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Petróleo, literatura y poder

Opinión del experto nacional

Opinión del experto nacional

Por Guillermo Fajardo

Para Gerardo Laveaga.

Desde el escritor Jack London en 1914, pasando por Tina Sierra, Gerardo de la Torre, Héctor Aguilar Camín y Carlos Fuentes, entre muchos otros, el petróleo ha sido representado, en casi todas sus iteraciones, como material corruptor: infecta la imaginación por las posibilidades paradisiacas que ofrece, aunque su realización implique destruir la tierra que lo resguarda.

Héctor Aguilar Camín (Chetumal, 1946), se encargó de representar el petróleo en su novela Morir en el Golfo (1986), emparentada por su forma y fondo, con La guerra de Galio (1991). Ambas novelas, desde mi punto de vista, buscan entender el poder público mexicano como un fenómeno sin límites, que todo lo puede, aunque todo lo esconda para afirmar su voluntad. Así, las dos novelas guían al lector a través de un laberinto de pactos, traiciones y venganzas entre sus protagonistas. Contadas con una agilidad narrativa que reproduce la ansiedad del poder por perpetuarse, Aguilar Camín logra un equilibrio narrativo entre una historia interesante y una crítica profunda al sistema. Morir en el Golfo narra las peripecias de Francisco Rojano, un líder político en Veracruz y Lázaro Pizarro, un líder sindical petrolero.

El Negro, sagaz periodista, será el encargado de guiarnos a través de la serie de tomas de poder, crímenes y asesinatos que ocurren con el fin de obtener unas tierras que poseen el hidrocarburo y ganancias económicas casi infinitas. En esta novela no está en juego la soberanía productiva nacional, sino más bien la manera en cómo la política mexicana genera fracturas y quiebres entre sus jugadores. Quien pretenda aspirar al poder tendrá que pagar un precio, parece decirnos Aguilar Camín. La lucha descarnada entre Francisco Rojano y Lázaro Pizarro le dejará al lector la sensación que en política no hay maniqueísmo, sino intereses, no hay hechos, sino interpretaciones; no hay riqueza, sino petróleo. La novela bien podría resumirse en la siguiente frase de Lázaro Pizarro, en donde la muerte, al igual que la promesa de desarrollo nacional, es necesaria para justificar un supuesto progreso material: “Como le dije una vez: muertos siempre habrá, pero los nuestros no han sido estériles. Ni lo serán. A nuestros muertos se los ha llevado la necesidad, la historia, no la venganza, amigo periodista. No tema nuestra venganza, entonces (309)”.

Si Héctor Aguilar Camín concibe el petróleo desde las vicisitudes de la política interna; Carlos Fuentes (Panamá, 1928) en La cabeza de la hidra (1978) imagina los entresijos de la política mexicana desde las intrigas que se fraguan en diversos centros globales de poder. La historia sigue a Félix Maldonado, un burócrata, Jefe del Departamento de Análisis de Precios de la Secretaría de Fomento Industrial, que se ve envuelto en una intriga internacional. La escritura de Aguilar Camín es mucho más testimonial y está mucho más preocupada por revelarle al lector las múltiples avenidas del poder, la escritura de Fuentes, en cambio, se presenta jovial, fresca, ligera y hasta humorística. Esto no le quita, por supuesto, importancia al asunto que el escritor trae entre manos: la defensa del petróleo mexicano. Si autores anteriores, como Bruno Traven, César Garizurieta, Héctor Raúl Almanza o José Mancisidor habían descrito la situación petrolera con un maniqueísmo bastante explícito —pequeños dueños de tierras contra conglomerados empresariales, los trabajadores petroleros contra sus patrones, el gobierno mexicano contra intereses extranjeros— Carlos Fuentes presenta un caleidoscopio de intereses y pactos superpuestos. El título de la novela, como ya lo adivinó el lector, hace referencia explícita al monstruo al que le nacen cabezas después de haberlas cortado.

Edith Negrín (Ciudad de México, 1947), académica mexicana, ha escrito un excelente libro sobre la literatura del petróleo, Letras sobre un dios mineral (2017). Refiero al lector a este texto que, como la hidra, multiplicará nuestros análisis respecto al petróleo mexicano y su inabarcable, exquisita fatalidad: la crueldad de prometernos riquezas que nunca llegaron… aunque sea porque las derrochamos primero y las imaginamos después.

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