¿Quiénes son los drusos y por qué están más del lado de Israel que de Siria?
Los dursos son una pequeña comunidad religiosa en Siria; tras la guerra civil en siria y el derrocamiento de Al-Asad, han sido perseguidos y asesinados por la mayoría islámica.

Tras días de enfrentamientos mortales, se alcanzó un frágil alto el fuego entre la minoría drusa del sur de Siria y el gobierno interino de Ahmad al-Sharaa en Damasco. Los combates en la provincia de Sweida, de mayoría drusa, dejaron más de 515 fallecidos, según el Observatorio Sirio de Derechos Humanos. El acuerdo de cese del fuego, anunciado el martes por la noche, contempla la integración de la provincia drusa al Estado sirio pos-Assad y la retirada de las fuerzas gubernamentales de la zona, según medios estatales sirios y líderes de la comunidad drusa.
En Israel, las autoridades confirmaron el cese de hostilidades en Siria, atribuyéndolo en gran medida a una intensa presión diplomática de Estados Unidos. Fuentes israelíes señalaron que el alto el fuego fue posible gracias al compromiso del gobierno sirio de retirar sus tropas de Sweida, una promesa que —según dicen— ya comenzó a cumplirse sobre el terreno.
¿Por qué esta escalada captó la atención de Israel? Además de la tragedia humanitaria en Siria, la situación ha resonado profundamente entre los druzos de Israel, una comunidad que goza de considerable integración en el Estado judío y que presionó para que su gobierno actuara. En las últimas jornadas, cientos de ciudadanos drusos israelíes incluso traspasaron la frontera hacia Siria en un intento de defender a sus hermanos étnicos. Este inédito movimiento llevó a Israel a intervenir militarmente en Siria, lanzando ataques contra unidades del ejército sirio involucradas en los choques con los drusos, intensificando así una crisis que amenaza con repercutir en las frágiles relaciones entre Jerusalén y Damasco.

¿Quiénes son los drusos y por qué apoyan a Israel?
Los drusos son un grupo religioso y étnico singular que se separó del islam en el siglo XI. Su fe monoteísta sincrética incorpora elementos del islam ismailita, el hinduismo y la filosofía griega clásica, con un fuerte énfasis en la pureza espiritual. Entre las figuras reverenciadas por los drusos se cuentan profetas de diversas tradiciones, incluidos Jesús, Mahoma y Moisés. El nombre de la comunidad deriva de Muhammad bin Ismail Nashtakin ad-Darazi, uno de los primeros predicadores de esta fe, aunque posteriormente fue declarado hereje por sus propios correligionarios.
Los drusos practican el secreto religioso: rechazan los matrimonios mixtos —con otras religiones—, no aceptan conversos y mantienen cerrados sus textos sagrados a quien no pertenezca al círculo interno. Solo alrededor del 20% de los fieles son “iniciados” que acceden a las enseñanzas profundas, mientras el 80% restante sigue observando los preceptos sin conocer los detalles esotéricos de la doctrina.
Actualmente se estima que la población drusa mundial ronda entre 800 mil y un millón de personas. La mayoría —entre el 80% y el 90%— reside en Siria y Líbano. Alrededor de un 10% vive en Israel, con pequeñas comunidades adicionales en Jordania y la diáspora. Fieles a un principio tradicional de su fe, los drusos mantienen lealtad al Estado en el que viven. En Israel, donde suman aproximadamente 150 mil ciudadanos (cerca del 2% de la población), esta comunidad árabe de idioma árabe se encuentra plenamente integrada en la sociedad israelí.
Muchos drusos israelíes sienten una profunda conexión con el Estado judío y han demostrado su compromiso a través del servicio militar: desde la creación de Israel en 1948, los hombres drusos están sujetos al servicio militar obligatorio, siendo la única minoría no judía con tal requerimiento. No solo cumplen con el deber, sino que voluntariamente se incorporan a unidades de combate con frecuencia, y numerosos drusos han ascendido a altos rangos en las Fuerzas de Defensa de Israel (FDI). Esta trayectoria de lealtad y sacrificio, que algunos han denominado un “pacto de sangre” con el Estado, explica por qué los drusos apoyan firmemente a Israel y esperan ser considerados ciudadanos iguales.
Esa expectativa de igualdad quedó de manifiesto en 2018, cuando la comunidad drusa protagonizó una inusual protesta masiva contra la controvertida Ley Básica: Israel como Estado-Nación del Pueblo Judío. Miles de drusos —junto a decenas de miles de ciudadanos judíos solidarios— se congregaron en la Plaza Rabin de Tel Aviv para exigir la plena igualdad de derechos, argumentando que dicha ley, al afirmar el carácter judío del Estado sin mencionar la igualdad cívica, los relegaba pese a su abnegado historial al servicio del país.
La relación entre Israel y los drusos de los Altos del Golán —territorio sirio capturado en 1967 y anexionado por Israel en 1981— es más compleja. En esa meseta fronteriza habitan unos 23 mil drusos que, a diferencia de sus pares del resto de Israel, rechazaron la ciudadanía israelí cuando se les ofreció tras la anexión. Durante décadas se mantuvieron como residentes permanentes, apartados en gran medida de la vida política israelí —incluso boicoteando elecciones locales— y conservando lazos estrechos con Siria: muchos jóvenes del Golán iban a universidades sirias aprovechando becas y matrículas gratuitas provistas por Damasco.
Sin embargo, la guerra civil siria iniciada en 2011 debilitó visiblemente esos lazos. A medida que el conflicto en Siria devastaba al país y cerraba rutas comerciales y educativas, los drusos del Golán se fueron acercando paulatinamente a Israel. Según la organización de periodismo investigativo Shomrim, entre 2017 y 2022 el número de solicitudes de ciudadanía israelí por parte de residentes drusos del Golán se multiplicó por más de cuatro. Aunque aún solo aproximadamente 20% de los drusos del Golán poseen ciudadanía israelí, la cifra creció drásticamente en los años recientes.
La guerra desatada tras la masacre del 7 de octubre de 2023 —cuando el grupo Hamas atacó el sur de Israel— y su posterior extensión al frente norte añadió un factor más de “israelización” en estas comunidades. En un incidente particularmente trágico, durante los intercambios de fuego con Hezbolá en la frontera libanesa, un cohete lanzado desde Líbano impactó en octubre de 2024 en un campo de fútbol en Majdal Shams, una aldea drusa del Golán, matando a 12 niños y adolescentes e hiriendo a decenas.
Este hecho sacudió a todo Israel, dado que los afectados eran miembros de una comunidad árabe leal al Estado. La indignación y el luto unieron a judíos y drusos, y precipitaron inmediatas represalias militares israelíes contra objetivos de Hezbolá en Líbano e incluso contra líderes de grupos aliados de Irán en la región.
Este contexto ayuda a entender la fuerte reacción de los drusos israelíes ante la reciente violencia en Siria: sienten que el peligro que enfrenta su pueblo trasciende fronteras, y confían en Israel como protector de su comunidad en cualquier territorio. Pero ¿qué desató exactamente la violencia en Sweida y qué papel juega Israel en esta crisis siria?

Inestabilidad tras la caída de Assad y estallido de violencia sectaria
Desde que el presidente sirio Bashar al-Assad fue depuesto por fuerzas rebeldes en diciembre de 2024, las minorías religiosas y étnicas de Siria —incluida la minoría drusa— se enfrentan a una creciente incertidumbre bajo el nuevo régimen. El nuevo mandatario, Ahmed al-Sharaa, es un excomandante rebelde de orientación islamista radical, con pasado en facciones vinculadas a Al Qaeda. Aunque Al-Sharaa se comprometió públicamente a respetar los derechos de todas las minorías, en los meses posteriores a la caída de Assad se registraron inquietantes brotes de violencia sectaria.
Durante los 14 años que duró la guerra civil siria, los drusos en Siria habían mantenido sus propias milicias de autodefensa, previendo —con razón— que grupos yihadistas los tacharían de herejes y los atacarían si quedaban indefensos. En 2018, el Estado Islámico (ISIS) llevó a cabo un feroz asalto contra aldeas drusas en la provincia de Sweida, asesinando a más de 200 civiles y secuestrando a docenas, en una de las masacres más sangrientas de aquel año. Este recuerdo sigue vivo en la memoria de la comunidad.
El reciente estallido de violencia tuvo como chispa un ardid provocador. En abril de este año, circuló viralmente en Siria un mensaje de audio en WhatsApp en el que supuestamente un prominente jeque druso profería insultos contra el profeta Mahoma y sus seguidores. El clérigo involucrado negó rotundamente haber hecho tales declaraciones, denunciando que la grabación era un montaje diseñado para inflamar tensiones sectarias. El propio gobierno de Al-Sharaa afirmó que el audio era falso. Pero el daño ya estaba hecho: grupos yihadistas sunitas tomaron el mensaje como un llamado a las armas y comenzaron a movilizar a sus combatientes hacia la apacible provincia drusa.
A finales de abril, militantes armados —identificados por residentes como extremistas sunitas, posiblemente de tribus beduinas locales y combatientes islamistas— convergieron en la ciudad de Sweida. Los líderes comunitarios drusos intentaron frenar la espiral de violencia negociando y desmintiendo las calumnias, pero la situación se salió de control.
Estallaron combates abiertos en las calles de Sweida y aldeas aledañas entre los recién llegados y las milicias drusas locales. «Cualquiera que portara un arma decidió resistir e impedir que los grupos armados entraran en las casas. Pedimos a las mujeres, niñas e hijas que se reunieran en habitaciones seguras por temor a secuestros», declaró un residente a Haaretz. Decenas de personas murieron en estos enfrentamientos sectarios iniciales, en su mayoría drusos civiles atrapados en el fuego cruzado.
Alarmados por las noticias que llegaban de Siria, los ciudadanos drusos en Israel alzaron la voz. Líderes espirituales drusos israelíes, como el jeque Mowafaq Tarif, urgieron al gobierno a no permanecer impasible. Hubo manifestaciones en aldeas drusas de Galilea y el Carmelo exigiendo acción para salvar a sus “hermanos” sirios.
Ante la presión, Israel decidió hacer algo sin precedentes: intervenir directamente en el conflicto sirio para proteger a la comunidad drusa del país vecino. En la última semana de abril, la Fuerza Aérea de Israel lanzó ataques selectivos en Siria, golpeando convoyes militares y depósitos de armas en la zona de Sweida e incluso misiles tierra-aire cerca de Damasco, muy cerca del propio palacio presidencial. El primer ministro Benjamin Netanyahu describió estas acciones como “un mensaje claro al régimen sirio” respecto a que Israel no toleraría ataques contra los drusos.
Israel también tendió una mano humanitaria: helicópteros del ejército evacuaron por vía aérea a al menos cinco drusos sirios gravemente heridos en los combates, trasladándolos a hospitales en Israel para recibir atención médica de emergencia. Asimismo, camiones cargados con alimentos y suministros básicos cruzaron la línea divisoria, entregando ayuda a residentes de Sweida sitiados por los combates.
Los drusos del Golán ocupados por Israel también se movilizaron: en un gesto cargado de simbolismo, decenas se reunieron en la valla fronteriza para encontrarse con familiares del otro lado. Muchos de estos drusos del Golán, aún ciudadanos sirios de jure, vieron con buenos ojos la intervención israelí, señal de cómo las lealtades han cambiado tras años de guerra civil.
En mayo, tras semanas de tensión, los ancianos y notables drusos de Sweida lograron negociar una tregua local con Damasco. El acuerdo estipulaba el desarme de las milicias drusas a cambio de que las fuerzas de seguridad sirias asumieran la protección de la importante carretera que conecta Sweida con la capital, Damasco. Pero el pacto no satisfizo a todos: algunas facciones drusas se negaron a entregar las armas, alegando profunda desconfianza en la capacidad o voluntad del gobierno para defenderlas sinceramente de nuevos ataques islamistas. Desde entonces, la seguridad en la ruta ha seguido comprometida, con ambas partes acusándose mutuamente de violar el acuerdo y de permitir incidentes esporádicos de violencia y bandidaje.

El detonante inmediato de la escalada
La última ola de violencia —la que llevó al reciente baño de sangre— comenzó el viernes 11 de julio. Aquel día, un grupo de beduinos armados asaltó a un joven druso que viajaba por la carretera a Damasco, despojándolo de sus pertenencias y dejándolo herido. Este ataque no fue un hecho aislado: formaba parte de una oleada de secuestros y robos contra civiles drusos, perpetrada por algunas tribus beduinas musulmanas suníes que operan en el desierto al este de Sweida. En represalia por estos atropellos, milicianos drusos capturaron a varios miembros de esas tribus beduinas. La tensión escaló rápidamente en una cadena de venganza tribal.
Cuando el ejército sirio intentó intervenir el domingo para sofocar los disturbios, todo se salió de control. Lejos de ser recibido como salvador, las milicias drusas locales acusaron a las tropas gubernamentales de coludirse con los atacantes suníes en lugar de proteger a la población. Pronto, los soldados sirios se vieron envueltos directamente en combates contra los grupos armados drusos. Lo que empezó como choques intercomunitarios degeneró en una batalla abierta entre fuerzas del Estado y milicias de la minoría drusa.
Para el martes 15 de julio, los informes desde Sweida describían escenas dantescas. Líderes drusos denunciaron que casi 100 drusos habían sido asesinados en ataques de milicias suníes y fuerzas gubernamentales combinadas. En las redes sociales comenzaron a circular videos impactantes: en uno, combatientes leales al gobierno afeitan a la fuerza los tradicionales bigotes de jeques drusos capturados —una humillación cultural deliberada—; en otro, milicianos prorrégimen pisotean banderas drusas de colores y profanan fotografías de clérigos venerados. También emergieron imágenes de combatientes drusos golpeando a soldados gubernamentales apresados e incluso posando junto a sus cadáveres. La brutalidad era palpable por ambos lados.
Aunque el ministro de Defensa sirio anunció públicamente la entrada en vigor de un alto el fuego el mismo martes, en la práctica los combates continuaron durante horas. Testigos en Sweida relataron que, pese al anuncio, unidades del ejército sirio cometieron atrocidades contra civiles drusos, incluyendo saqueos de casas, quema de propiedades y ejecuciones sumarias de hombres en aldeas rurales.
La violencia desbordó las fronteras de Siria y tuvo eco inmediato en Israel. Ese martes, miles de drusos israelíes salieron a protestar en localidades como Majdal Shams y Daliyat al-Karmel, bloqueando carreteras y exigiendo a su gobierno medidas contundentes para salvar a la población drusa siria. La presión sobre Jerusalén aumentó exponencialmente.
El miércoles 16 de julio, la crisis alcanzó un punto crítico en la frontera norte de Israel. Hacia el mediodía, unos cientos de ciudadanos drusos israelíes derribaron tramos de la valla fronteriza cerca de Majdal Shams y penetraron en territorio sirio, dispuestos a unirse a la defensa de sus correligionarios. Simultáneamente, docenas de drusos sirios del lado opuesto intentaban cruzar hacia Israel buscando refugio. El ejército israelí se desplegó para manejar esta caótica situación: se enviaron unidades de Policía de Fronteras, tropas regulares e incluso efectivos en entrenamiento de la brigada Golani para contener las incursiones y persuadir a los drusos de regresar a sus lados respectivos.
Ante la gravedad de los hechos, el primer ministro Netanyahu emitió un mensaje urgente dirigido a la comunidad drusa de Israel. “Trabajamos para salvar a nuestros hermanos drusos”, declaró Netanyahu en un comunicado televisado, reconociendo el valor que Israel otorga a la protección de esta minoría. Acto seguido, lanzó una advertencia clara: “Ciudadanos drusos de Israel: no crucen la frontera. Podrían ser asesinados, podrían ser secuestrados y están perjudicando los esfuerzos de las Fuerzas de Defensa de Israel”, añadió, pidiendo a los intrépidos voluntarios que dieran marcha atrás por su propia seguridad y la eficacia de la operación militar en curso.
Mientras tanto, Israel intensificó su respuesta militar contra el régimen sirio. A inicios de esa semana, la Fuerza Aérea israelí ya había realizado ataques aéreos preventivos destruyendo tanques del ejército sirio que avanzaban hacia Sweida. El lunes, esos bombardeos se ampliaron, arrasando decenas de vehículos militares y piezas de artillería gubernamental en el sur de Siria.
Y el miércoles, en paralelo al caos fronterizo, Israel lanzó su golpe más osado: ataques dentro de la propia Damasco, incluyendo el lanzamiento de misiles contra el edificio del Ministerio de Defensa sirio en pleno centro de la capital. En un comunicado, las FDI advirtieron que estos operativos buscaban “proteger a la comunidad drusa” de futuros ataques y servían de mensaje disuasorio al gobierno de Al-Sharaa.
Tras la intervención israelí y las presiones internacionales, finalmente el miércoles por la noche se afianzó el alto el fuego entre las autoridades de Damasco y los líderes drusos en Sweida. La gran pregunta es si esta tregua se sostendrá en el tiempo. En un discurso televisado, el presidente Al-Sharaa afirmó su compromiso de enjuiciar a cualquiera que haya causado daño a civiles drusos que están “bajo la protección y responsabilidad del Estado”. Al-Sharaa, sin embargo, no pudo resistirse a culpar a un viejo adversario externo: acusó a Israel de “intentar repetidamente desestabilizarnos y sembrar conflictos internos” desde la caída del régimen de Assad, trazando un hilo entre la intervención israelí y los problemas domésticos sirios.
Por su parte, los líderes drusos en Israel se mantienen vigilantes. Han advertido que, si las condiciones de la tregua se rompen y la población drusa siria vuelve a estar en peligro, volverán las protestas en sus localidades —y con ellas la presión sobre el gobierno israelí para que tome cartas en el asunto una vez más.

Israel, Siria y un freno a la normalización incipiente
La crisis drusa ocurre en un momento delicado de las relaciones entre Israel y Siria, que recién comenzaban a vislumbrar una posible normalización tras décadas de enemistad. La caída de Bashar al-Assad a finales de 2024 abrió un nuevo capítulo.
Apenas 96 horas después de la salida de Assad, el ejército israelí —siguiendo órdenes directas de Netanyahu— avanzó hacia la zona desmilitarizada de la frontera sirio-israelí, establecida tras la Guerra de Yom Kipur, y ocupó posiciones en la franja de 80 kilómetros que separa a ambos países en los Altos del Golán. Simultáneamente, Israel lanzó operaciones encubiertas para destruir instalaciones militares sirias sensibles (como bases de misiles y fábricas de armamento) antes de que cayeran en manos del nuevo régimen islamista en Damasco.
No obstante, en los meses siguientes surgieron señales de que el gobierno de Al-Sharaa, pese a su retórica radical, podría estar interesado en explotar la oportunidad de un acercamiento con Israel. La administración del presidente estadounidense Donald Trump –que volvió al poder tras las elecciones de 2024– ha buscado legitimar al nuevo régimen sirio, levantando gradualmente algunas sanciones y animando a la comunidad internacional a relacionarse con él. Dentro de ese esfuerzo, Washington ha presionado a Israel para que entable diálogo con altos funcionarios sirios, con miras a alcanzar entendimientos de seguridad y cooperación que consoliden la estabilidad regional.
En mayo de 2025, personas familiarizadas con estas gestiones revelaron que ya se habían producido contactos directos y reuniones discretas entre representantes israelíes y sirios. De hecho, esta misma semana —antes de que estallara la violencia en Sweida— se informó que enviados de Israel y Siria mantuvieron conversaciones en Bakú, Azerbaiyán, aprovechando una visita oficial del presidente Ahmed al-Sharaa a ese país mediada por Rusia. Sobre la mesa estaba nada menos que la presencia militar israelí en territorio sirio: Israel buscaba garantías de que su “zona de amortiguación” en el sur de Siria sería tolerada, mientras el régimen sirio exigía respeto a su soberanía.
Ahora, los líderes en Jerusalén se ven obligados a recalcular. “Todo dependerá de cómo se comporte este régimen”, declaró un alto funcionario israelí el jueves, al ser consultado sobre el futuro de la normalización tras la masacre de Sweida. “No cabe duda de que en los últimos días, la situación ha dado un giro negativo, tras un breve período de relativa estabilidad. No nos hacemos ilusiones”. Sus palabras reflejan la profunda desconfianza que ha vuelto a imperar: la reciente escalada, con su derramamiento de sangre sectaria y la intervención militar israelí, ha enfriado considerablemente el incipiente diálogo.
Por lo pronto, la atención se centra en mantener la calma en Sweida. La comunidad drusa internacional —desde las montañas del Líbano hasta las aldeas del Carmelo en Israel— contiene el aliento esperando que el alto el fuego perdure. Si fracasa, Israel podría verse arrastrado aún más en el volátil escenario sirio, en una intervención humanitaria-militar sin precedentes cuyo desenlace es difícil de prever.
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