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Alas de libertad

Lucero Solórzano

Lucero Solórzano

30-30

Alas de libertad (Bird people, Francia, 2014), está dirigida por la realizadora Pascale Ferran, basada en una historia de su autoría y de Guillaume Bréaud. Se presentó en la sección Una cierta mirada del Festival de Cannes, con buena recepción por parte del público y crítica. Es de esas rarísimas oportunidades de ver algo diferente y excepcional.

Desde uno de sus carteles promocionales en el que aparece la protagonista, una espléndida Anaïs Demoustier, que es el eje afectivo y emocional de la película, vistiendo como camarista de hotel y profundamente dormida como una figura gigante que reposa sobre la ciudad de París, ya podemos intuir que vamos a ver algo que no se parece a nada que se haya presentado recientemente en el circuito comercial, que le abre escasos espacios a propuestas raras y originales.

El inicio me recuerda mucho Las alas del deseo de Wim Wenders, al seguir a personajes que viajan en un vagón del metro.

La cámara se va posando en diferentes rostros y el sonido son sus pensamientos o sus conversaciones telefónicas, los mensajes de texto que intercambian con alguien o la música en sus audífonos.

Cada quien en lo suyo, haciendo cuentas, pensando en lo que no dijo, en lo que va a decir, en lo que se equivocó, sonriendo con una melodía o clavando la mirada con nostalgia en el infinito.

De ahí nos vamos al aeropuerto Charles de Gaulle y la realizadora Pascale Ferran refuerza esas imágenes de personas en lo suyo, como hormigas dentro de un enorme hormiguero que caminan con prisa, sin reparar en los demás.

Nos detiene en un pasajero, Gary, interpretado sólidamente por el actor estadunidense Josh Charles. Gary llega a París proveniente de San Francisco para dar seguimiento a un gran negocio que debe continuar en Dubái. Es un exitoso empresario casado y con hijos.

Pero algo pasa ese día en su vida. Atiende a sus juntas con distracción y desinterés.

Regresa al Hilton del aeropuerto y, según nos dice la voz de un narrador, toma una decisión que cambiará por completo su vida y en la que no hay vuelta atrás.

Gary ha sentido el impulso, que casi a todos nos llega alguna vez en la vida, de romper con todo: trabajo, amigos, pasado, familia, esposa.

Uno de los mejores momentos de Alas de libertad es la conmovedora conversación o, más bien, discusión que Gary tiene con su esposa Elizabeth por medio de Skype, para comunicarle su decisión de romper con todo.

En una secuencia de casi diez minutos, la pareja se suelta sus verdades. Ella, interpretada con solvencia por Radha Mitchell, a la que sólo vemos en la pantalla de la lap top de Gary.

Entre reclamos, ira, gritos, silencios, miradas, lágrimas, la pareja sienta, dolorosamente,  las bases de su separación después de 18 años de matrimonio, a miles de kilómetros de distancia, como se acostumbra hoy.

Audrey —Demoustier, con una bellísima expresión en la mirada— es una joven camarista del hotel Hilton. Hace su trabajo de manera minuciosa, disfruta salir de cada habitación y corroborar que todo quedó impecable. Gary es uno de tantos huéspedes cuya habitación está en la lista de deberes de Audrey. 

Ella es una joven que sueña despierta, y la particular expresión de la actriz, entre infantil-dulce-inquisitiva–traviesa, es la expresión de un espíritu libre, que vive atrapado, como un pájaro dentro de una jaula.

La película se divide en dos actos bien marcados. No le doy más información, pues el giro en la historia de Audrey es inesperado y de una gran belleza plástica.

No se la puede perder.

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