Por un chaleco y una matraca
Zaldívar se reunió con el fiscal general y el Presidente de la República, según reveló este último, para acordar que se actuaría contra el exprocurador Jesús Murillo Karam, quien fue objetode acusaciones grotescas, de acuerdo con las cuales es responsable de la desaparición de los 43 normalistas de Ayotzinapa, desaparición de la que no se enteró sino hasta que ya había sucedido...
A María Amparo Casar, con mi admiración,
mi afecto y mi solidaridad.
En cuanto el orador pronunció el nombre Arturo Zaldívar Lelo de Larrea, la multitud reunida en defensa del Poder Judicial federal al pie del Ángel de la Independencia se unió en un grito voceado a todo pulmón: “¡Traidor! ¡Traidor! ¡Traidor!".
El orador sostuvo que el expresidente de la Suprema Corte es un traidor, un rastrero, alguien que dinamitó a la Suprema Corte desde dentro y cambió la toga por un chaleco. Los asistentes gritaron ocho, nueve, diez veces: “¡Zaldívar, traidor!”. No eran cualesquiera personas: eran los miembros del poder que Zaldívar encabezó.
Nunca me ha convencido eso de que “la historia lo juzgará”. En primer lugar, el juicio de Clío no tiene un único intérprete; por otra parte, cuando ese juicio llega probablemente el enjuiciado no se entere, pues quizá ya lo habrá alcanzado el Alzheimer o, peor aún, la Parca, y lo mismo tal vez haya sucedido a sus contemporáneos. “Tan largo me lo fiais”, dice don Juan, el Burlador de Sevilla, ante la perspectiva del castigo de Dios a la hora de su muerte.
En el caso del expresidente de nuestro máximo tribunal, independientemente de las opiniones que se formulen en el futuro cercano o lejano sobre su actuación pública, hoy mismo no hay duda de la evaluación de los integrantes del poder del que fue el más alto representante, así como la de los juristas más respetables: Zaldívar se portó con deshonor en el privilegiado cargo que desempeñó y se ha portado con deshonor después de dejar ese cargo.
Zaldívar se reunió con el fiscal general y el Presidente de la República, según reveló este último, para acordar que se actuaría contra el exprocurador Jesús Murillo Karam, quien fue objeto de acusaciones grotescas, de acuerdo con las cuales es responsable de la desaparición de los 43 normalistas de Ayotzinapa, desaparición de la que no se enteró sino hasta que ya había sucedido, pero en unos pocos meses logró someter a proceso a los presuntos responsables. Un caso para la historia universal de la infamia.
Zaldívar, como presidente de la Suprema Corte, era sumiso a las indicaciones del Presidente de la República, quien lo instruía para que hablara con los jueces a fin de que no osaran tomar resoluciones que obstaculizaran los proyectos y los designios del titular del Ejecutivo. Según la denuncia sobre esos hechos, Carlos Alpízar, colaborador cercano de Zaldívar, coaccionaba a los juzgadores a fin de que resolvieran en el sentido que les indicaba, y varios de ellos sufrieron represalias por no ceder a la extorsión.
El entonces juez Alberto Roldán introdujo una grabadora oculta a una entrevista con Alpízar, que ordenaba que ninguno de los jueces y magistrados con los que hablaba entrara a las reuniones con su teléfono móvil. En el audio se escucha a Alpízar presionando al juzgador para que concediera un amparo a una exservidora pública acusada de fraude. Como Roldán no cedió a la coerción, fue trasladado a Morelia.
Zaldívar dejó su asiento en el máximo tribunal cuando aún le faltaba un año para cumplir su periodo a fin de que el Presidente de la República pudiese colocar ahí a una incondicional que desde el primer momento mostró sus cartas: llegó a la Suprema Corte a erosionarla desde dentro, a ser el caballo de Troya cuya misión sería quitarle su calidad de tribunal constitucional. Como esos parásitos que viven dentro de otro organismo vivo causándole un gran daño a su hospedero.
Zaldívar apoya a la candidata presidencial que ha asumido el proyecto dictatorial que incluye acabar con la autonomía del Poder Judicial; que los juzgadores ya no sean designados por sus conocimientos, su trayectoria profesional, su honestidad, su independencia de criterio, sino que surjan de concursos de popularidad, a pesar de que el aspirante a juzgador no debe hacer campaña ni compromiso alguno, pues su único compromiso debe ser con la Constitución.
Zaldívar secunda a esa candidata que respalda que el juicio de amparo pierda eficacia, que se reviertan los importantes avances que se habían logrado, que ese instrumento ya no pueda proteger universalmente a los gobernados ni suspender la entrada en vigor de leyes de dudosa constitucionalidad.
“Quien en una hora puede dejar de ser honrado es que no lo fue nunca”, escribió Jacinto Benavente. Arturo Zaldívar sucumbió al mimo del poder; prefirió la bendición del caudillo en lugar del decoro del jurista; vendió el honor y la autoestima, vendió su alma por un chaleco y una matraca.
