Logo de Excélsior                                                        

Discursos: emoción, soluciones y pertenencia

Opinión del experto nacional

Opinión del experto nacional

Por Jaina Pereyra*

En los últimos años se ha puesto de moda, sobre todo entre los más reaccionarios, hablar del “discurso populista” como si fuera un instrumento de manipulación todopoderoso contra el que poco se puede hacer. Una fuerza del mal que no transita por la lógica de la técnica, que pervierte las emociones, que emboba a las audiencias.

Cuando he querido indagar a qué se refieren con ese concepto, me contestan con todo tipo de generalizaciones infundadas: “Es que el populismo busca exaltar las emociones”; “es que en el discurso populista se ofrecen soluciones fáciles a problemas complejos”; “¡ay!, el discurso populista divide entre ‘buenos y malos’”.

Cualquiera que argumente en este sentido, haría muy bien en tomar un buen curso de discurso político para enterarse, en primer lugar, de que no existe tal cosa como un “discurso populista”. Existen buenos y malos discursos políticos y ninguna de esas categorías tiene que ver con la ideología que enarbolan (suponiendo que el populismo fuera una ideología).

Todos los buenos discursos comparten los mismos elementos:

—Logran apelar a la emoción.

Hacer esto requiere mayor complejidad y destreza que apelar a la razón. Por ejemplo, yo puedo convencer a alguien de que fumar es pésimo para la salud, pero eso no es suficiente para lograr que deje de fumar. O yo puedo convencer a alguien de que no le conviene estar con una pareja; es más, la persona puede estar absolutamente convencida y, de todos modos, no separarse de ella. Como la política requiere acciones de los electores (movilización, donaciones, votos), tiene que apelar a las emociones para lograr sus objetivos. Por lo tanto, todo discurso político debería apelar a la emoción. Mientras más esfuerzo requiera de la audiencia, más debe conmoverla.

—Logra presentarse como la alternativa política que dará solución a los problemas que aquejan a los electores.

Cuando el círculo rojo pide a los candidatos que hagan campañas “de propuestas”, cuando quieren que se discuta política pública, olvidan que la gran mayoría del electorado no tiene conocimiento, ni interés en política pública específica. A los electores nos interesa saber cuáles son las prioridades de nuestros candidatos, cuáles los planes a grandes rasgos, no el entramado técnico que vuelve una u otra política viable. Un buen político, una buena política, detectan el problema de su audiencia y pueden plantear una solución simple. “Soluciones simples para problemas complejos” es, precisamente, la razón por la que elegimos a nuestros representantes populares, porque queremos que ellos resuelvan lo que no podemos resolver nosotros.

—Identidad y pertenencia.

Y éste es, quizás, el elemento más necesario en una campaña política. Un/a buen/a político/a logra generar un “nosotros” con su audiencia. Por un lado, está demostrado que mientras menos identificación haya con el/la orador/a, más difícil es aceptar un argumento que contradiga nuestras convicciones o ideas preconcebidas.

En segundo lugar, a las personas nos gusta pertenecer a grupos. Nos sentimos más seguros cuando nos sentimos entre iguales. En política, la identidad se da en torno a convicciones: “nosotros, a los que nos duele la desigualdad y queremos combatirla” o “nosotros, los que privilegiamos la libertad como la máxima prioridad”. Para cada uno de los grupos que se definen de esta manera, su prioridad es más loable, más respetable, más noble. Por eso en campaña, todos los políticos nos dividen: “ellos contra nosotros” o “ellos, a diferencia de nosotros”. Los más exitosos en hacer esto, son los que logran lealtades más incondicionales, los que tienen seguidores capaces de defender que el PRI se ha renovado, a pesar de los escándalos de corrupción de este sexenio o que Morena es un partido de izquierda, a pesar de su alianza con el PES.

Tal vez este último elemento es el único que ya salió a relucir en las campañas que ya arrancaron y, si debo ser honesta, parece que lo está haciendo en su peor versión. Ojalá que las campañas vayan madurando y veamos un poco más de los otros ingredientes en los discursos de los candidatos. Algo que nos convenza de que puede haber buenos discursos en todo el espectro político, que los candidatos se han tomado el tiempo de pensar en soluciones a nuestra realidad, de explicarlas de manera simple y emocionarnos con su propuesta. De lo contrario, me temo que seguiremos desencantados, apáticos, pensando que nos merecemos algo mucho mejor. Y tendremos razón.

*Experta en Discurso político. Directora de Discurseros, SC.

Comparte en Redes Sociales