiestas. Que no se fundió el foco, sino que nos cortaron la luz.

Entonces se inició el reflejo y el reflujo. Para lo que concierne a nuestro tema, ese malestar empezó a dañar al régimen de poder en la elección de 1988, la cual ya le acarreó algunos sinsabores.

Estos se verían agravados en las elecciones intermedias de 1997 y provocaría la primera alternancia presidencial en la elección del año 2000.

Pero el enojo casi nunca tiene destinatarios únicos, sino que produce un calentamiento indiscriminado. Las razones económicas provocaron el crecimiento, ahora imparable, de algunos delitos de propósito patrimonial, principalmente el asalto, el robo, el secuestro, la extorsión, la corrupción y el homicidio, todos ellos en su modalidad violenta y hasta sanguinaria.

Adicionalmente, el enojo propició la comisión de delitos de odio que nada tienen que ver con la ganancia dineraria, principalmente la violación, la violencia familiar y el feminicidio.

Esto, a su vez, retroalimenta el hartazgo y el fastidio social. La crisis económica produce crisis delincuencial y ésta se convierte en crisis política. El electorado ya no sólo está molesto por lo anterior, sino que se nutre con el enfado por la corrupción, sobre todo cuando ésta llega a afectar áreas tan sensibles como lo que recientemente ha tenido que ver con guarderías infantiles, y con cánceres de niños. Todos estos son ingredientes a considerar en la próxima lección general del 2024.

El enojo ha llegado a manifestarse hasta en el discurso diario.

Casi todas las mañanas, el gobierno ofende a los ciudadanos y casi todas las tardes, los ciudadanos ofenden al gobierno. Y, al día siguiente, lo mismo. Ese es un síndrome infalible de la furia colectiva.

Por fortuna, la alternancia ha provocado dos efectos que sirven de bálsamo ante la dolencia política. El primero es que cada elección, desde las 4 más recientes, ha despresurizado la caldera mexicana. En cada sexenio baja la presión del gas y se alienta la esperanza, por lo menos para seis años más.

Así como sucedió con la crisis de hace 40 años, en la que se creyó que la amargura era pasajera y la dulzura era permanente, durante 4 regímenes hemos considerado que, a pesar de lo malo, tienen la virtud de ser transitorios y perentorios. Que pronto cambiará todo esto y volveremos a nuestra feliz normalidad.

El segundo efecto positivo es el de un ingrediente pacificador, en medio del encono. La alternancia es la forma moderna de la revolución que cambia todo y del cuartelazo que tan sólo cambia a los jefazos. Es cierto que no ha cambiado nada, pero también en encomiable que no hemos sucumbido en el derramamiento.

 

* * *

Todo lo anterior ¿qué nos anuncia para el futuro inmediato?

Es muy probable que la elección 2024 sea una contienda entre Morena versus Morena. O, más directamente, entre AMLO versus AMLO.

Lo anterior no significa que no pinten las fuerzas opositoras, sino todo lo contrario. La carta de residencia que ha tomado la alternancia ha sido algo que debe tomarse muy en consideración.

Las elecciones alternantes de este siglo mexicano han mostrado un resultado que, en cada ocasión, es más cerrado. En el año 2000 los mexicanos votaron en 42% a favor del ganador y en 58% en contra de él. Más tarde, esa diferencia de 16 puntos subió, pero decreció para la elección de 2018 en la que la diferencia entre ganador y opositores fue tan sólo de 6 puntos. En ambas ocasiones perdió el partido en el poder.

Ya en el 2000 se advertía un malestar en contra del PRI, hasta entonces gobernante continuo durante 70 años. En las semanas previas a la elección, las cifras del tricolor pronosticaban que alcanzarían el 35% de los sufragios, como sucedió en la realidad.

En mucho abonaban sus esperanzas de triunfo a la posibilidad de que Vicente Fox y el PAN obtuvieran un 30% y que Cuauhtémoc Cárdenas y el PRD lograran un 25% de los votos. Sin embargo, la inducción hacia el voto útil transfirió 12 puntos electorales del PRD hacia el PAN con lo cual el PRD cayó hasta el 13% electoral y el PAN alcanzó la victoria con un 42%. El PRI obtuvo los 35 puntos que sus cálculos le pronosticaron.

Pero lo importante del asunto reside en que esa elección ese dio entre el PRI versus el anti PRI.

Esto habría de repetirse en el 2006, con un PAN versus anti PAN cuando estuvo a punto de ganar la alternancia. Ésta volvió a ganar en el 2012 y se repetiría en el 2018 cuando la liza volvió a ser entre una nueva oposición y los que ya habían gobernado. De nueva cuenta ganó la alternancia producida por la decepción y el enojo.

Hasta los días actuales, los números premonitorios parecen indicar que el candidato de Morena se llevará algo así como la mitad de los votos. Eso indica que la oposición contará con mucha oportunidad. Ya dependerá de ellos y de diversas circunstancias si deciden ir por ese 50% o si lo desperdician para dejar el camino libre al candidato de la continuidad.

Desde luego que lo anterior está sujeto a diversas variantes.

Una de ellas es el nombre del ungido de Morena. Entre la selección más atrayente y la más repelente habría entre 10 y hasta 15 puntos de diferencia. El mejor podría llevar los números hasta el 55% y el peor podría llevarlos hasta el 40%.

Pero también está sujeto al movimiento de las circunstancias.

A casi 2 años de la futura elección son muchos los sucesos que podrían beneficiar o perjudicar la imagen y la posición del gobierno, de su partido y de sus candidatos. Para todos es sabido que hay elecciones que cambian de dirección en la última semana, no se diga en el último mes, en el ultimo año o en el ultimo bienio.

Una tercera variante consiste en la postura que adopte la fuerza de oposición, representada por 4 partidos políticos que tendrían que decidir si optan por una coalición, si deciden una candidatura común o si esta es viable para competir. Son variantes todavía imprecisas en el momento actual.

Todo lo anterior dificulta los eventuales pronósticos. Miremos hacia la más reciente elección presidencial en los Estados Unidos, en el año 2020. La contienda realmente fue entre Donald Trump versus Donald Trump. Sus partidarios versus sus opositores. Sus simpatías versus sus antipatías.

Una muestra de lo anterior fue que tanto el vencedor como el vencido rompieron el récord electoral de esa nación. Nadie antes había reunido tantos votos en una elección como los que obtuvieron tanto Joseph Biden como Donald Trump. Lo anterior nos indica que ese tipo de elecciones tienden a ser muy cerradas en sus resultados y, por la misma razón, muy difíciles de pronosticar.

Esas elecciones de continuidad versus cambio nos han dado una lección. Cuando se presenta un grave problema de política, el candidato realista nos dice que no hay remedio pero que hay que buscarlo. El mago estafador nos dice que había remedio, pero se lo llevaron los otros. Y el truquero charlatán nos dice que él tiene el único remedio y que nos lo dará gratis.

En la elección del 2000, después de muy serios estudios, Francisco Labastida anunció que crearía un millón de empleos anuales. Esa misma tarde y sin ninguna base, Vicente Fox dijo que el crearía 2 millones de empleos. Y se lo creyeron. En el 2018, Andrés Manuel López Orador dijo que en 6 meses resolvería el problema de la inseguridad. Sin embargo, ninguno de sus contrincantes tuvo la caradura de decir que él lo resolvería tan solo en 3 meses.

Sin embargo, a pesar de tantas variantes, ya se podría adelantar que será muy concurrida la futura elección presidencial mexicana.

 

* * *

Existen algunos pueblos en los que la selección electoral proviene de aquello que desean o a lo que aspiran. Deciden por el que consideran el mejor candidato o la mejor opción. Esto no quiere decir que sus decisiones sean acertadas o erradas sino, simplemente, que ese es el mecanismo de funcionamiento de su psique colectiva. Este tipo de funcionamiento electoral nos permitiríamos llamarlo “encarte”.

Pero, por el contrario, existen otros pueblos en los que la decisión electoral emana de lo que no desean o de lo que repelen. Estas comunidades se deciden no por lo mejor sino por lo que consideran como “lo menos peor”. Tampoco quiere decir que este método, un tanto rudimentario, sea necesariamente erróneo. A este lo llamaríamos “elección por descarte”.

La primera impresión que esto nos produciría es que el encarte es un sistema colocado en un nivel de madurez política muy superior al descarte. Pero una observación más profunda de la historia contemporánea nos diría que uno u otro sistema son producto de las circunstancias imperantes que no de la evolución política del electorado.

Por ejemplo, cuando los candidatos son todos de muy alta calidad, el pensamiento del elector se decide a funcionar de manera valorativa positiva. Esto es, buscar las mayores y mejores cualidades y decidir por la vía del encarte. Por el contrario, cuando todas las posibilidades son pobres y mediocres, no existe mejor forma de selección que el descarte. Es decir, operar por la vía valorativa negativa, a partir de identificar los mayores defectos de cada contendiente.

A lo largo de los tiempos han sido utilizados tanto el encarte como el descarte, según las circunstancias de cada caso. Podríamos decir que Miguel Alemán, Adolfo López Mateos, Gustavo Díaz Ordaz y Carlos Salinas de Gortari fueron seleccionados por encarte. Que su elector los incorporó a su equipo con mucho entusiasmo y con el mismo llegaron a la selección definitiva.

Los cuatro mencionados fueron incorporados desde el inicio del gobierno que los eligió. Los cuatro fueron muy poderosos y muy cercanos al gran-elector. A los cuatro les vieron virtudes tempranas y consideraron que éstas crecieron al tiempo que maduraron. Los cuatro fueron elegidos por su antecesor con la más firme creencia de que eran los mejores y de que eran superiores a cualquier otro mexicano.

Incluso, Alemán y Díaz Ordaz siempre fueron vistos por su jefe y elector como la cumbre imprescindible de su equipo. López Mateos y Salinas de Gortari eran desde luego muy queridos desde un principio, pero ese afecto fue creciendo durante el sexenio de su engrandecimiento.

 

ESE ES EL MÉTODO DEL ENCARTE.

Por otra parte, existe el método del descarte. Al contrario del ante- rior, este es el mecanismo que utilizaba el gran-elector cuando sus cartas de inicial predilección se le iban desgastando o inhabilitando. Cuando tuvo que recurrir a las preferencias alternas porque las principales dejaron de serlo.

Si le pusiéramos nombres, encontraríamos que Adolfo Ruiz Cortines, Luis Echeverría y Ernesto Zedillo fueron electos por el método del descarte.

Para que le decisión de Alemán favoreciera a Ruiz Cortines, tuvieron que pasar el cáncer de Héctor Pérez Martínez, el avionazo de Gabriel Ramos Millán y la debacle de Fernando Casas Alemán. Todo ello hizo que el gran-elector tuviera que decidirse sin agrado y sin emoción por lo que consideró que no tenía de otra.

Lo mismo puede decirse de cuando Díaz Ordaz tuvo que decidirse por Echeverría dado que sus preferidos habían tropezado en el camino. Alfonso Corona del Rosal como una más de las víctimas de Tlatelolco y Emilio Martínez Manautou porque en la mente del gran-elector germinó la desconfianza hacia su lealtad. Como en el caso anterior, optó por lo único que le quedaba.

Y, qué decir de la decisión de Salinas de Gortari en favor de Zedillo cuando el asesinato de Luis Donaldo Colosio obligó a una nueva postulación, pero ya para ese entonces las fechas constitucionales inhabilitaban a Pedro Aspe y a Emilio Gamboa, a quienes Salinas hubiera preferido muy por encima de Zedillo.

Para el porvenir inmediato habremos de preguntarnos si el gran-elector de Morena elegirá como candidato a alguno de quienes ya ha encartado o si tendrá que hacer prácticas de descarte, más allá del natural de reducir a un solo candidato la multitud de precandidatos.

Hasta ahora subsisten las aspiraciones encartadas de Marcelo Ebrard, de Claudia Sheinbaum y de Adán Augusto López. Inicialmente también fueron encartados Esteban Moctezuma y Juan Ramón de la Fuente, pero ni ellos mismos se lo creyeron ni se movieron en ese sentido, como hombres sensatos y realistas que son.

Pero, a tan larga distancia de la decisión final, se adivina la posibilidad de otros posibles encartes que podrían recaer en Ricardo Monreal, en Zoé Robledo o en Tatiana Clouthier. Los tres tienen credenciales para aspirar a ser tomados en consideración por su jefe y elector, sobre todo si so brevinieran descartes de los ya enlistados.

* * *

Las principales razones de un encarte que podrían mencionarse son el afecto, la admiración, la necesidad, el compromiso, la deuda, la afinidad y la falta de otras opciones.

Pareciera que el afecto es la  razón con Claudia Sheinbaum, que la necesidad es la razón con Marcelo Ebrard y que la afinidad es la razón con Adán Augusto López. En efecto, parece ser que la regenta es la más querida, que el canciller es el más necesario y que el secretario es el más afín.

Todas esas son características que sirven y que pueden ser el fiel de la balanza que incline las decisiones finales. López Mateos fue presidente porque era el más querido. Miguel de la Madrid lo fue porque era el más necesario. Y Carlos Salinas lo fue porque era el más afín. En todos estos parece que no han jugado otros atributos como lo son la admiración, la deuda o el compromiso.

A su vez, las principales causas de descarte pueden ser la siguientes.

La primera causa es la falta de afinidad o de amistad. Que se haya lastimado la amistad del jefe o de su séquito. Que nunca se integró en el afecto, en la confianza o en la complicidad. Vale agregar que, cuando se da esta primera causa, es muy fácil que se acumulen las otras y no así con un amigo muy querido.

La segunda razón es que el descartado haya fracasado en la solución de los problemas encomendados. Que no los haya entendido, que no los haya valorado o que no los haya manejado. ¡Vamos!, que el fracaso sea por su mera culpa. Por su ignorancia, por su indolencia o por su impotencia.

La tercera, más grave que la anterior, es porque el descartado haya creado el problema y no, simplemente, que no lo haya resuelto. En otras palabras, que él haya sido el problema. Se vale no resolver todos los problemas, pero no se vale crear un solo problema.

El cuarto origen, no siempre muy a la vista, es porque haya concluido el motivo del encarte. Se devaluaron los méritos, se pagó la deuda, se rompió la alianza, se defraudó la confianza, se lesionó la amistad, se encontró a otro mejor o resultó que sí había de otra.

El quinto motivo es que el desahuciado haya caído en un escándalo, bien sea que éste sea del orden político, corruptivo, sexual, conyugal o de cualquier otra índole.

La sexta cuestión es el enojo del jefe, llámese cólera, decepción, desilusión, despecho, sospecha, asombro, amargura o chasco.

El séptimo impulso es el contrario de lo anterior: el salvamento del jefe. Los colaboradores muchas veces son sacrificados cuando es necesario, por las culpas de su propio jefe. Para disimularlo, para exonerarlo, para taparlo.

Luego, aparecerían dos muy complicadas. Una de ellas, la octava, es la que podríamos llamar notoria inferioridad. Ella es la que pone al jefe en la clara consciencia de que su encartado es pequeño y no crecerá.

La novena es, por el contrario, la notoria superioridad. La que enoja, indigna y enfurece a un jefe que se reconoce como inferior ante un subordinado más inteligente, más valiente o más respetado. Esta es la causa de mayor cólera.

La décima razón es porque se necesitó el espacio del caído para acomodar a un “vip”.

La última fuente es la declinación. Ello es cierto, en lo formal. Pero, en el fondo, toda renuncia en un “madruguete” al despido.

Cada quien vaya haciendo sus pronósticos, pero como decía un personaje de José Rubén Romero, “si ellos me corren..., pos yo les renuncio”.

Ahora bien, las causas del encarte y del descarte en cada caso concreto del pasado estarían plenas de datos y hasta de anécdotas al grado de no caber en un solo volumen.

Para comenzar, las razones del encarte muchas veces son muy ordinarias y otras parecen prodigiosas. La forma en que se conocieron y se enlazaron el elector y el elegido son como las de nuestra vida común. Algunos se conocieron en la escuela, en el trabajo o en las rondas de amigos. Manuel Ávila Camacho con Miguel Alemán, así como Miguel de la Madrid con Carlos Salinas se conocieron sin mayor importancia.

Pero otros se conocieron como aquellos grandes amigos que encontramos por vez primera en una boda a la que ninguno tenía que haber asistido o en un avión que ninguno pensaba abordar.

Fueron mágicos los encuentros de Alemán con Ruiz Cortines, de López Mateos con Díaz Ordaz y de Díaz Ordaz con Echeverría.

Sobre este mismo tema existe un profundo enigma que el reciente deceso de Luis Echeverría ha cerrado a la posibilidad de ser descifrado. Nos referimos a la elección que Echeverría hizo en favor de José López Portillo.

Sería muy profuso y muy ajeno a estas líneas el abundar en las puntas del arcano, pero no ha quedado en claro el motivo por el que fue el preferido con una sorpresiva decisión por encima de las aspiraciones de Mario Moya Palencia, de Augusto Gómez Villanueva y de Porfirio Muñoz Ledo, mucho más cercanos en el afecto del gran-elector y mucho más equipados o mejor rodeados que el gran-elegido.

Sin embargo, como cientos de otros secretos, Luis Echeverría se los llevó a la tumba, pero ahora nuestra mente goza de la independencia de la navaja libre para imaginar lo que más nos acomode.

 

* * *

Más complicadas que en las de la continuidad están las abarajas de la alternancia. Ya dijimos que lo primero que se necesita es la más amplia alianza. Quizá no bastarían PAN-PRI-PRD, sino que se requeriría agregar al MC.

Por si lo anterior no fuera complicado, pareciera que es más difícil a la hora de anotar el nombre del candidato común. Independientemente de la preferencia de cada partido, es innegable que, por lo menos, se requeriría de lo siguiente:

a. Que sea inteligente, pero no dogmático

b. Que sea adaptable, pero no  voluble

c. Que sea serio, pero no solemne

d. Que sea lo suficientemente sincero para convencer de sus ideas

e. Que sea lo suficientemente cínico para llegar hasta donde no lleguen sus ideas

f. Que no tenga un pasado vulnerable o, mejor, que no tenga pasado

g. Que tenga una filiación ideológica multifacética

h. Que les guste a los ricos, a los pobres y a los medianos

i. Que les guste a los hombres y a las mujeres

j. Que les guste a los viejos y a los jóvenes

k. Que prometa mucho

l. Que se lo crean

m. Que inspire confianza

n. Que provoque simpatía

o. Que imponga respeto

p. Que se equipe con quienes lo complementen en lo que no tenga

q. Que tenga muchas ganas de triunfar.

En fin, los adivinos no se ponen de acuerdo y, por eso, aún no sabemos quién ganará la elección de México. Pero lo que sí podemos anticipar es que, al día siguiente, todos estarán proclamando su victoria, aunque ni ellos la crean.

Desde luego, no necesitamos adivinar sino tan solo deducir que la contienda electoral estará muy salpicada de ilegalidad, de trampa y de violencia. Ya a estas alturas hay fuertes indicios de que así será o, más aún, de que ya ha comenzado la salpicadura.

También los ciudadanos nos preguntaremos mil cuestiones que aún no tienen respuesta. Tenemos y tendremos razonables dudas sobre la fidelidad de un resultado electoral. Pero también habrá incertidumbre sobre el funcionamiento del país, las instituciones, la gobernabilidad, las ambiciones, los desánimos, las improvisaciones, los acomodos, los entendimientos y los desarreglos. Por todo eso habrá que buscar las cajas negras.

Bien se ha dicho que la apuesta de las elecciones mexicanas es entre la continuidad y el cambio. Es frontal y no triangular ni, mucho menos, cuadrangular.

En el debate del cambio siempre se corre el riesgo de ser infantil. A veces por exceso de entusiasmo. En otras, por carencia absoluta de él. La característica esencial del pensamiento del niño es su falta de objetividad. Su universo es subjetivo a plenitud. Sus ilusiones y sus espantos no son entelequias figurativas sino sólidas realidades. Santa Claus y El Coco le presentan una existencia tan cierta como la el perro y la de la pelota.

Dicen, algunos, que con la elección cambiará todo. Otros replican que nada cambiará. Otros, quizá los más sensatos, dicen que algunas cosas cambiarán y que otras no cambiarán nunca. Frente a ello hay quienes dicen que “hay que escombrar”. En efecto, hay que tirar y desechar lo que ya no sirve. Hay que regalar lo que ya no utilizamos. Hay que limpiar lo que se llenó de mugre.

Hay que rescatar lo que tenemos de valor. Hay que preservar lo que será imprescindible. Hay que colocar todo en su lugar. A lo mejor, hasta hay que esconder lo que no debe verse, para que todo luzca de la mejor manera, tarea estética que vale cuando no riñe con la ética.

Estemos pendientes del viento y de la veleta. A cada quien le servirán las diversas direcciones hacia donde sople. El barco navega según el favor del viento. Pero el avión vuela en contra del rumbo del viento. Por eso, no hay que navegar en contra ni volar a favor.

Para todo eso nos ayuda la veleta.

 

cva

 

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