¿No me da mi calaverita?

En Palacio Nacional apareció una ofrenda de Día de Muertos, no fue la que la presidenta Claudia Sheinbaum presumió y que estuvo dedicada a las mujeres indígenas, sino que ésta fue más oscura, fuera del reflector. Ahí estaba el retrato deslavado de la transparencia a ...

En Palacio Nacional apareció una ofrenda de Día de Muertos, no fue la que la presidenta Claudia Sheinbaum presumió y que estuvo dedicada a las mujeres indígenas, sino que ésta fue más oscura, fuera del reflector.

Ahí estaba el retrato deslavado de la transparencia a la que le pusieron en un platito su comida favorita: solicitudes de información contestadas a tiempo. A la pobre la fueron matando poco a poquito hasta que desapareció para siempre. También se encontraba la fotografía de la honestidad que, de ser tan traída y llevada por el expresidente Andrés Manuel López Obrador, comenzó a sufrir primero fatiga crónica y después un infarto de credibilidad. Dicen que las casas grises, los hermanos e hijos incómodos, así como altos mandos de la Marina, entre otros muchos, le provocaron una cadena de paros cardiacos de los que ya nunca se recuperó. A su lado alguien también quiso recordar al decoro, ese al que enterraron los morenistas cuando les dejó de importar y comenzaron a presumir sus excesos, sus viajes de lujo internacionales, sus joyas y ropas de marca e incluso su amistad con personas non gratas.

También apareció la foto del INE en sus buenos tiempos, donde se observaba que tenía un papel democrático saludable, con mirada digna y presupuesto.  Le dejaron una veladora con la imagen de su santa patrona “la autonomía”, la cual se fue apagando poco a poco. Dicen que todavía camina por ahí, cual ánima en pena repitiendo en voz baja: “¡Ay mis votos…  Ay mis votos!”. A su lado, se encuentra el Tribunal Electoral del Poder Judicial de la Federación al que le colocaron fruta de temporada, como manzanas de la discordia. Padeció de una larga enfermedad cuando uno a uno los magistrados autónomos fueron desapareciendo.

La oposición igualmente fue recordada por los fieles, que le pusieron imágenes de cuando podían organizarse, ponerse de acuerdo y arrebatarle posiciones al poder. Le dejaron como platillo acuerdos funcionales y estrategias que duraban más de dos semanas. Hoy sólo se aparece ocasionalmente como espíritu chocarrero en el Congreso.

El debate legislativo no podía faltar en el altar, el pobre murió de una sobredosis de obediencia. Ya no le hacían transfusiones de argumentos, lo sedaron con mayorías artificiales y trataron de curarlo con los llamados parlamentos abiertos, pero resultó ser sólo un placebo que no le hizo nada al cáncer que lo fue minando día con día.

Por supuesto, también estuvo presente la imparcialidad del Poder Judicial. Su retrato apareció rodeado de sentencias que en su momento incomodaron al poder, lo enterraron con acordeones y sermones y será uno de los más extrañados por el país. A su lado también estaba el crecimiento económico, que murió desde el sexenio pasado sin que nadie le organizara un funeral digno. Le pusieron de ofrenda gráficas ascendentes que ya nadie parece recordar.

A un costado de la ofrenda no faltó quien, con mano extendida, se acercaba a pedir su calaverita, porque si algo no ha muerto en este país es la costumbre de pasar lista para ver qué cargo, contrato de adjudicación directa, candidatura, embajada o posición plurinominal le toca. Los otros, los que ya estaban en el presupuesto, pasaban de largo apurados para ir a la foto oficial.

Si algo enseña el Día de Muertos es que los difuntos regresan cuando alguien los nombra y, aunque muchos quisieran voltear hacia otro lado, conviene no perder de vista que hubo un tiempo en que las instituciones eran fuertes, había un Poder Judicial que se le plantaba al Ejecutivo y una oposición que sí alcanzaba a pintar, aunque fuera con plumones prestados y el pulso tembloroso.

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