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La Madame

Lucero Solórzano

Lucero Solórzano

30-30

La actriz australiana Toni Collette tiene actualmente tres películas en la cartelera nacional, récord para una figura no particularmente taquillera en la industria.

Actriz muy completa, que se mueve con igual naturalidad en la comedia, el drama y el terror, está en Un nuevo camino y El legado del diablo-Hereditary, ambas ya comentadas en este espacio. Ahora protagoniza una producción francesa escrita y dirigida por Amanda Sthers titulada La Madame (Madame, Francia, 2017).

La segunda película de la francesa Sthers cuenta una historia clasista con un guión muy irregular y muchos huecos en la construcción de los personajes y el flujo de los diálogos. Se salva porque Sthers supo manejar a sus actores.

Anne y Bob Fredericks son un matrimonio norteamericano de la alta burguesía, pretencioso, snob y arrogante, que renta una gran casa de lujo para pasar unos días en París. Ella es Toni Collette, quien interpreta muy bien a una mujer chocante, banal, iracunda y caprichosa. Él es Harvey Keitel, casado por segunda vez con Anne y tiene dos hijos pequeños con ella y uno mayor de su matrimonio anterior.

Anne lleva un tren de vida de millonaria, pero Bob no le ha dicho que está por vencerse una hipoteca que no puede pagar y para ello tiene que deshacerse de un cuadro de Caravaggio que ha pertenecido por generaciones a su familia. Deciden organizar una cena para doce personas con la crema y nata del círculo social e intelectual de París, incluido David  (Michael Smiley) el dealer que está llevando la venta del cuadro en espera de su autentificación. 

El hijo mayor de Bob llega inesperadamente y Anne lo recibe furiosa porque, además, implica mesa para trece y ella es supersticiosa. Para remediarlo decide improvisar y le pide a María, Rossy de Palma, quien es su empleada de confianza, ama de llaves y administradora de la familia, que se quite el uniforme y la cofia, se ponga un vestido suyo y se siente en la mesa, bien callada. Por una confusión, David se queda con la idea de que es una condesa asturiana, prima de Juan Carlos de Borbón y, además, queda prendado de ella.

Lo mejor de la película es la española Rossy de Palma, que con su rostro tan en la línea de un Picasso, gran talento y simpatía natural se roba la película, pues interpreta al personaje con el que el público se conecta. Una Cenicienta de buen corazón que enfrenta discriminación, rechazo, humillaciones, en medio de un sainete que ella ni siquiera inició.

El desarrollo del romance con David va transformando a María, quien no conocía el amor, y De Palma, una de las chicas Almodóvar consentidas del realizador, es fresca y sincera en su interpretación.

Es una película que no requiere mayor esfuerzo y tiene un buen desenlace.

Entretiene.

 

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