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Los que se van ya no vuelven, aunque regresen

Opinión del experto nacional

Opinión del experto nacional

 

Por Mauricio Hernández Cervantes

 

Estimado lector, estas líneas que usted valientemente lee en papel –tocar las palabras con la mano, hoy, parece un acto tan rebelde– fueron escritas desde un rincón muy peculiar de España. Son las últimas horas de 2019, y las olas se rompen en una arena fina, casi tersa, como si fuese la cadera desnuda del Cantábrico. Sí, en Asturias, una de las comunidades españolas que más lazos tienen con México.

Aquí el espectáculo natural es de indescriptible belleza: el agua que acaricia las costas durante el atardecer crea espejos que reflejan el cielo y los verdes montes. Aquí, parece ser, la naturaleza le sigue ganando la batalla al hombre. Desde estas aldeas, que de un lado miran al mar y del otro se pierden en escarpados montes que rascan el cielo, han salido millones de hombres y mujeres a buscarse la vida en otras orillas atlánticas. Desde estos modestos pueblos, donde el campo todavía es campo, donde el aire que se respira es todavía aire, salieron hacia México incontables barcos con jóvenes que lo único que llevaban consigo era un botón de oro cosido a su saco, una maleta semivacía y el recuerdo del hambre: la estatua de Ramón Muriedas, en Gijón, dedicada a las desoladas madres que vieron partir a sus hijos hacia el horizonte (sin retorno, muchos de ellos) tiene un por qué.

Paseo por estas calles en las que el acento mexicano le quita a uno la condición de forastero. “Ah, pues mi padre nació en México”, dice alguno. “Ah, pues yo pasé casi treinta años en México”, cuenta algún otro. En esta España, tan rural, tan natural y tan auténtica, alejada del Bernabéu y del Camp Nou, de Las Ventas y de la Gran Vía madrileña, aún queda gente que ha trabajado (o sigue trabajando) la tierra hasta que las manos y la piel se le han roto.

Aquí todavía queda gente cuya frente se ha curtido trabajando bajo el sol. Aquí quedan personas que, definitivamente, cuando dan un   es un sí, y cuando dan un no, sin duda alguna, es un no. 

Sigo por esta Asturias ‘indiana’ (‘indianos’ son aquellos españoles retornados después de haber pasado muchos años en algún país americano –México, Argentina, Cuba, Venezuela–) y llego a Colombres: un enclave imprescindible de esta España verde. Aquí está el Archivo de Indianos, un imponente palacete azul que hoy alberga a una fundación y museo de la emigración. Lo curioso es que este lugar fue la casa y refugio de uno de los indianos más importantes: Íñigo Noriega. Él, gran amigo de Porfirio Díaz, fue uno de los principales impulsores del desarrollo en México a principios del siglo pasado. Enriquecido descomunalmente gracias a la ganadería, la agricultura y al comercio. Y, por cierto, su deslumbrante residencia asturiana (conocida también como Quinta Guadalupe) estaba prevista para que Díaz se exiliara en ella (antes de que se decidiera por París). Sin embargo, de él, en la historia del México, poco (o nada) se sabe. Sin duda, se trata de otra víctima del antiespañolismo aún latente en ciertas voces. Como le sucedió también a Hernán Cortés. 

Y a propósito del ilustre y controvertido conquistador extremeño, si hay alguien que padeció el 2019, fue él. Sí, 500 años después de haber cambiado el rumbo de la historia volvió a ser un tema de actualidad. ¡Y de controversia! Sí, Hernán Cortés, el villanoel civilizador, pero sin duda el olvidado, Qué pena que siga sobre él esa leyenda negra tan absurda, tan rencorosa. Qué pena que cinco siglos después de haber transformado el mundo siga siendo el blanco de los seudonacionalismos más fanáticos, más ridículos. Qué pena que en nuestro país, rebosante en corrupción y en el que hay 100 asesinatos a diario, haya que rebuscar en las basuras del pasado para encontrar a un villano culpable de todo. Qué pena que ya nadie lea a Carlos Fuentes (desde la historia de Dolores y Lorenzo en La muerte de Artemio Cruz hasta El espejo enterrado, pasando por El naranjo, o los círculos del tiempo), qué pena que no sea obligatorio leer al gran Bernardo García Martínez. Tal vez eso calmaría un poco a los fieros ímpetus de resquebrajamiento social que, cada vez más, se encuentra uno al levantar una pierda. En fin, si así le fue a Cortés en 2019, ¡cómo le irá en 2021!

Sigo caminando por Asturias. Respiro. Abrazo la música de las olas y de los pájaros de aquí. Cierro los ojos y escucho el eco del tiempo. Y es que José Emilio Pacheco siempre tiene –sin duda, sigue teniendo– la razón: “El que se va ya no vuelve aunque regrese”.              

 

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