Logo de Excélsior                                                        

Territorios inciertos

Oscar Benassini

Oscar Benassini

Territorios inciertos

La palabra “consorte” proviene del latín “consortis”, y designa al que participa de algún patrimonio en comunidad con otros. Asimismo, se emplea comúnmente para referirse al esposo o esposa de cualquier personaje al que se pretenda destacar, quizá por las implicaciones patrimoniales, riqueza y poder, a los que se accede por vía del matrimonio. Atendiendo a la etimología, tal situación no debiera sorprendernos. Un político pretende poder, hace de ello un afán y una carrera, imposible que pretendamos que su cónyuge se mantenga a distancia de las potestades que finalmente adquiere.

La revista Proceso del 9 de diciembre pasado publicó un par de reportajes dedicados a Angélica Rivera y a su situación al término del periodo presidencial de su esposo, Enrique Peña Nieto. El primero aborda aspectos personales de la vida de la señora Rivera, enfatizando la frivolidad con la que se condujo durante los años en el poder, el segundo hace consideraciones acerca de su desempeño como responsable del Sistema Nacional DIF, señalando los abusos cometidos en la administración de nómina y salarios para favorecer a quienes fueron cercanos, así como en la asignación del negocio de proveeduría de desayunos escolares, todo ello responsabilidad de la consorte (de nuevo) del exsecretario de Gobernación y hoy senador, quien fungió como directora del organismo durante casi cinco años.

 Los reportajes me trajeron a uno de los personajes más fascinantes de la historia universal, en su condición de consorte: María Antonieta Josefa Juana de Habsburgo, esposa del Luis XVI y por lo tanto soberana de Francia. ¿Su mala fama? Mujer absolutamente frívola, ajena a las necesidades de su pueblo. Con la Revolución Francesa, María Antonieta  padeció un largo periodo de confinamiento, durante el cual fue juzgado y guillotinado su esposo, y falleció a la edad de 10 años el tercero de sus hijos, Luis Carlos, como consecuencia de las privaciones que hubieron de padecer en la cárcel. Finalmente, la exreina fue juzgada y guillotinada el 16 de octubre de 1793. Hay mucho qué saber de su juicio, acontecido a la medida de la necesidad revolucionaria de castigar a los tiranos. Baste con decir que uno de tantos absurdos cargos fue el de abuso sexual, que la reina y su hermana habrían cometido contra el príncipe. La reina decapitada se había casado con Luis XVI a los 14 años, y la decisión había sido hecha por sus padres en interés del estado austriaco. La tragedia de María Antonieta ha dado para más de dos siglos de tratamiento histórico, y se ha convertido en el ejemplo más terrible del destino de la condición de consorte.

         Difícil, pues, el juicio histórico de la señora Rivera. Actriz nada menos que de Televisa, intérprete del más popular de los géneros de esa empresa, la telenovela, con la consecuente popularidad que la puso en situación de decidir si se casaba con el futuro presidente de México, parece que doña Angélica no tuvo un margen de decisión precisamente amplio, e incluso se ha dicho mucho, muchísimo acerca de la conveniencia de su matrimonio para hacer de Peña Nieto, hombre bien parecido, una especie de fantasía con el final feliz indispensable para el género que dominaba su novia. Imposible afirmar o descartar que don Enrique hubiera ganado las elecciones del 2012 apoyado en esa versión telenovelesca de sí, y cuánto le debe por consiguiente a su consorte, que hoy parece tener que inventarse una nueva vida, raros como son los matrimonios que sobreviven al poder, sobre todo al omnímodo de la presidencia en México. El personaje, Angélica Rivera, los reportajes, la memoria de la reina decapitada sin más culpa que la de ser consorte de Luis XVI, me siguen haciendo pensar qué si en un país como el nuestro votamos por aquel hombre tan guapo que recién había conquistado el corazón de la heroína, para ofrecernos una telenovela del tamaño de su necesidad política, ningún gobernante debiera confiarse de la lealtad de sus ciudadanos y votantes, pura veleidad aunque sean más de 30 millones.

 

Comparte en Redes Sociales

Más de Oscar Benassini