Campeonas; ahora qué

Olivia confiesa 26. La expresión limpia, inocente del rostro, me resulta engañosa: “¿20, 21 puede ser?”, trato de adivinar. Sonríe mientras dice estar acostumbrada, se ruboriza y va girando la mirada hasta ponerla en Arely, ésa sí, de aspecto cercano a los ...

Olivia confiesa 26. La expresión limpia, inocente del rostro, me resulta engañosa: “¿20, 21 puede ser?”, trato de adivinar. Sonríe mientras dice estar acostumbrada, se ruboriza y va girando la mirada hasta ponerla en Arely, ésa sí, de aspecto cercano a los treinta. Ninguna de las dos es colombiana, mexicanas y chilangas ambas, comienzan por ahí: “Si la gente piensa que esas cosas se dicen y se hacen en Colombia, está mensa, tonta la gente. Aquí ocurre igual o peor, sobre todo con temas como jugar futbol. Subcampeonas mundiales, liga profesional paralela a la de los hombres, pero nosotras sabemos que eso es rollo. Nos gusta que nos vean liberales, progresistas y, sobre todo, amables, considerados, generosos con las pobrecitas “lenchas” que claro que son —somos— freak”.

La edición de El Espectador del 24 de diciembre (Bogotá) da cuenta de lo declarado por Gabriel Camargo, presidente de la empresa Deportes Tolima, patrocinadora del equipo de futbol femenil profesional Huilas, recién coronado campeón en su país. Camargo amenaza con no dar un solo peso más para financiar al equipo, porque no lo encuentra rentable y por “la sexualidad de las jugadoras”. Luego suelta: “Esto es un caldo de cultivo de lesbianismo tremendo”. Olivia y Arely no habían leído la nota y, a pesar de ello, no parecen molestas o acongojadas. Van sonriendo con malicia, como si se tratara de un chiste cuyo final ya conocieran. El resto de la nota señala acusaciones de Camargo: las chicas que juegan para el Huilas son “tomatragos” y promiscuas.

Con ingenuidad declaro que a mí me gusta el futbol femenil, me entretiene. Olivia juega desde muy niña, siempre en ligas amateur, a pesar de que más de una vez sus entrenadores le han sugerido que se pruebe en un equipo grande. Las dos —Arely no juega, pero le gusta ver los partidos— están de acuerdo en que la nota sirve como una más de las tantísimas formas de desalentar, no a las deportistas mujeres, sino a la identidad homosexual femenina. Y sí, no hay más remedio que leer la nota así: jugar futbol es un caldo de cultivo para el lesbianismo. “No es la primera ni la última vez que la práctica de algún deporte por parte de las mujeres se ve como riesgo de convertirse en lesbianas”, señala Olivia. Arely respira hondo y expresa su desánimo, porque cada vez que “creemos que la gente está entendiendo un poquito acerca de la homosexualidad, brota un… ¡pendejo!, con perdón tuyo, que todavía cree que no nacemos con esta identidad, que no la vivimos de modo gozoso, el mismo con el que cada quien vive su sexualidad, la que sea, y que nos podemos convertir en lenchas si jugamos futbol o practicamos cualquier otro deporte. Y lo más absurdo: que somos incapaces de hacer un compromiso amoroso y vivir una relación de pareja, pues terminamos siendo promiscuas.

Sabiendo que incursiono en un terreno riesgoso, argumento que quizá las dificultades para entender y respetar las relaciones homosexuales han condicionado ese cierto carácter furtivo que se les atribuye. Asienten ambas, aunque los tres sepamos que éste no es más que uno de tantos clichés que sirven para tratar de aislar una condición que no es la nuestra. Comento que algo tiene de profético que la nota aparezca hacia el final del año, y termino: “¿El 2019 LGBT?”. “Agenda interminable”, asegura Arely, “¿por dónde empiezo? Libre expresión de los vínculos amorosos entre personas del mismo sexo, parejas y matrimonios gay, embarazos mediante esperma donado o adopciones, familias monoparentales…”. Al acecho la curia nacional, familia mexicana, partidos ultradiestros, y a fin de cuentas un mundo que parece dispuesto a tirar a la basura nuestros escasos avances hasta hoy, imposible pasar por alto la agenda política que culmine el marco jurídico que hoy es ya impostergable.

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