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¿Limpian, fijan y dan esplendor?

María del Pilar Montes de Oca Sicilia

María del Pilar Montes de Oca Sicilia

La gran mayoría de las lenguas no tiene academia alguna que las rija, algunas, 5%, cuenta con institutos o comités que las regularizan —algunos de ellos son públicos y algunos privados, con recursos provenientes de diversas fuentes—, que dictan las reglas ortográficas o que elaboran las gramáticas y diccionarios, pero el resto de las 6 mil lenguas que se hablan en el mundo no; en esas lenguas, la gente habla y si hay suerte se consigna su habla en gramáticas o diccionarios y suelen expandirse como se expanden las lenguas en general, con préstamos y neologismos, las reglas gramaticales se dan por el uso y las pueden divulgar las autoridades, ya sea educativas como académicas o universitarias, como en el caso del inglés.

Las que cuentan con organismos regidores son muy pocas, y no todos estos organismos son prescriptivos como la RAE, es decir, no todos tratan de “limpiar, fijar y dar esplendor”, simplemente porque a la lengua no se le puede ni limpiar, ni dar más esplendor que el que de por sí ya tiene —por ser un sistema perfecto que, con 23 fonemas, nos permite comunicar casi todo— y mucho menos fijar porque lo único constante en la lengua es el cambio1. Por poner el ejemplo del español frente al inglés. El DRAE tiene solamente 88 mil entradas frente a los Diccionario de Oxford y Webster del inglés que tienen 470 mil entradas.

Como lo dice Luis Fernando Lara en El dardo en la Academia2,  “las academias causan más perjuicios que beneficios, ya que se tratan de instituciones más prescriptivas y normalizadoras que lingüísticas y científicas. ¿Cómo es posible —se pregunta— que una institución semipública, con una producción menos abundante de lo que aparenta y mucho menos consistente, actualizada y disponible de lo que es exigible, puede haber llegado a ejercer una influencia social sostenida sobre los hablantes de español de ambos lados del Atlántico?”

Lo que empezó como una reunión extraoficial de literatos patrocinada por el cardenal Richelieu, en la que se hacían mesas redondas de gramática y crítica literaria, se convirtió en la Academia Francesa, en 1634. La misión que le fue asignada desde su origen fue la de “fijar” la lengua francesa, darle unas normas y hacerla más “pura” y fuerte. Era como un club de Toby en el que sólo había cuarenta sillones, que Luis XIV mandó a hacer, ni uno más ni uno menos, cuya mayoría ha sido ocupada por escritores como: Descartes, Moliére, Rousseau, Balzac, Dumas, Maupassant, Flaubert, Stendhal, Baudelaire o Zolá.

Por su parte, la Real Academia Española —RAE— se creó —basada en la francesa— en Madrid por iniciativa de Juan Manuel Fernández Pacheco, Marqués de Villena, en 1714 y quedó aprobada oficialmente su constitución mediante una real cédula del rey Felipe V teniendo como objetivo esencial la elaboración de un diccionario de la lengua castellana, “el más copioso que pudiera hacerse”.

La RAE también ha tenido más escritores y estudiosos que lingüistas, y hoy por hoy son ellos quienes se arrogan el derecho de “regular” la lengua española, que cambian nuestra ortografía, rechazan nuestras palabras y consagran las propias como correctas. Lo mismo que tratan de cambiarles los nombres a nuestras letras, pero que no incluyeron ADN sino hasta el año 2001 y que hablan de una lengua “pluricéntrica” con tanta sinceridad que ni siquiera recogen la palabra en su propio diccionario. Sobra decir que son instituciones muy sexistas, que la primera mujer que entró en la RAE fue Carmen Conde, en 1978 y en la Academia Francesa, fue Marguerite Yourcenar hasta 1980.

Debemos darnos cuenta de que ”la lengua es de quien la trabaja”, y que “el uso hace la norma”, como diría el lingüista rumano Eugenio Coseriu, y que la RAE al ser española, pues refleja, primero que nada y sin lugar a dudas, los cambios y las tendencias del uso peninsular, y sigue viendo, quizás, a los otros dialectos —español mexicano, argentino, colombiano, etcétera— como con desdén, al punto de definir muchas palabras del español mexicano como “americanismos” o “mexicanismos”.

La lengua española tiene hoy más de 559 millones de hablantes, contando los hablantes nativos y los que lo hablan como segunda lengua, de los cuales 121 millones son mexicanos junto con 58 millones que lo hablan en EU, de los cuales , 63% es de origen mexicano. ¿Por qué no tomamos las riendas de nuestra lengua y nos sentimos orgullosos de cómo hablamos en vez de seguir lo que dicta la antigua Madre Patria?

Seguiremos hablando largo y tendido sobre esto.

 

           1. Ver artículo sobre el cambio lingüístico
                en este mismo volumen.

2. Silvia Senz y Montserrat Alberte (eds.): El dardo en la Academia. Esencia y vigencia de las academias de la lengua española, 2 vols. (vol. I: 736 pp.; vol. II: 640 pp.), Barcelona: Melusina, 2011. ISBN: 978-84-96614-97-0; ISBN vol. 1: 978- 84-96614-98-7; ISBN vol. 2: 978-84-96614-99-4

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