Cuando un soldado deja de serlo

La democracia no busca la instauración de un país utópico.

El reportaje de Ignacio Rodríguez Reyna sobre los dispendiosos viajes del secretario de Defensa, nos da a conocer un panorama político que explica en buena medida, el perturbador humor social que nos envuelve.

Un soldado deja de serlo cuando incumple los valores que lo llevaron a la carrera castrense. Los apetitos de la gran burguesía, por definición le son ajenos; cuando se traspasa ese umbral desaparece la coherencia y su conducta deja de atender las irrenunciables y significativas tareas que se le han encomendado.

Más allá de lo que exteriorice su jefe, ¿qué pensará y sentirá con alguien quien cede a bajar las banderas proclamadas que le han dado la posición nacional que adquirió? Concretamente: Primero los pobres, la austeridad republicana, el ascetismo franciscano y la lucha contra la corrupción.

¿Cómo dejarse vencer por un lujo banal que descobija a un ser carente del carácter para manejar a miles de personas que le han brindado su confianza? Queda por encontrar la razón mayúscula, radical, que le hizo traspasar ese umbral. La ruptura es más que eso, se ha convertido en un traumatismo social. ¿Qué pensará la tropa de un soldado de altísimo rango que nos deslumbra con una marcada preferencia por el lujo superficial, y sus subordinados, los coroneles, mayores, capitanes, tenientes, sargentos, cadetes, cabos y rasos?

Cuando un soldado deja de serlo, sólo él sabe por qué ha renunciado a una vida sencilla, moderada, disciplinada y volcada en el servicio a los demás y lo que es definitivo, a su patria. ¿Cómo confiarle tareas importantes, decisivas como la lucha contra narcotraficantes y asesinos?

El poder crea las reglas, pero éstas no son para él, son para los demás. El poderoso hace lo que quiere porque puede. Por eso se afana en construir castillos, pirámides, columnas, acueductos,  caminos férreos o hacer viajes de placer que no le corresponden de acuerdo a su formación, a su mística, a sus intereses y a la misión que se ha fijado.

Cuando sus subordinados ya no lo respetan, crean habladurías y las burlas pululan, ¿qué debe hacer un soldado cuando deja de serlo? Le queda la renuncia a sus responsabilidades. Quedarse en el puesto, se convierte en un lastre para su jefe, en una pesada carga que en lugar de ayudarlo, puede conducirlo a situaciones vergonzosas o ridículas. ¿Merece eso quien le ha dado rango y confianza? Y la población, ¿qué pensará y cómo se comportará en horas decisivas?

Hoy, la voluntad de transparencia vuelve a ser la gran reivindicación de una sociedad acostumbrada a la simulación y al ocultamiento sistemático de todas las turbiedades. De ahí que en esta hora exijamos una rendición de cuentas absoluta. Contrariamente al totalitarismo, la democracia no busca la instauración de un país utópico, se satisface con luchar por una siempre acotada justicia humana.

El poder, y concretamente el Presidente, tiene ahora la extraordinaria oportunidad de rectificar y hacer claramente una realidad sus propósitos más profundos.

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