Réquiem para el libro mexicano

Ray Bradbury 1920 – 2012 publicó Fahrenheit 451 en 1953. Distopía, se le ha llamado, en la que se cuenta de un gobierno totalitario que decide extinguir los libros mediante incineración, para lo cual organiza y opera un cuerpo de bomberos especializado. En una primera ...

Ray Bradbury (1920 – 2012) publicó Fahrenheit 451 en 1953. Distopía, se le ha llamado, en la que se cuenta de un gobierno totalitario que decide extinguir los libros mediante incineración, para lo cual organiza y opera un cuerpo de bomberos especializado. En una primera versión, el autor explicó la obra como un recurso para ilustrar a los gobiernos que estaban contra la libertad de conocimiento y pensamiento, inspirado, tal parece en la llamada “Era McCarthy”. Más tarde agregó que se trataba de una protesta por la manera en que los medios de comunicación masiva propiciaban la extinción del libro. Hoy, asombra la precisión de esta segunda propuesta. De una u otra manera, Bradbury profetizaba la muerte del mayor recurso para el conocimiento que la humanidad ha generado.

Y a propósito de la FIL, El País (25/11/18) nos ofrece un reportaje de David Mariscal que busca retratar la presente situación de la industria editorial en México. La crisis no es nueva, pero vale la pena el esfuerzo de Mariscal por documentarla. Para nadie es un secreto que las empresas libreras que fueron haciendo la historia de la edición han sido adquiridas por uno de dos grandes consorcios: Grupo Planeta o Random House Mondadori en este país absurdo con su Comisión Federal de Competencia para prevenir monopolios. El resto de las editoriales son conocidas como “independientes”, y son las que acusan un sufrimiento más grave. ¿El problema de fondo? El Estado mexicano fue asumiendo el papel de consumidor principal de libros, con su doble tarea de educar y promover la cultura. Durante el último sexenio castigó a los sellos disminuyendo de modo drástico sus adquisiciones. La imposibilidad de vender títulos, a veces ediciones completas a las instituciones gubernamentales, ha provocado el colapso de la edición en México. Diego Rabasa, voz de Sexto Piso, una de las firmas que había adquirido relevancia en unos cuantos años por la calidad de sus ediciones, describe este año como el más duro para la industria, y a la caída en las adquisiciones del Estado agrega el número dramáticamente pequeño de librerías en todo el país. No hay suficientes puntos de venta —¡apenas 500 librerías para una nación de 120 millones de personas!—  para colocar libros, imposible entonces que el público considere comprarlos.

Educal, la red de librerías del Estado creada para ayudar a paliar el problema, se halla prácticamente en quiebra, cerrando establecimientos y buscando negociar los pasivos que tiene con editoriales independientes. No hay capital de trabajo, no hay cómo hacer libros. Desde la Dirección General de Publicaciones de la Secretaría de Cultura, Marina Núñez cantinflea, pero en esencia acepta que han comprado mucho menos.

Mi paciente me dice, después de pensarlo un momento: “Yo leo mucho”. Devoto de los libros, me intereso de inmediato: “¿Ah, sí, y qué lees?”. Contesta, inocente: “Pues mis mensajes de Facebook y WhatsApp”. Ahí debe estar buena parte del mal: los formatos de moda que nos impusieron los innovadores de tecnología parecen hacernos pensar innecesarios, pasados de moda, a los libros. Leer ha sido sustituido por ese tiempo estúpido, hueco, banal, en un ciberespacio que no ha servido más que para darle voz a quienes en su gran mayoría no tienen nada que decir. México, con su inagotable fuente de talentos en espera de publicar obras de valía, no tiene dinero para hacer, distribuir y vender libros. El desarrollo y la difusión de su cultura se han paralizado, en vísperas de la cuarta transformación.

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