El instante V. La respuesta
Para ser libres hay que renunciar a esa parte animal, vulgar, que los seres humanos poseemos y que, en el mundo de hoy, aunque persevere y se perpetúe, no confiere para nadie ningún sano proceso
Nunca te quejes de lo que en todo momento
está en tu poder para liberarte.
Adam Smith
La libertad es la ausencia de ataduras, sin embargo, hay grilletes a los cuales uno elige asirse de manera inconsciente; otras, consciente y, otras más, de algún otro origen aparentemente desconocido, lo cierto es que, sí… que las esclavitudes las elige uno mismo en el pensamiento, en el corazón, en los pactos, las promesas e, incluso, en los errores, rencores, las iras, las faltas de perdón, los egos desmedidos, los merecimientos mal entendidos, las justicias e injusticias malsanas, las críticas, las quejas, los reproches, los celos, las envidias… en fin, en todo aquello que resulta tan emocional y arbitrario que se vuelve vulgar. La libertad exige, por su parte, algo que muy pocos están dispuestos a dar de sí mismos. Para ser libres hay que renunciar a esa parte animal, vulgar, que los seres humanos poseemos y que, en el mundo de hoy, aunque persevere y se perpetúe, no confiere para nadie ningún sano proceso. Si bien aceptar las emociones y los sentimientos es no sólo correcto, sino necesario, no hay aceptación sin canalización y sin cambio, la libertad de expresarse de forma arremetida no es lo que se busca… que no le confunda la discursiva moderna, porque emoción que no se acepta y se transforma, se mantiene, empeora y le esclaviza, aun, si cabe más, de lo que lo hacía en su silencio.
La libertad, mi querido lector, está en la conquista de uno mismo, de ese autocontrol que evita que nos dejemos llevar por ese lado vulgar que nos constriñe. Porque no… nunca son los otros ni las circunstancias, sino uno mismo al permitir que lo ajeno le domine a través del impacto que le provoca. Entonces, no, no es lo ajeno, sino la falta de control frente al impacto proferido, y ahí, mi querido lector, no manda nadie más que uno. La primera libertad es esa: defender nuestra soberanía. Y es ahí donde sucede otro maravilloso instante, ése en el que uno elige actuar a partir de su pensamiento, sus deseos y sus quereres, y no de una emoción pasajera ni de un sentimiento arraigado. Ese momento en el que uno elige responder no con base en el otro o en la circunstancia, sino con base en uno mismo, en sus principios, valores, creencias y certezas. La persona libre vive de acuerdo con sus decisiones, no a sus reacciones, casi todas ellas emociones automáticas.
Reciba lo que reciba, mi querido lector, usted dé lo que desee dar, en ese momento usted toma responsabilidad sobre lo que sucede en usted y eso lo cambia todo. Le cambia regulando su sistema, cambia al otro con el ejemplo que, aunque difícilmente aceptado, siempre será admirado, y cambia la circunstancia en una oportunidad a su favor. Piénselo, siéntalo y, sobre todo, disfrute de ese instante donde se detiene para priorizarse, respetarse y aliarse consigo mismo y a su favor. Ejerza su libertad de decidir desde ese lugar que sólo a usted le corresponde, dejemos de ser, hacer, pensar e, incluso, decir como lo marcan las pautas de quien no sabe o, sabiendo, no quiere comportarse, dejemos de ser títeres de la vulgaridad de aquellos que pretenden implantar sus desatinos y disonancias como normas universales. Dejemos de ser fallidas consecuencias de algo que hemos podido evitar, seamos, en su lugar, el acto que nos reivindica y libera.
La provocación puede venir y va a venir, es algo inevitable, lo evitable es responder a ella de la misma forma y al mismo nivel de aquél o aquello que nos envilece; la vida se trata de ir más allá, de evolucionar, de ser mejor y de procurarnos mayor bienestar, la vida se trata de aprender a gestionar los desafíos con criterios claros, determinados y propios, porque ésta es nuestra vida y hemos de decidir sobre ella y cómo respondemos ante lo que sucede, es lo que más determina quiénes somos y lo que seremos, las respuestas son el marcaje de quienes somos, de lo que pensamos, sentimos y creemos, y son, finalmente, ese estilo propio con el que decidimos dejar huella, marcar límites y dirigir nuestro punto de atención.
Así, mi querido lector… la próxima vez que tenga un suceso como estos delante, no se olvide de ese instante que es sólo suyo, en el que puede decidir su respuesta y ejercer su libertad, y disfrute de ese momento de haberse priorizado una vez más. Como siempre, usted elige.
¡Felices instantes, felices vidas!
