La otra “bienvenida”
En la última semana, la Ciudad de México ha sido sacudida por una ola de violencia que, tanto por su intensidad como por su sincronización con el cambio de gobierno, despierta dudas inquietantes. El escenario que presenciamos parece haber traspasado las fronteras de lo ...
En la última semana, la Ciudad de México ha sido sacudida por una ola de violencia que, tanto por su intensidad como por su sincronización con el cambio de gobierno, despierta dudas inquietantes. El escenario que presenciamos parece haber traspasado las fronteras de lo cotidiano: ejecuciones, enfrentamientos armados y actos de violencia que han dejado una marca profunda en la capital. Todo ello bajo un nuevo contexto político: Clara Brugada ha asumido como jefa de Gobierno, mientras que a nivel federal, Claudia Sheinbaum comienza su presidencia. Esta coincidencia no parece casual.
Desde hace años, el crimen organizado ha demostrado su capacidad para marcar territorio y lanzar advertencias cada vez que se produce una transición en los gobiernos locales o en la Presidencia. Las elecciones, y con ellas los nuevos mandatarios, representan oportunidades para reafirmar o reconfigurar los equilibrios de poder en distintas zonas del país. Y lo que vemos en la CDMX podría no ser un hecho aislado, sino una tendencia que se consolida a lo largo y ancho del país.
El caso de la Ciudad de México es relevante, porque históricamente ha sido vista como un refugio relativamente seguro frente a las dinámicas de violencia más crudas en otros estados. Pero la capital no está exenta de las redes del crimen organizado que operan en diversas áreas, desde el narcotráfico hasta la extorsión. El aumento de la violencia en los últimos días plantea incómodas preguntas: ¿se ha convertido este fenómeno en parte de la estrategia del crimen organizado para enfrentar a las nuevas autoridades? ¿La violencia es un intento de mostrar fuerza o intimidar a un gobierno entrante?
A nivel federal, el panorama también es desalentador. Claudia Sheinbaum, en sus primeros días como Presidenta, ya enfrenta las complejidades de un país que no ha logrado frenar la escalada de violencia, particularmente en Sinaloa.
En ambos casos, llama la atención un factor que no debe ignorarse: las líderes son mujeres. En un país donde el machismo aún impregna muchos aspectos de la vida pública y privada, no es descabellado pensar que, además de los motivos habituales –control de territorio, ajuste de cuentas, advertencias–, el crimen organizado lance un mensaje de desafío al liderazgo femenino. La violencia como provocación directa, una especie de “doble apuesta” en función del género de las gobernantes.
Clara Brugada, como alcaldesa en Iztapalapa, enfrentó complejos retos de seguridad, ahora está en el ojo de la tormenta. La jefatura de Gobierno de la CDMX nunca ha sido tarea fácil, menos cuando el crimen parece haber decidido que la capital debe ser parte del tablero en su guerra por el poder.
El desafío para Sheinbaum y Brugada no es menor. Ambas tienen una historia política y administrativa que las respalda, pero también son conscientes de que el crimen organizado no distingue entre ideologías. La amenaza es concreta y su alcance no se limita a un estado o una región. La violencia desatada en la CDMX en esta semana nos obliga a preguntarnos si estamos ante un patrón: un modus operandi que el crimen organizado utiliza para desafiar a las autoridades cada vez que un nuevo gobierno toma el poder, sea a nivel local o federal.
La pregunta que nos hacemos es si esta estrategia, que podría estarse replicando en otras partes del país, tiene como objetivo no sólo reafirmar el control territorial, sino también poner a prueba a estas dos mujeres líderes en uno de los momentos más históricos en torno a la percepción de las posibilidades del poder. Si ése es el caso, estamos viendo una provocación hacia el Estado con tintes de género. ¿Cómo responderán estas mujeres? ¿Podrán demostrar que el liderazgo femenino es tan –o más– fuerte que el de sus predecesores?
La ola de violencia de la última semana pone en juego la seguridad de los ciudadanos y la capacidad de estas gobernantes para responder con firmeza y estrategia a una amenaza que evoluciona. El crimen organizado ha mostrado poder y sabe cuándo y cómo usarlo. Brugada y Sheinbaum tienen una oportunidad única de demostrar que ese poder no es absoluto y que, con políticas inteligentes, es posible enfrentar la embestida.
El crimen organizado ha lanzado su desafío. Ahora corresponde a las mandatarias y a la sociedad responder con inteligencia, determinación y, sobre todo, con una visión que trascienda los viejos paradigmas que nos han llevado a esta encrucijada. Sólo así podremos esperar que el próximo gobierno no esté acompañado del sangriento ritual que hoy nos aflige.
