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Transición a la transformación

Ricardo Peralta Saucedo

Ricardo Peralta Saucedo

México correcto, no corrupto

En Reino Unido, la transferencia de estafeta del gobierno entrante dura apenas cinco días. Según la legislación británica, los tiempos comienzan una vez que es reconocido el primer ministro por el órgano electoral como vencedor de las elecciones. Los trámites administrativos son meramente enunciativos, ya que el Servicio Civil de Carrera, para la mayoría de los servidores públicos, sólo le hace sustituir a los titulares de cada ramo administrativo del gobierno. Y las medidas de transparencia y fiscalización relacionadas con los recursos públicos son enteradas y auditadas ya entrado el nuevo gobierno, mediante cruces informáticos que dan certeza a los nuevos gobernantes sobre la transparencia de toda la administración, gasto público, contrataciones y demás elementos de revisión.

El mismo caso ocurre en Francia y en Australia, donde son ocho y nueve días, respectivamente, para intercambiar el gobierno, una vez conocido el resultado electoral.

No importando los partidos que gobernarán ni las tendencias económicas a implementarse, la administración pública adquiere el ritmo que el mandatario en curso y su gabinete postulan como proyecto de desarrollo, por lo que la operación gubernamental se institucionaliza frente a los nuevos gobernantes y ejecuta los planes y programas.

En nuestro país, cada cambio de sexenio, incluso y aún con el mismo partido político, es un río, por no decir avalancha, de personas que abandonan (les renuncian), para escribirlo de manera políticamente correcta, la administración pública, ya sea para ir a otra dependencia local o federal o, incluso, ser legislador, según el grupo o proyecto en puerta. O a su casa.

Cosa muy diferente ocurre cuando hay un cambio de partido que apenas ocurrió en el año 2000, cuando el PRI fue derrotado por primera vez por el PAN. Ahí no hubo despidos, hubo una cacería de brujas, no importando si eran o no eficaces servidores públicos, la consigna fue eliminar todo lo que oliera al tricolor, y esa tendencia permaneció durante 12 años en el gobierno federal. Salvo algunos que en la coyuntura se convirtieron en azules y después, en 2012, de nuevo en tricolores. Lo mismo ocurrió en la CDMX con el PRD, la persecución a los nuevos morenistas al principio del sexenio fue inclemente.

Algunos serán de hueso colorado fieles a sus banderas, con la consecuencia del destierro político y, lo más doloroso para ellos, despojarse del poder público. Otros, con visiones menos ortodoxas, son flexibles y atentos a la coyuntura, han podido merodear sin ruborizarse y sin pudor alguno en los pasillos de la burocracia durante décadas.

China, Chile, Uruguay, Estados Unidos y España llevan procesos de transición con términos que van desde uno a cuatro meses después de la elección, igual que México.

Sin embargo, lo que ocurre en nuestra patria en este 2018 es único. Nunca en la historia de la humanidad un presidente virtual y ahora electo había marcado la agenda nacional e internacional de México desde el día de la elección, con apenas 51 días después del triunfo y 12 después del reconocimiento legal, la contundencia electoral y la expectativa social son sinonimia. El reto es titánico y la voluntad del nuevo mandatario es inquebrantable.

La exigencia de forma caricaturesca desde la “virgen oposición” empieza. Cada propuesta es increpada, han nacido, de manera espontánea, expertos en aeronáutica, trenes, medio ambiente, procuración y administración de justicia, finanzas, social y hasta en deportes, todas estas especialidades en opinólogos que cambian de cachucha según la nota del día. Multifacéticos comunicadores e influencers tienen capacidades propias del fallecido científico Hawking.

A gobernar a partir del 1 de diciembre, con todas las posibilidades de hacerlo de manera exitosa, con la gesta anticorrupción como estandarte del ejercicio público. Y, sobre todo, con la enorme responsabilidad de no fallar a los millones de mexicanos que queremos ya el inicio de la cuarta transformación.

 

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