Superman

La sabiduría puede manar de la fuente más inesperada y las cosas aparentemente más frívolas nos llegan a conducir a profundas conclusiones filosóficas. Por ejemplo, de entre las clásicas dicotomías del “¿qué prefieres?”, el frío o el calor, los gatos o los ...

La sabiduría puede manar de la fuente más inesperada y las cosas aparentemente más frívolas nos llegan a conducir a profundas conclusiones filosóficas. Por ejemplo, de entre las clásicas dicotomías del “¿qué prefieres?”, el frío o el calor, los gatos o los perros, la playa o el bosque, hay una que me parece la más interesante: Batman o Superman. Para no extenderme mucho sobre por qué prefiero al último, echaré mano de la célebre frase del famoso historiador, Lord Acton: “El poder tiende a corromper y el poder absoluto corrompe absolutamente”. En el universo de DC, Superman es el superhéroe más poderoso (junto con Shazam, si consideramos a Espectre un antihéroe y, con permiso de la Mujer Maravilla, una superheroína) que, sin embargo, no sucumbe a la tentación de su propio poder. Además, es migrante, creció en una granja, tiene una identidad secreta afable, eligió un traje poco amedrentador, lucha simultáneamente por la verdad y la justicia, se somete voluntariamente a las leyes que nadie podría obligarlo a obedecer y no ceja en hacer sacrificios por el bien común. Encima de todo esto, hay un elemento más que me hace decantarme por él: su símbolo representativo me parece más interesante que el de un murciélago. Aunque la mayoría piensa que es una ese, en realidad es el escudo de armas de su familia, inspirado en un río de su extinto mundo, que simboliza la esperanza. La relevancia del concepto se aprecia mejor al compararlo con su opuesto: la desesperación. En estas fechas en que las plataformas de streaming se llenan de programas navideños que exaltan la esperanza, me encontré con un documental de la vida del Superman por antonomasia: Christopher Reeve. Como es sabido, el actor representó al personaje en cuatro famosas películas, entre 1978 y 1987, pero en 1995 se seccionó la médula espinal y fracturó dos vértebras cervicales en un accidente de equitación que lo dejó tetrapléjico. Antes de ese funesto día, Christopher era una persona excepcionalmente activa: viajaba asiduamente, esquiaba, volaba planeadores, navegaba y, por supuesto, montaba a caballo, entre otras actividades. De pronto, ya no pudo mover un solo músculo del cuello hacia abajo, pero no perdió la esperanza. Hasta entonces, la ciencia médica creía que, de llegar a haber alguna mejoría, sería durante los primeros seis meses; después era impensable. Él estuvo seis años ejercitándose, sin dar señales de ninguna recuperación, pero no desesperó y al fin pasó de no poder respirar por sí mismo ni sentir absolutamente nada, a hacer lo que todos los médicos creyeron imposible, evolucionó su condición de grado A a grado C, es decir, recuperó la habilidad de mover los dedos y las articulaciones, así como el sentido del tacto en todo su cuerpo, e incluso llegó a mover los pies. Mientras tanto, también fundó, junto con su esposa, la Dana Reeve Foundation y cofundó la Reeve-Irvine Research Center, para ayudar a otras personas en circunstancias parecidas. Estoy convencido de que, si hubiera sobrevivido a la reacción adversa al antibiótico que le provocó la muerte, hubiera vuelto a caminar. Es impactante oírle decir que de todo esto había aprendido que nuestra esencia no es lo que hacemos, sino las relaciones que formamos: “en mi caso –declara en el documental–, quizá era necesario un evento catastrófico para cambiar mi perspectiva”. Después de todo, como dice un famoso proverbio chino: “Todos los hombres son sabios; unos antes, otros después”. A quienes celebran estas fechas les deseo la sabiduría y esperanza de este Superman.

CONSENTIDO

En un fancómic de Superboy, titulado Renovada esperanza, el animal favorito de Superman es el ornitorrinco.

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