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La historia de la impunidad mexicana

Ricardo Peralta Saucedo

Ricardo Peralta Saucedo

México correcto, no corrupto

Otro de los males sociales y políticos que nos hermana con la mayoría de los países latinoamericanos principalmente es la similitud de la historia de la impunidad. Nuestro origen histórico colonial español y portugués hace que las analogías sean separadas sólo por las fronteras y nacionalidades, aunque para mí no las hay.

Los abusos cometidos en contra de los nativos prehispánicos en todo el continente latino son los primeros hechos y actos de impunidad donde la violación a los derechos humanos, patrimoniales y territoriales a la fecha se encuentren sin resarcimiento. El antecedente está como una marca de acero candente en el colectivo nacional de cada país, no hubo consecuencias de reparación ni disculpas ni nada ni habrá.

Gran parte de esos agravios se agudizaron durante el desarrollo de la Colonia, fueron el motor que generó las aisladas acciones independentistas en los territorios ocupados; la armonización y adopción ideológica de la lucha dio sus frutos después de años sangrientos de guerra y más abusos.

Al igual que la Guerra de Reforma y de Revolución, México sumó décadas de desánimo, desilusión y gran furia. El combustible de las guerras civiles en México fue la enorme impunidad.

La etapa porfirista y posrevolucionaria fueron escenarios donde del crecimiento de la impunidad y la corrupción tuvieron terreno fértil. Ejemplos históricos y documentados hay cientos o quizá miles, algunos a manera de novela de Ignacio Manuel Altamirano y otros como Mariano Azuela.

Fueron casi nueve décadas y dos sexenios más donde la impunidad no tuvo freno alguno en México, el propio diseño de la legislación propició su rampante florecimiento, muchos políticos desde los posrevolucionarios hasta el sexenio pasado amasaron fortunas que, a la fecha y por varias generaciones, han prosperado a sus beneficiarios de manera ostentosa y grotesca, todo al amparo de la corrupción política y económica.

Hay entidades federativas en México que aún no conocen la alternancia del poder en sus gobiernos locales, los mismos partidos, mismas políticas e igual de pésimos resultados en todas las materias: regiones estigmatizadas, inseguridad, violencia, corrupción, metas inconclusas en salud, educación, deporte, cultura… En los meses por venir, se estrenarán 12 de 15 gubernaturas, la esperanza de un cambio profundo es la añoranza del electorado, ganó institucionalmente Morena, pero la decisión fue la confianza depositada en los candidatos. Una generación de líderes con gran arraigo emocional con la población. El compromiso es aún mayor, porque existe autoridad moral de dos vías: los electos y los electores.

Llevamos 20 años acumulando de manera incesante huérfanos, familias disgregadas, comunidades desplazadas, homicidios, feminicidios, delitos por hechos de corrupción y exfuncionarios de gobierno involucrados en delincuencia organizada y enriquecimiento ilícito.

La ilusión que se tuvo en el año 2000 después de décadas resultó una tragedia nacional, el peor gobierno, el peor presidente de la historia de México, Vicente Fox, traicionó a la patria. No sólo continuó con las excentricidades y frivolidad del pasado, fue el gran omiso, el padre de la impunidad moderna nacional. Todos conocemos las historias, desde Salinas, Zedillo, Calderón y Peña. La consulta popular que se realizará el 1 de agosto es un acto contra la impunidad, si resulta procedente procesarles que se haga justicia legal, si no, que sea el principio histórico para erradicar para siempre la repetición de la vergüenza nacional, que el pueblo tatúe con su voto no olvidar en la conciencia social lo que ocurrió y que los jóvenes recuerden la responsabilidad de mantener viva la transformación en las décadas por venir. Las consecuencias han sido devastadoras: la impunidad también es generadora de inseguridad y violencia.

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