Logo de Excélsior                                                        
Expresiones

David Huerta, sin recelo a la muerte

En su poemario, el cristal en la playa, el escritor aborda temas como la mujer, el agua, la noche y el duelo

Virginia Bautista | 15-04-2020
Ilustración: Jesús Sánchez
Ilustración: Jesús Sánchez

CIUDAD DE MÉXICO.

Ella: la muy distinguida, la calacota, la sin fin de Gorostiza, la madre ultracósmica, la niña azul de los ojos de basilisco en llamas”. Así define a la muerte el poeta mexicano David Huerta, quien confiesa que no le teme. “Simplemente, como dijo Woody Allen, no quiero estar ahí cuando llegue”.

En entrevista con Excélsior, el también ensayista afirma que a sus 70 años cree que la parca ha tardado mucho en llegar. “Pero, por eso mismo, ya no puede tardar tanto. No, en serio: creo que en general me tomo esto de la muerte con bastante tranquilidad. Lo que no tolero y medio me enloquece es la muerte de los míos, la gente que quiero. Te imaginarás que a mi edad he perdido a muchos”.

La muerte, la mujer, la noche y el agua son algunos de los temas que aborda en su poemario más reciente, El cristal en la playa (Era). “Todo eso, cada una de esas presencias me atraen por ellas mismas, sin el simbolismo que podría acompañarlas y que sin duda las acompaña. Estoy seguro de que a la mayoría de la gente le gustan. La equiparación poética del agua y el cristal fue un lugar común hace siglos; un genio como don Luis de Góngora hizo maravillas con eso”.

Tras 50 años de explorar la poesía, Huerta aclara que ésta no es un género. “Es la literatura misma. El ensayo me encanta, pero soy medio chambón. Mis ideas sobre la poesía y el ensayo han ido cambiando y quiero creer que se han afinado: antes lo veía todo un poco empapado de bajas pasiones; ahora estoy, creo, más tranquilo”.

El ganador de los premios Nacional de Ciencias y Artes 2015 y FIL de Literatura en Lenguas Romances 2019 ha recreado a la noche, ese tiempo especial oscuro, de manera constante en su obra; evoca noches asesinas, malas y también blancas.

Pero hay una noche que me llama la atención: es la Noche Mexicana, es decir, la del 15 de septiembre. Las peripecias que he vivido en varias ocasiones a lo largo de esa noche fueron la materia de algunas páginas de un libro mío, Incurable, de 1987. Ese cruce del nacionalismo y la oscuridad, sombras siniestras, me pone muy nervioso.

Hace unos años vi El gran silencio, la película sobre la Cartuja de Grenoble, donde viven los monjes silenciosos. La vi la Noche del Grito: el silencio y el grito. Afuera, mexicanos vociferantes proclamaban su extraño orgullo de haber nacido en donde nacieron; adentro, yo, ante unas de las imágenes más bellas que he presenciado, aunque fuera en una película, me complacía en atestiguar una honda experiencia espiritual”, cuenta.

Quien publicó su primer libro, El jardín de la luz, en 1972, descarta que la mujer, siempre presente en su poesía, sea su musa mayor. “No, no. Nada de musas en el sentido tradicional o clásico. Las musas son presencias sobrenaturales y ahora las tratamos como cachivaches cursis, como ha pasado en mala hora con las hadas.

Hay en eso no poco de sexismo, pues qué, ¿no hay musos? O bien los hombres son musas, lo que no deja de ser bonito. A mi mujer (Verónica Murguía), extraordinaria escritora, le dicen de repente ‘tú eres la musa del poeta’ y ella se encalabrina; yo también. Eso de la musa es todo un complicado laberinto de ideas que vienen de la antigüedad clásica, pero ahora se habla del tema muy fácilmente y con ese tinte de sexismo que me resulta antipático”, agrega.

 

Imagen intermedia

LA TRADUCCIÓN

 

El hijo del reconocido poeta mexicano Efraín Huerta (1914-1982) aclara que no le gusta mucho traducir. “Soy muy inseguro y, la verdad, nunca estudié sistemáticamente ninguna lengua. Es como lo del título universitario: siempre me he arrepentido de no haber hecho un esfuerzo para terminar la carrera (Filosofía y Letras Inglesas y Españolas). No tener un título me pesa.

Traduje con mucha emoción una novela de Víctor Serge, El caso Tuláyev, que me sirvió para depurar lo que muy pomposamente llamaré ‘mi filosofía política’. Bueno, depurar no, más bien, purgar. Me explico. Crecí en el seno de la vieja izquierda comunista, estalinista para más señas; durante largas décadas fui purgando ese estalinismo y traducir a Serge, a quien admiro enormemente, me sirvió mucho en ese proceso”, señala.

El maestro universitario desde 2005 destaca que se siente bien tras haber dedicado medio siglo de su vida a la poesía. “Aunque he procurado no hacerle daño a nadie, nunca, creo que con lo que hago, escribir, leer, estudiar, dar clases, lo consigo de una manera que me resulta satisfactoria y hasta placentera.

Ah, pero también he explorado y exploro, como lector, la novela; siempre ando leyendo una novela o dos. Últimamente me he

dedicado a leer y releer cuentos que me han gustado a lo largo de la vida. Leí, por ejemplo, los relatos completos de Marguerite Yourcenar y fui inmensamente feliz”, dice.

Huerta adelanta que trabaja en dos o tres libros de manera simultánea.

Uno, al que le tengo muy buena ley, se llama El viento en el andén y es un texto en prosa de 70 páginas. Tengo mucho material en los cajones; de repente saco un puñado de poemas, los reviso y vuelvo a guardarlos, pero ya voy a darles orden y a publicarlos, no vaya a ser la de malas”, concluye.

 

AMU

 

 

 

Te recomendamos

Tags

Comparte en Redes Sociales