Tiempo compartido

Byung–Chul Han, filósofo coreano contemporáneo, escribe: “Los tiempos en los que existía el otro se han ido. El otro como misterio, como seducción, el otro como eros, como deseo, el otro como infierno, como dolor va desapareciendo. Hoy la negatividad del otro deja ...

Byung–Chul Han, filósofo coreano contemporáneo, escribe: “Los tiempos en los que existía el otro se han ido. El otro como misterio, como seducción, el otro como eros, como deseo, el otro como infierno, como dolor va desapareciendo. Hoy la negatividad del otro deja paso a la positividad de lo igual. La proliferación de lo igual es lo que constituye las alteraciones patológicas de las que está aquejado el cuerpo social (La expulsión de lo distinto, 2017)”. Tiempo compartido (México, 2018), película dirigida por Sebastián Hofmann y producida por Julio Chavezmontes, narra una historia simplísima en apariencia, que conduce a consideraciones de enorme complejidad. El protagonista (Luis Gerardo Méndez), su mujer y su hijo llegan a un hotel a disfrutar de unas vacaciones que llevan implícito el propósito del matrimonio de “sanar” su relación de pareja, al parecer perjudicada por el mal mental que ha sufrido ella. Un lleno total en el hotel obliga a la pareja y su hijo a compartir su alojamiento con una familia que hasta entonces les era desconocida. La empresa hotelera, empeñada como tantas en vender a sus huéspedes estancias periódicas mediante la fórmula de “tiempo compartido”, resulta un excelente recurso narrativo para representar al totalitarismo al estilo del siglo XXI, ese que practican cultos religiosos, partidos, redes sociales, instituciones educativas o corporaciones empresariales. Claro, el hotel está lleno, los huéspedes pueden (¡y deben!) participar en actividades “recreativas” por las que ya han pagado, para que, a pesar de la cantidad de personas de las que pueden hacerse acompañar, se encuentren irremediablemente solos. El propio protagonista, con todo y la familia que le ha sido impuesta, se sabe aislado, incluso de su esposa y su hijo, porque semejante soledad constituye el recurso fundamental para poder vender. Un empleado del hotel, que padece un mal siquiátrico consecutivo a su propia soledad, se encargará de revelarle al protagonista la situación de fondo. La soledad es el destino que le reserva la empresa turística a sus huéspedes, como lo es también lo que nos reservan la sociedad y la cultura contemporáneas.

Si uno lee las líneas del ensayo de nuestro filósofo, que describen cómo hemos perdido al “otro”, cómo prolifera lo igual, cómo cada quien se tiene sólo a sí mismo, con el mal mental como propósito y consecuencia de semejante soledad, el film adquiere un significado claro. La promesa vacacional consiste en la convivencia, con los nuestros en primer término, y con todos los demás huéspedes que constituyen una comunidad, aunque sólo sea para venderles un par de semanas anuales de pretendido esparcimiento, pues a fin de cuentas ni siquiera sabemos quiénes son, no nos importan ni les importamos. La historia llega a su clímax cuando el protagonista, presa de emociones negativas por la vacación, se lanza contra todos y contra todo lo que no existe más que para vender.

El hotel y su fórmula comercial resultan una inmejorable metáfora de Facebook y de otras redes, que prometen “amigos” para que desde siempre y para siempre se trate únicamente de uno mismo. No existen los otros, no hay nadie más, cada uno está solo en un universo cibernético en el que sólo es posible existir y comportarse de acuerdo con reglas inflexibles cuyo único fin es vender. Tiempo compartido retrata el totalitarismo en el que nos ha atrapado el mercado en su irrenunciable afán de hacernos comprar, porque ya ninguna otra cosa tiene verdadero sentido. La trampa lleva implícita la soledad, esa que no puede conducir más que a la depresión. No me gustaron las vacaciones que ya he comprado para el resto de mi vida, y que resultan garantía, como las redes sociales y tantas otras cosas que compro, de la decepción, de la frustración como destino.

Temas: