Fanáticos
Astronomy Domine nos hizo sollozar, pero al escuchar los acordes iniciales de Learning to Fly ya no contuvimos las lágrimas.
La palabra “fan”, viene del latín fanaticus y con ella se alude a aquél cuya mente parece como inspirada por una divinidad, como las que se suelen encontrar representadas en los templos (fanum). Yo me considero fan de muy pocas cosas, pero confieso que hay algo por lo que he estado dispuesto a tomar algunas decisiones poco racionales. El asunto comenzó en mi adolescencia, durante un viaje para el cual convine con mi acompañante llevar una muestra de la música que preferíamos cada uno para compartirla durante el trayecto. En aquel tiempo aún dependíamos de soportes de almacenamiento para reproducir música, así que me puse a hurgar entre sus discos compactos hasta que me llamó la atención el título de una canción: Young Lust. “Pero no puedes escucharla directamente, tienes que empezar desde la anterior: Empty Spaces”, me dijo. Me pareció tan intrigante la advertencia, que accedí.
Seis años después, estaba atrapado en un coche con mi mejor amigo en el tráfico de una vía principal, a un par de kilómetros del Autódromo Hermanos Rodríguez, donde se presentaría por primera y (ahora sabemos) última vez, Pink Floyd en México. Llegados a cierto punto, acordamos abandonar el coche y correr para no perdernos nada del evento. Ya encontraríamos el coche después y pagaríamos las multas, o no, quizá no lo recuperaríamos jamás, pero, al fin y al cabo, era un coche. La primera pieza, Astronomy Domine, nos hizo sollozar, pero al escuchar los acordes iniciales de su secuencia, Learning to Fly, ya no contuvimos las lágrimas. Después de eso, asistí asiduamente a cuantos conciertos pude, tanto de Pink Floyd como de Roger Waters.
Una noche, 22 años después, corría desaforadamente sobre un puente peatonal con dirección al Foro Sol, donde Roger Waters ya había interpretado ocho canciones, seis de las cuales pertenecían al disco que más semanas (937) ha permanecido en la lista Billboard 200 de todos los tiempos, The Dark Side of the Moon, mientras escuchaba a lo lejos Us and Them; sin embargo, para cuando llegué a la puerta, había terminado. Mi demandante trabajo me impidió llegar a tiempo, por lo que mis acompañantes entraron sin mí; no obstante, buscarlos me permitió vivir un momento especial, ya que, sin premeditarlo, acabé de espaldas al escenario, mirando al público, cuando concluyó Fearless. Fue abrumador vivir el icónico coro final de esa canción, de frente a la multitud. Pero ni eso me disuadió de cambiar de empleo inmediatamente.
El fenómeno fan surge cuando se genera tal identificación con aquello a lo que se es aficionado, que se llega a replicar la secreción de dopamina de quien se admira: el artista cantando, el futbolista anotando un gol o el caudillo peleando en la guerra. Pero, ser adicto a esa descarga de dopamina y tener la expectativa de perderla, combinada con inmadurez, siempre deriva en reacciones violentas.
Mientras escribo esto, se investiga la muerte de un aficionado al futbol de 16 años, que fue apuñalado, presuntamente, por seguidores del equipo contrario, el viernes pasado en Jalisco, y una madre se recupera de una herida de bala en la mandíbula que le provocó su hijo de 13 años, el domingo, en la Ciudad de México, por haberle castigado su teléfono celular.
¿Quién es Pink?
La pregunta se la hizo al grupo un productor de la discográfica EMI, que no sabía que la banda se llamaba así por Pink Anderson y Floyd Council, y se volvió tan icónica que la incluyeron en la letra de la canción Have a Cigar, misma que el 15 de septiembre pasado cumplió 50 años de haber sido lanzada.
