Hay derechas e izquierdas democráticas, es decir que respetan las libertades políticas, la división de poderes, el pluripartidismo y las elecciones.
Varias veces he afirmado en estas páginas que la principal dicotomía ideológica y política en nuestro tiempo no reside entre la izquierda y la derecha, sino entre democracia y autoritarismo. Y sostengo esa convicción. Sin embargo, es cada vez más frecuente que los movimientos y gobiernos populistas revivan y utilicen machaconamente la vieja línea de demarcación entre derecha e izquierda, a fin de autoafirmarse del lado “bueno” y arrinconar a los otros en el lado “malo”. Así dividen y polarizan a la sociedad, recurso favorito del populismo autoritario. Lo curioso es que esa argucia discursiva la utilizan por igual los populistas de derecha y los de izquierda. Únicamente intercambian los destinatarios de sus dicterios.
Así, para populistas de derecha como Trump, Bolsonaro, Milei y Vox la izquierda es corrosiva y tiránica, portadora de los peores proyectos para destruir la economía y la familia. Por su parte, los populistas de izquierda califican a la derecha de avariciosa, hipócrita y enemiga del pueblo. Es como si una fuera el espejo de la otra: la misma imagen, pero invertida.
Hasta donde esa clasificación aún sea válida, en realidad no hay una sola izquierda ni una sola derecha, sino una variedad de tendencias, valores y prácticas dentro cada flanco. Por esa razón, en España se acostumbra usar el plural. Se dice que alguien (individuo, partido o movimiento) es de izquierdas, en plural, al igual que se dice que otros son de derechas. Porque en toda su historia, ha habido muy diversas derechas: monárquicos, conservadores, carlistas, falangistas, franquistas, con diferencias sustanciales entre unas y otras tendencias. Igualmente, las izquierdas han sido muchas: republicanos de izquierda, socialistas, anarquistas, comunistas, nacionalistas de izquierda, entre otras. No fueron los mismos los conservadores de principios del siglo XX que los falangistas de 1936; en nuestro tiempo el Partido Popular no es igual a Vox. Tampoco son iguales los socialistas del PSOE que los comunistas ni Podemos ni Sumar. Las agrupaciones de derechas, al igual que las de izquierdas, se distinguen entre sí por diversos rasgos ideológicos, pero principalmente por su orientación predominantemente democrática o autoritaria.
Lo cierto es que hay derechas e izquierdas democráticas, es decir que respetan las libertades políticas, la división de poderes, el pluripartidismo y las elecciones auténticas. En Europa, los conservadores británicos respetan esos principios tanto como los laboristas y los liberales. En Alemania, la Democracia Cristiana es tan democrática como la Socialdemocracia. El Partido Popular de España (ubicado en la derecha) se ha alternado en el gobierno con el PSOE, y uno y otro han sido respetuosos de la Constitución democrática. En Uruguay, el país más sólidamente democrático de Iberoamérica, los partidos Nacional (conservador de origen) y Colorado (liberal) son tan democráticos como los partidos agrupados en el Frente Amplio. Por eso en Uruguay nunca hay conflictos poselectorales: todos aceptan las reglas y los resultados.
Es común en la retórica de los populistas, sobre todo de izquierdas, atribuirse a sí mismos una superioridad moral intrínseca e imputar a los contrarios deshonestidad, hipocresía y maldad, también intrínsecas. Ese esquema maniqueo falsea la realidad política. Políticos deshonestos o malvados hay en las derechas como en las izquierdas. No son pocos los casos de deshonestidad comprobada de políticos de izquierdas. Veamos algunos botones de muestra. En 1994, el líder del Partido Socialista Italiano Bettino Craxi fue condenado por corrupción; el actual presidente de España, Pedro Sánchez, está acusado de tráfico de influencias; el expresidente peruano Alan García se suicidó antes de ser juzgado por haber recibido sobornos. Pero los casos más escandalosos son los de Venezuela y Nicaragua. Desde los primeros años del régimen chavista se conoció el fenómeno de los “boliburgueses”, políticos que al amparo del discurso bolivariano se enriquecieron sin límite ni pudor, y así siguen; en Nicaragua, además del saqueo cometido por muchos sandinistas en 1990, cuando perdieron por primera vez las elecciones, desde hace 18 años la dupla de Daniel Ortega y su esposa, Rosario Murillo, se dan tal vida de reyes tiranos que hacen palidecer a la dictadura de los Somoza. Y pueden citarse muchos casos más de políticos de izquierdas que de lo último que podrían envanecerse es de honestidad y humildad.
Por supuesto, también en las derechas abundan los políticos deshonestos. Pero hay políticos de derechas no sólo honestos, sino admirables. De 1940 a 1945, Winston Churchill, conservador de origen aristocrático, actuó con determinación y grandeza para defender a su país y al mundo de la barbarie nazi. En 2015, la canciller alemana Angela Merkel, de derecha demócrata cristiana, dio un ejemplo de bondad y generosidad hacia más de cien mil refugiados que huían de la guerra civil de Siria.
Hay que juzgar a los políticos por sus actos y no aplicar un doble rasero según las afinidades ideológicas. En nuestros días, seguir defendiendo a la dictadura cubana, que en más de 60 años no ha permitido elecciones, o al usurpador Maduro, que en 2024 se robó descaradamente la elección presidencial, puede delatar que el verdadero propósito de sus defensores es imitarlos… cuando tengan oportunidad de hacerlo.
