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La caída de la gran Tenochtitlán y la paz nacional

Ricardo Peralta Saucedo

Ricardo Peralta Saucedo

México correcto, no corrupto

Los aztecas fueron un pueblo que logró hacer su imperio expansionista a través de su poderío militar, ofrecían los corazones de los conquistados estando en vida para ofrendas a los dioses.

Esa forma de gobernar les hizo perdurar 196 años desde su fundación, donde gobernaron 11 reyes. Tenochtitlán duró 75 días sitiada, murieron más de 100 mil mexicanos. El rey Quauhtemotzin (Cuauhtémoc) fue torturado por los españoles, quemándole los pies, para conocer el escondite del tesoro real y apropiarse de él.

Todos los mexicanos de todas las regiones, que en alianza con los invasores, proveyeron lo necesario para la caída del Gran Imperio Azteca, fueron, a la postre, denostados y olvidados en la miseria, siendo objeto de la opresión y el odio, no sólo por los aún mexicas sobrevivientes de la gran matanza, sino, primordialmente, por los propios españoles.

Hoy, 13 de agosto, se conmemora, y no es un día para celebración, la caída del Gran Imperio Azteca.

Cuauhtémoc se entregó ante la supremacía bélica, 600 españoles y diez mil tlaxcaltecas les vencieron, Tenochtitlán tenía una población de 300 mil habitantes, donde la mitad era su ejército. Ganó la estrategia y la tecnología militar, 13 bergantines que ocuparon el lecho del lago dispararon sus cañones.

Fue tal la cantidad de muertos, que el hedor hacía escapar a propios y extraños. Bernal Díaz del Castillo escribió: “…estaban llenos de cuerpos y cabezas de hombres muertos, que yo no sé de qué manera lo escribía; pues en las calles y en los mismos patios de Tlatelulco no había otras cosas, y no podíamos andar sino entre cuerpos y cabezas de indios muertos… Yo creo que los mexicanos dejaron de propósito insepultos los cadáveres para ahuyentar con su mal olor a los sitiadores. No se puede pensar en otra cosa si se considera la escrupulosa diligencia de aquella nación en las exequias de sus difuntos”.

Fue en realidad decepcionante el botín esperado por los españoles, poco menos de 380 mil pesos en oro que fue enviado a Carlos V, además de joyas, perlas y piedras preciosas; sin embargo, fueron robadas por Juan Florín, un corsario francés.

Lo que menos ocurrió después de la caída de la gran Tenochtitlán fue una situación de paz, la sangrienta colonización comenzaba, el pueblo azteca y todos aquellos que no cedían ante la invasión fueron perseguidos y asesinados.

Nuestro país ha estado siempre convulso. Ha sido una tierra donde la sangre se ha derramado como lluvia. Donde los cuerpos como sacrificios a los dioses son ahora sacrificados por la deidad del dinero y del poder del crimen organizado y los corruptos.

Niños, mujeres y jóvenes son explotados por el crimen organizado y orillados a obedecer al no tener opciones para subsistir, amenazados con ser torturados, mutilados, asesinados y disueltos en ácido. Esto saben que ocurre frente a un manto de injusticia e impunidad institucionalizado.

Miles de familias lloran por sus desaparecidos, los testimonios son desgarradores, casi nadie en el país se ha salvado de las garras de la violencia y la delincuencia. Es inaudito que siga habiendo quien dude sobre la urgencia de pacificar a nuestro México.

El mundo de lo ilícito no puede ganar terreno a los que vivimos en la licitud. ¿Los críticos y adversarios a la pacificación qué son? ¿Guerristas? ¿Patrocinadores de la muerte? Denuestan las iniciativas que hace más de 18 años tuvieron la oportunidad de explorar, pero prefirieron la punición y las armas.

Celebremos como una sola nación el inicio de los Foros por la Pacificación; cualquier instrumento legal, social, económico y político debe ser utilizado para coadyuvar a detener el mar de sangre y dolor. Basta ya de moralismos hipócritas y descalificaciones de baja estatura; la reconciliación está en marcha, sólo los que quieren estar al margen del país y la añoranza del pasado se quedarán como espectadores. Seamos fraternos con el dolor del pueblo, ayudemos a sanar las enormes heridas de nuestro amado México.

                Profesor de la Facultad de Derecho de la UNAM

 

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