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México 68, epicentro esencial

Opinión del experto nacional

Opinión del experto nacional

 

Por Fernando Islas

 

Faltaban 10 días para la inauguración del magno evento deportivo en el Estadio Olímpico de Ciudad Universitaria, pero los sucesos ocurridos la noche anterior, el 2 de octubre, tenían con los pelos de punta a los miembros del COI. Ramírez Vázquez, presidente del comité organizador de México 68, observó el rostro de piedra de Díaz Ordaz, que lo escuchó en sosiego. Quieto. Como una esfinge. 

“Arquitecto, dígale a los miembros del COI que México ha hecho un gran esfuerzo para cumplir con esta responsabilidad, que se han superado muchísimos problemas, pero si por una situación de carácter local ellos deciden irse, pueden hacerlo, pero que lo piensen bien porque si por una situación local hacen eso, no habrá país tan ingenuo que vuelva a solicitarles una olimpiada”.

El relato lo hace el también arquitecto Javier Ramírez Campuzano, hijo de Ramírez Vázquez, en cuya biblioteca resguarda todos los documentos relacionados con el antes, el durante y el después de los Juegos Olímpicos de 1968.

Ante ese escenario, resulta evidente que México sin esos Juegos Olímpicos habría sido el único perdedor. El 68 fue un año de ruptura, “parteaguas en muchos aspectos de la vida colectiva, mundial y mexicana”, anotó Álvaro Matute, pero en nuestro país tuvo un epicentro esencial para los cambios que después llegaron. Se diría que las revueltas que ocurrieron en las calles de París, Praga y México pasaron a las pistas y los campos de los JJOO.

La altura de la Ciudad de México preocupaba a los especialistas, que la consideraban dañina para los atletas, pero en México 68 se rompieron 22 récords mundiales de atletismo, entre los que destacó el del estadunidense Jim Hines, que tumbó la barrera de los 10 segundos en la carrera de los 100 metros (9.95, registro que superó su compatriota Calvin Smith hasta 1983). Se decía, pues, que la altitud mataría a los competidores, pero, como en ese entonces resumió el mordaz periodista Manuel Seyde en las páginas deportivas de Excélsior, “ahora resulta que la Ciudad de México es el paraíso de los récords”.

Acaso el golpe de la revolución de México 68 ocurrió con la imagen icónica de los también estadunidenses Tommie Smith y John Carlos, que durante la premiación de los 200 metros planos, en el podio del Estadio Olímpico, levantaron el puño con un guante negro en protesta contra la discriminación racial. “¡Somos negros y estamos orgullosos de serlo!”, dijo Smith, que se adueñó del nuevo récord mundial de los 200 metros. “Si lo hago bien, me dan una palmadita y me dicen: Buen muchachito, ¡y yo ya me cansé de eso!”, señaló, por su parte, Carlos.

Ese acto de rebelión del Black Power le dio la vuelta al mundo e inspiraría a miles de hombres y mujeres para continuar la lucha que acaso tuvo una “tregua” durante los Juegos, un evento cuyos jerarcas pensaban cancelar tras lo ocurrido el 2 de octubre en Tlatelolco.

Después de verse con el presidente Díaz Ordaz, Ramírez Vázquez se reunió con la comisión ejecutiva del COI.

El historiador Ariel Rodríguez Kuri ha subrayado el papel preponderante de la mexicana Cristina Mújica para que México obtuviera la sede de los Juegos Olímpicos de 1968, entre otras contribuciones desde el interior del COI. Mújica, ante la escena de Ramírez Vázquez con la gente del COI, actuó con celeridad.

“Por circunstancias de la vida, Cristina Mújica, la secretaria de Brundage, fue compañera de mi papá en la preparatoria, y en plena discusión dice: ‘Voy a preparar el boletín de prensa’”, me cuenta Ramírez Campuzano.

Mújica regresó minutos después en medio de la acalorada controversia: “Señores, les voy a leer cómo quedó el boletín de prensa… que ya me arrebató la prensa”. No había nada más que hacer. Mújica redactó el boletín y en eficaz maniobra lo repartió a los medios de comunicación antes de que el comité ejecutivo del COI le diera el visto bueno.

“Fue un asunto de dignidad”, menciona Ramírez Campuzano. Sin saberlo, la acción de Mújica permitió el acto de dignidad de Tommie Smith y John Carlos en México 68, epicentro esencial de los cambios que después llegaron.

 

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