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El amor a la patria

Ricardo Peralta Saucedo

Ricardo Peralta Saucedo

México correcto, no corrupto

Un discurso ad hoc para ratificar el orgullo de nuestra tierra es el pronunciado por François-René de Chateaubriand, escritor y político francés fallecido en 1848.

El texto nos obliga a reflexionar sobre lo que para usted significa México, nuestra casa, nuestros recursos, nuestra gente y el futuro que construimos entre todos, es un texto para valorar lo que tenemos bajo nuestros pies y en nuestros pensamientos.

“El instinto peculiar del hombre, el más hermoso, el más moral de los instintos, es el amor a la patria.

“¡Cosa extraña y sublime es que nos identifiquemos al suelo por la adversidad, y que el hombre que no ha perdido, si no una cabaña, sea el que más eche de menos el techo paterno! La causa de tal fenómeno consiste en que la prodigalidad de una tierra demasiado fértil destruye, al enriquecernos, la sencillez de los lazos naturales que se forman por resultado de nuestras necesidades; así, cuando dejamos de amar a nuestros padres, porque ya no son necesarios, dejamos de amar a la patria. Todo corrobora la verdad en esta observación. Un salvaje tiene en más su choza que un príncipe su palacio; el montañés, además, encantó su montaña que el habitante de la llanura en su surco. Pregunta a un pastor escocés si querría cambiar su suerte con la del primer potentado de la tierra, y verás cómo lejos de su querida tribu  conserva en todas partes sus rebaños, su torrentes, sus nubes. No aspira sino a comer pan de cebada, a beber leche de cabra y a cantar en el valle las mismas baladas que cantaban los abuelos; desfallece si no vuelve a su país. Es una planta de la montaña y, por lo tanto, sus raíces están destinadas a asegurarse en los peñascos, pues no puede prosperar si no la combaten los vientos y las lluvias; la tierra, los abrigos y el sol de la llanura la desecan.

“¿Quién es más feliz que el esquimal en su espantosa patria? ¿Que le importan las flores de nuestros climas, comparadas con las nieves del Labrador y nuestros palacios en parangón con su ahumada caverna? Se embarca con su esposa en la primavera en algún hielo flotante, y arrastrado por las corrientes se interna en alta mar sobre aquel trono del Dios de las tempestades. La montaña columpia sobre las olas sus luminosas cúspides, esos árboles de nieve; los lobos marinos se entregan al amor en sus lóbregos valles y las ballenas le acompañan en el océano. El osado salvaje estrecha sobre su corazón, en su movible escollo, a la mujer que Dios le dio,  y goza con ella alegrías desconocidas en aquella mezcla indefinible de placer y peligros. Así, al ligarnos a la patria, la Providencia justifica siempre sus grandes miras, pues tenemos mil razones para amar el suelo natal. El árabe no olvida el pozo del camello, la gacela y, sobre todo, el caballo, fiel compañero de sus excursiones; el negro se acuerda siempre de su ranchería, de su azagaya, de su banano y del sendero de la cebra o del elefante.

“Si se nos preguntase en qué consiste la fuerza de los vínculos que nos liga al suelo natal, tal vez nos costaría trabajo responder. Tal vez es una sonrisa de una madre, de un padre o de un hermano; tal vez es el recuerdo del viejo preceptor que nos educó o de los los tiernos compañeros de nuestra infancia; tal vez los desvelos de una nodriza, de un antiguo doméstico, parte tan esencial de la casa (domus), son, por último, tal vez las circunstancias más sencillas y, si se quiere, más triviales: un perro que ladra durante la noche en el campo; un ruiseñor que volvía todos los años al jardín; el nido de una golondrina en la ventana; el tejo de un cementerio, el sepulcro gótico; ¡he aquí todo! Pero estos pequeños medios demuestran con tanta mayor certidumbre la realidad, una Providencia, puesto que no podrían ser el origen del amor a la patria y de las grandes virtudes que brotan desde el amor si una voluntad suprema no los hubiere dispuesto así”.

El amor a la patria son las historias personales y el amor al prójimo, eso nos hace solidarios. No esperemos la tragedia para demostrarlo, hagámoslo en la práctica diaria.

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