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Los discursos que construyen nuestra identidad

Opinión del experto nacional

Opinión del experto nacional

Jaina Pereyra*

Mi papá ha sido profesor universitario desde siempre. Es, probablemente, el maestro más talentoso que he tenido. Gracias a él entendí de geometría analítica y de cálculo y de probabilidades, y también fue él quien me dijo por primera vez que, cuando te paras frente a un salón de clases, no necesitas más de 30 segundos para reconocer las personalidades de cada uno de los alumnos.

Mientras fui sólo alumna, siempre tomé esta reflexión con mucha reticencia. Pero, ahora que imparto clases y cursos frente a públicos de todo tipo, me acuerdo cada vez, porque es absolutamente cierto.

Hoy estoy parada frente a un grupo de 20 jóvenes aspirantes a políticos del noroeste mexicano. Tal vez muchos ya califican como políticos. Habrá, entre ellos, unas ocho mujeres. Todos vienen a competir en un concurso de oratoria y debate. El agregado del concurso es un curso de capacitación para que aprendan a redactar discursos y a hablar en público.

Como lo hago siempre, trato de que  el curso sea una interacción dinámica. Me gusta plantear preguntas, me gusta que se genere debate por las respuestas. Siempre hay quienes son más participativos, los que quieren dar respuesta a todas y cada una de ellas, los que discuten si desestimas su respuesta. Hoy me llama la atención que todos los que responden son hombres.

Les pido que redacten un discurso. Les pido que pasen al frente, que den sus discursos. Ninguna mujer quiere pasar. Y mientras que los hombres se recargan en la mesa, queriéndose comer el mundo, ellas están sentadas, echadas para atrás. Asienten, se ríen, entienden, coinciden, pero ninguna quiere hablar.

Les llamo la atención frente a este hecho. Les recito a Sheryl Sandberg: tienen que lean in. Con todo y que creo que cualquier feminista tiene que reconocer que eso es sólo una pequeña parte del problema, les suplico que reclamen su espacio. Les cuesta trabajo. Por fin pasa alguna. Las otras se sienten aliviadas de que están representadas y ya no tienen que pasar. La oradora clava sus ojos en la hoja, no voltea a ver al público.

Me quedo pensando, ¿qué está pasando? De pronto me acuerdo de la imagen que se publicó esta semana de la reunión entre las comitivas de Macron y de Peña Nieto. Mientras uno se presenta con una mayoría de mujeres, el otro no invita a una sola (adivinen cuál es cuál).

Me acuerdo también de la foto que apareció en mis redes sociales. Una foto en la que aparecen seis hombres, sentados, debatiendo sobre el futuro de la región de Sulmona, Italia, mientras seis mujeres les detienen un paraguas sobre la cabeza para que no se mojen.

Se me ocurre que estas imágenes inciden en que estas jóvenes piensen que su presencia en el espacio político sigue siendo inapropiada, secundaria o marginal. Pero, entonces, ¿cómo se animaron a inscribirse? ¿Cómo se explica que quieran participar, pero que no quieran destacar?

También esta semana me acordé de la existencia de un Ted Talk que me encanta: el arte de ser uno mismo, de Caroline McHugh, una consultora que le enseña a los personajes públicos a asumir su propia personalidad. Ella dice que el “yo” esta construido por cuatro identidades. En primer lugar, lo que la gente piensa que somos, la percepción. Y esto, naturalmente, implica tantas opiniones como gente. Luego, en segundo plano, está el “yo” que queremos ser, la persona que queremos que vean los otros. En tercer lugar, el ego, que es lo que nosotros pensamos de nosotros mismos —y, agregaría yo, que puede ser profundamente limitante—. Y, finalmente, una especie de esencia independiente de humores y coyunturas, el “uno mismo”. 

Se me ocurre que tal vez, con todo y que estas jóvenes mujeres son de una nueva generación en donde se les dice que tienen el mismo espacio, en el fondo les seguimos diciendo que la política es un espacio de hombres. Las percepciones, pero también el ego, las frenan, mientras que la persona que quieren ser, las invita a concursar. Tal vez lo que estamos viendo es un debate entre sus identidades.

Mientras escribo estas líneas, el ponente que imparte la otra parte del curso plantea las reglas del debate. Habla sobre cómo, en debates, una mujer que entra en un pleito tiene mucho más que perder que un hombre que pierde los estribos. Ahí está otra vez: les decimos que a ellas las van a evaluar con parámetros diferentes que a ellos. No estoy segura de cómo va a incidir en ellas haberles dicho esto. ¿Será que plantearlo explícitamente les dará ganas de cambiar esta realidad? ¿O será que refuerza su idea de que su participación en política está condenada a ser discreta? Faltan unos años para que veamos en qué tipo de políticas se convierten estas mujeres. Me encantaría pensar que hoy se quedaron sólo con la invitación a reclamar su lugar en el espacio público.

*Economista y Politóloga. Especialista en discurso. Directora de Discurseros SC

 

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