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La rebelión de la cordura

Víctor Manuel Torres

Víctor Manuel Torres

CUARTO DE FORROS

A la proyección del miércoles pasado de la película mexicana El infierno de todos tan temido asistimos 11 vecinos. La sala de cine para 50 personas de la unidad habitacional en donde vivo (en la Venustiano Carranza) no lució abarrotada, pero no estaba vacía.

Esta actividad forma parte de un plan organizado por una entidad pública de la CDMX y, como se ve por su capacidad de convocatoria, apenas está tomando forma. El imán de esa convocatoria, pegada en carteles dentro del edificio, fue el siguiente: “Al terminar la película habrá debate con el director Sergio Olhovich”. Imposible desdeñar la oportunidad de conversar con el cineasta que cumplirá 78 años. Era imperativo aprovechar que el director de las cintas Llovizna, Muñeca reina (basada en el cuento de Carlos Fuentes) y Fray Bartolomé de las Casas viene a tu casa. Suerte de reportero.

Pero la decepción llegó pronto: los encargados de la proyección (Rafael García y Eduardo Rincón) dieron una brevísima bienvenida, un agradecimiento seco y una trompicada introducción a la película, cuyos datos esenciales no sabían de memoria. Arrancó el filme y don Sergio no apareció. Entonces hice lo que procede en estos casos: resignarme.

La película, como se sabe, fue filmada en 1979 y estrenada en 1981, cosechando algunos premios tras su complicada distribución, pues padeció la censura lopezportillista. Está basada en el poderoso libro homónimo de Luis Carrión (1942-1997), quien en 1975 se alzó con el premio Primera Novela del Fondo de Cultura Económica e incluso participó en la elaboración del guion cinematográfico. La cinta cuenta con un elenco encabezado por Manuel Ojeda. También destacan Delia Casanova, Diana Bracho, Jorge Humberto Robles, Noé Murayama, Gabriel Retes e Isabela Corona. Todos con un ápice de sobreactuación, excepto esta última, a quien le bastaron unos minutos para darle magnífica vida a La Calandria, una anciana interna del siquiátrico en donde los personajes centrales confluyen y que lanza una arenga definitiva “en contra de la clase opresora”, discurso que detona la acción definitiva de la novela.

El personaje central, Jacinto Chontal (Ojeda), es un exmilitante del movimiento estudiantil de 1968 y en cuyo fuero interno moran fieros demonios azuzados por el alcohol. Su profesión es la literatura, pero pronto sabrá que su verdadera vocación es liderar rebeliones: como una metáfora de la “vida real”, dentro del siquiátrico (Olhovich usó como locación el Hospital Fray Bernardino Álvarez, en Tlalpan) hay dos clases sociales: los “batas blancas” (médicos opresores) y los enfermos (los oprimidos). La rebelión se impone. Es necesaria. Tácita. La revancha de la locura es consumada y el fuego (una pira hecha con muebles del hospital) hace su labor: purifica la escena final con médicos vencidos y fugitivos de la cordura que alcanzan, por fin, “la libertad”. Fin de la película. Luces encendidas. Comentarios de los vecinos.

En principio, el proyecto cultural luce atractivo. Es, en síntesis, un cineclub itinerante que ya visitó algunas unidades habitacionales y que sus organizadores (la Secretaría de Cultura local  y la Procuraduría Social) piensan consolidar.

La entidad específica que coordina este cineclub se le ha apodado, para fines prácticos, Procine. Ojalá que este plan funcione, sobre todo para que el engranaje de la vida en comunidad de mi unidad habitacional mejore. Al respecto, mis vecinos Paola y Tonatiuh ya pusieron su granito de arena, pues tuvieron la iniciativa de inscribir al edificio en la lista de Procine.

Por lo pronto, me quedé con las ganas de platicar con don Sergio Olhovich, de decirle que la edición de su película es confusa, y aun así volvió a impactarme; gracias, sobre todo, al furibundo Manuel Ojeda en su papel de Jacinto Chontal, un escritor al que la locura otorgó sus mejores dones.

 

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