De tatuajes y zapatos caros
Es frecuente que la palabra imagen sea referida, por el común de la gente, como un elemento frívolo, superficial, intangible, de carácter meramente estético, limitado al aspecto físico de los seres humanos, y no es así: imagen es percepción
SEMIÓTICA DIGERIDA…
Cuando percibimos, somos capaces de comprender muchos mensajes, más allá de la simple diferenciación entre lo bonito o lo feo. Como intérpretes emocionales que somos, solemos emitir juicios de valor con gran facilidad, vertiendo opiniones generalmente alejadas de la objetividad que debería de emanar del conocimiento real de las cosas, pero no funcionamos así, percibimos y, condicionados por nuestros prejuicios, complejos conductuales y contexto sociocultural, nos atrevemos a decir lo que creemos sin basamento alguno, simplemente porque así lo interpretamos. El semiólogo Charles Sanders Peirce definió a los signos como la relación entre un medio, un objeto y su intérprete. Esto quiere decir que, cuando algo nos está enviando un mensaje y sabemos interpretarlo, existe un medio (la cosa que lo está enviando), un objeto (el mensaje en sí) y un intérprete, que es quien lo entiende de determinada manera. Todo este rollo no es más que semiótica pura, una de las ciencias de las que abreva el terreno profesional de la imagología y la ingeniería en imagen pública, nuevas ciencias del siglo XXI que ya se estudian en México como país pionero en la materia, y que sirven para saber inducir y controlar el proceso de la percepción colectiva con el fin de provocar las opiniones favorables con las que se va a identificar positivamente aquello que se quiera y, así, conseguir la compra, la contratación, el ascenso, el voto, el patrocinio o la dádiva, entre muchos objetivos más.
LA INOCENTE JUVENTUD…
Ya tienen ahora un basamento semiótico básico para entender lo que acaba de pasar con la hija mayor del presidente Enrique Peña Nieto, Paulina Peña Pretelini, y con la joven actriz Sofía Castro, la hija mayor de la primera dama del país, Angélica Rivera. Resulta que Sofía invitó a un famoso tatuador, cuyo nombre artístico es JonBoy, a la residencia oficial de Los Pinos con el objetivo de departir, hacerse mutuamente unos tatuajes y pasarla bien un rato. Sofía le pidió que le tatuara una letra J, inicial del nombre de su papá, y ella le tatuó a él, obviamente con su asistencia, el nombre de Sofía, pues el artista suele solicitar a la gente que estima que le tatúen algo significativo. Pronto se unió a la visita Paulina, quien le pidió que le tatuara las iniciales ML, en alusión a My Love, My Life, una frase con la que solía identificarla su mamá, Mónica Pretelini, la fallecida primera esposa del presidente Peña. El amigo no les cobró y así todos contentos. Hasta ahí, un hecho que, a mi parecer, es intrascendente.
LA MALA INTERPRETACIÓN…
Aaaah… pero resulta que, tanto el tatuador como Sofía, subieron a su Instagram fotos de ellos y sus tatuajes con el afán de exhibirse, costumbre vanidosa arraigada ya en millones de jóvenes (y no pocos adultos) en todo el mundo. Para acabarla de complicar, la foto del tatuaje en la parte baja de la pierna de Sofía dejaba ver unos zapatos Gucci muy llamativos a la par de costosos. Un reportero del diario Reforma lo vio y los editores decidieron hacerlo noticia de primera plana durante ¡dos días!, exhibiéndolas como si hubieran hecho algo malo, publicación que azuzó los ánimos entre los lectores y usuarios de las redes sociales, quienes convirtieron el hecho en tópico viral. Los insultos que recibieron fueron tan agresivos como inmerecidos, pues un análisis objetivo indicaría que una chica invitó a un amigo tatuador a la temporal casa en la que vive desde hace casi seis años, invitó a su hermanastra, se tatuaron y se fotografiaron, usando, en el caso de una de ellas, unos zapatos caros que compró con el dinero que gana como actriz. Hasta ahí nada malo o ilegal. Entonces, ¿por qué la negativa respuesta social? Ah, pues porque los intérpretes de los signos que representan Los Pinos, los tatuajes de JonBoy y los zapatos caros lo entendieron como una afrenta personal y a la nación misma, como si hubiese sido un dispendio del presupuesto federal. ¿Lo era? Por supuesto que no, pero así de cruel es el juego de la imagen pública. ¿Se podría haber evitado? Claro que sí, pero para ello tendrían que haber sabido uno de los principios básicos del uso de las redes sociales: hagas lo que hagas, no lo exhibas. Ahí es donde estuvo el error y sus consecuencias, en la subida a redes, no en el hecho.
Rector del Colegio de Imagen Pública
Twitter: @victor_gordoa
