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Regresar no es fácil

Víctor Alejandro Espinoza

Víctor Alejandro Espinoza

José tiene 16 años sin cruzar la frontera, más de tres lustros trabajando intensamente para sobrevivir en una ciudad complicada y cara como lo es Nueva York. Paga dos mil dólares de renta por un departamento en los suburbios. Y gana 15 dólares la hora; para renta y biles debe trabajar al menos 12 horas diarias.

Afirma que por los traslados (hora y media de ida y el mismo tiempo de regreso) y las actividades de atención a su familia, sólo le quedan dos horas para dormir. Así todos los días para sobrevivir en la Gran Manzana.

Vive en las afueras de Brooklyn, una de las cinco “delegaciones” que integran la zona metropolitana; a diferencia de Manhattan, las rentas son más accesibles: ahí y en Queens, donde viven más mexicanos; aunque aclara que la mayoría son “paisanos”, de Puebla. Antes de llegar a Nueva York, José vivió un par de años en Tijuana, en la colonia Obrera, y trabajaba en un hotel. Su primera impresión de la ciudad fronteriza, en los años 70, luego de las inundaciones de Cartolandia, era que “estaba horrible”, fue lo que observó antes de aterrizar y su deseo era regresarse de inmediato. Sólo aguantó dos años.

En Nueva York ha tenido distintos trabajos: limpiando edificios, reparando, barriendo calles durante las nevadas: hoy trabaja en el Upper East Side, en un hotel en el área de mantenimiento: ya la mayoría de los trabajadores “somos mexicanos”, afirma. “Hemos desplazado a los rusos y a los albaneses. Demostramos que somos buenos para el trabajo; antes los mánagers no nos querían o metían a pura gente de su nacionalidad”.

Cuando llegó, batallaba hasta para que le prestaran la herramienta: “Pensaban que me la robaría”. Desde luego que uno de los grandes problemas es el idioma. “Hay paisanos que llegan y no hablan ni siquiera español, puro mixteco: los patrones piensan que hablan chino, pues nadie les entiende”. Hoy ya hay paisanos hasta en los restaurantes más caros, donde dicen que son franceses o hasta japoneses, pero en las cocinas todos son mexicanos.

“Hay mucho racismo”, afirma. “Nos tratan mal en la calle: incluso los afroamericanos nos asaltan, nos agreden: por eso surgieron grupos de “defensa” de poblanos, pero que se transformaron en mafias: se desató una verdadera guerra; incluso mi primo se tuvo que ir, pues ya debía varias muertes. Al rato los afros hasta les tenían miedo de los sanguinarios que eran”.

El 11 de septiembre de 2001 es una fecha imborrable. “Hasta mi casa llegaban los papeles de los edificios en llamas. Todo se paralizó y la gente estaba muerta de miedo; aunque ya había pasado lo de las bombas en el World Trade Center. Pero esa vez lo pudieron evitar; el 11 de septiembre fue distinto. La gente pensaba que iban a dinamitar los puentes y los túneles. Tardamos como dos meses para que se regularizara el trabajo; todo quedó lleno de polvo y de miedo.

“Uno de los mayores problemas es que los mexicanos, aunque son bien trabajadores, llega el viernes y agarran la borrachera. Ya el domingo se gastaron toda la paga y andan pidiendo prestado para la comida. Es una situación muy difícil y triste. Nunca juntan nada ni mandan dinero a su tierra. Yo me quiero regresar, pues mi abuelo me heredó una casa tipo hacienda, con unos muebles como de museo. Es mi ilusión, ya estoy cansado; pero la mayoría no se regresa: siempre lo piensan pero pocos lo logran. Yo creo que yo sí me regreso con todo y mis hijos”.

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