El machismo herido

En los últimos días, el machismo y la misoginia han mostrado sus peores y más patéticos rostros en los comentarios que algunos personajes han dirigido contra las mujeres más destacadas en la vida pública mexicana. Los ejemplos abundan, pero tres casos recientes ...

En los últimos días, el machismo y la misoginia han mostrado sus peores y más patéticos rostros en los comentarios que algunos personajes han dirigido contra las mujeres más destacadas en la vida pública mexicana. Los ejemplos abundan, pero tres casos recientes ilustran con claridad el arraigado sesgo de género que persiste en la sociedad: las declaraciones de Rafael Inclán sobre Claudia Sheinbaum, las de Gibrán Ramírez sobre Ifigenia Martínez, y las insinuaciones de Salvador García Soto en relación con Altagracia Gómez Sierra. Cada uno de estos episodios evidencia cómo el machismo herido reacciona con desprecio y condescendencia cuando las mujeres alcanzan posiciones de poder y reconocimiento.

Primero, las desafortunadas palabras de Inclán, quien, al referirse a la primera mujer en asumir la Presidencia de México, no tuvo reparo en usar un lenguaje despectivo y sexista. Sus comentarios no sólo minimizaron los méritos de Sheinbaum, sino que la presentaron como alguien que llegó a la Presidencia por un capricho del destino o por la “fortuna” de ser la sucesora del presidente saliente. El machismo herido no puede soportar la idea de que una mujer esté al mando del país y responda con burla y desdén.

Por otro lado, las palabras de Gibrán Ramírez sobre Ifigenia Martínez, una de las figuras más respetadas en la política y la academia mexicanas, son un ejemplo claro de condescendencia, ignorancia y falta de respeto. Ramírez no solo intentó desacreditar su figura con insinuaciones maliciosas, sino que mostró un profundo desprecio hacia una mujer que dedicó su vida a la construcción de un México más justo. La manera en que descalificó su decisión de acudir a la más histórica de las investiduras de las últimas décadas y la congruencia con su trayectoria sólo confirma que, para muchos, el reconocimiento a las mujeres es opcional y condicionado a que los demás tomen decisiones por ellas.

Finalmente, la insinuación de Salvador García Soto en su columna de ayer sobre Altagracia Gómez Sierra, una prominente empresaria, no hace sino perpetuar la costumbre de vincular los logros de las mujeres con factores externos. Cuando García Soto sugiere que su éxito está más relacionado con su entorno que con su esfuerzo y talento, no hace sino reforzar el viejo estereotipo de que las mujeres sólo llegan a la cima por ayuda de otros. Estos comentarios no sólo son injustos, sino peligrosos, pues reducen el éxito de las mujeres a circunstancias ajenas a ellas mismas.

Estos tres ejemplos nos recuerdan que el machismo herido se resiste a aceptar que el poder ya no es un coto exclusivo de los hombres. En un México que avanza hacia la igualdad de género, aún hay quienes prefieren descalificar y minimizar los logros de las mujeres en lugar de aceptar que ellas también son capaces de liderar y destacar. Estos episodios no son incidentes aislados, sino síntomas de un fenómeno más amplio. El “machismo herido” se manifiesta en forma de comentarios despectivos, cuestionamientos infundados y un escrutinio delirante hacia las mujeres en posiciones de poder. Todo tiene que ver con el arribo de Claudia Sheinbaum a la Presidencia de la República. Si ese machismo  siempre había estado ahí, hoy ante imparable avance de la causa femenina en las estructuras de poder los está evidenciando en estos penosos estertores. El mundo ha cambiado y ellos ni cuenta se dieron, y lo que ellos creían saber y aprendieron a hacer (o a reproducir) a lo largo de sus vidas, de repente se les desmorona entre las manos.

La apabullante votación por Claudia Sheinbaum, el legado de Ifigenia Martínez en la economía y la política, y el liderazgo empresarial de Altagracia Gómez Sierra desafían narrativas largamente establecidas sobre el liderazgo y el éxito. Ante estos cambios, algunos reaccionan con desconcierto, otros con hostilidad apenas velada.

Las tres, como tantas otras, representan, cada una en su ámbito, el empoderamiento femenino y el avance de las mujeres en terrenos que antes eran exclusivamente masculinos. El machismo herido puede gritar pero, paradójicamente, su voz más se debilita mientras más aumenta su volumen. La reacción negativa de algunos no es más que el reflejo de un patriarcado herido que lucha por mantenerse relevante, pero que, como el animal en el pantano, no hace más que hundirse más a cada jaloneo y sacudida.

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