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La patraña de “ciudadanizar” la política

Pascal Beltrán del Río

Pascal Beltrán del Río

Bitácora del director

 

Ante el desprestigio que la política vive a nivel mundial, los partidos han optado por mimetizarse con sus impugnadores.

Se trata de una estrategia bastante arriesgada para evitar caer en la irrelevancia.

Los políticos calculan que, tarde o temprano, una horda de ciudadanos los avasallará y que más vale unírseles antes de que eso ocurra.

Eso mismo está sucediendo en México. Como en otras partes del mundo, la política es una actividad mal vista, prácticamente apestada.

El repudio no es gratuito. En los veinte años de alternancia real que tiene el país, los partidos no han saneado el escenario en el que desenvuelven.

En lugar de terminar con las prácticas del viejo régimen autoritario –que llevó al PRI a perder la Presidencia de la República en 2000–, las viejas oposiciones de derecha e izquierda copiaron los modos del tricolor e incluso los llevaron más allá.

Hoy, una gran mayoría de los mexicanos siente desprecio por la política cuando lo que debería sentir es repudio por los que han usado la política en su beneficio en lugar de usarla para procurar las soluciones que requieren los problemas de los ciudadanos.

La forma en que los políticos están reaccionando ante eso es dar a los indignados lo que quieran antes de que éstos los expulsen del poder.

Es una estrategia peligrosa, pues puede devenir en lo que estamos viendo en España. Unos partidos nacionales convertidos en cascarones que no pueden contener el ánimo incendiario de quienes los han sustituido en Cataluña.

Deseo otra cosa, pero veo una peligrosa evolución en el conflicto de la Península Ibérica. Esto puede derivar una violencia mayor, azuzada por los nacionalistas (y no sólo catalanes) y no contenida por quienes deberían hacerlo: los políticos.

En México no tenemos nacionalismos de ese tipo, pero sí dos peligrosas brechas sociales: primero, la que existe entre quienes apenas sobreviven y quienes tienen más que suficiente para vivir y, segundo, entre gobernantes y gobernados.

La única manera de cerrar esas brechas es con política. La política entendida en el mejor sentido. La ausencia de la política no soluciona los problemas, sino que los incrementa, como estamos viendo en Cataluña, donde el gobierno regional ha sido capturado por personas sin escrúpulos, que practican la demagogia nacionalista mientras no parece quedar nadie para hacer política.

Deberíamos vernos en ese espejo. La solución a los problemas de México, insisto, pasa por la política. Y la política, en democracia, necesita partidos. No estos partidos, no los que tenemos, sino partidos comprometidos con el país, no estas bandas que sólo parecen interesadas en sus propias ventajas.

La gente se ha alejado de la democracia y la maldice porque los partidos llevan dos décadas de perseguir sus propios beneficios. No han resuelto prácticamente ningún problema de la gente.

Me atrevo a decir que los avances que tiene México en ese lapso –y que son muchos– no son obra de los gobernantes en la mayoría de los casos, sino de ciudadanos emprendedores que están dispuestos a invertir su tiempo y su dinero en el país a pesar de la patética clase política que tenemos (con sus excepciones, hay que decirlo, porque las hay).

Patética, como la forma de reaccionar ante el disgusto de la ciudadanía. La moda a nivel mundial es que los políticos se disfracen de ciudadanos. Algunos tienen éxito en ello. Ahí está el caso de Donald Trump, quien se montó en la mala fama de la política para llegar a la Casa Blanca.

La solución a la molestia de la gente con los políticos no es renunciar a los recursos públicos para el financiamiento de los partidos.

Obviamente, una gran mayoría está de acuerdo con eso, pero hay que ver por qué. La razón es el despilfarro que han hecho los partidos de esos recursos, la forma en que los trataron como si fuera su dinero, sin transparencia ni rendición de cuentas.

Otra patraña, creo yo, es presentar al frente del PAN, PRD y MC como “ciudadano” cuando es una simple alianza de partidos que, hasta ahora, no ha propuesto nuevas formas de resolver problemas.

Los partidos están jugando un peligroso juego en el que los gobernados no deben caer.

 

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