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Inquebrantable

Lucero Solórzano

Lucero Solórzano

30-30

Entre las películas que han generado interés por parte de público y crítica en esta temporada, se encuentra Inquebrantable (Unbroken, Estados Unidos, 2014), dirigida por la actriz Angelina Jolie en su segundo largometraje tras las cámaras después de Tierra de sangre y miel.

El guión es la adaptación del libro homónimo de Laura Hillenbrand, éxito de ventas en Estados Unidos, y es de la autoría nada menos que de los hermanos Ethan y Joel Coen en colaboración con Richard LaGravenese. En el grueso volumen la escritora recrea la vida de Louis Zamperini, el corredor olímpico estadunidense de origen italiano, ganador de la carrera de cinco mil  metros en los Juegos Olímpicos de Berlín de 1936, cuyos sueños de seguir compitiendo y ganando se vieron violentamente frustrados —junto con los de millones de jóvenes de los países involucrados—, cuando se inició la Segunda Guerra Mundial.

Inquebrantable no ha sido muy bien tratada por la crítica y ha estado prácticamente ausente de las nominaciones a los premios más importantes de estos meses como Globos de Oro,
BAFTA, SAG, PGA, y desde luego Oscar, para el que apenas alcanzó a quedar como candidata por Mejor Fotografía, Edición de Sonido y Mezcla de Sonido. La señora Jolie no ha de haber tomado nada bien estas omisiones.

Inquebrantable es una película de luces y sombras, me explico. La actriz seleccionó un proyecto complicado, aunque “agradecido” desde el momento en que pretende ser una recreación emotiva de los sinsabores de un prometedor atleta olímpico, que sufrió en carne propia la crueldad de algunos miembros del ejército japonés durante su cautiverio en un campo de concentración para prisioneros.

Los primeros cincuenta minutos de Inquebrantable son impecables. La secuencia inicial sucede en el aire, dentro del caos de un bombardero que enfrenta a aviones japoneses. El realismo de la filmación nos pone dentro de la aparatosa nave, “amontonados” entre los fierros, las bombas y los soldados que se debaten para hacer frente a las feroces ráfagas de los astutos pilotos japoneses. Jolie muestra gran destreza para la realización de esa secuencia.

En medio de la confusión conocemos a Louis Zamperini, de escasos 25 años, interpretado por el británico Jack O’Connell, quien ha trabajado en el cine y la televisión de su país y más recientemente en 300: El origen de un imperio. O’Connell convence con el peso de la película sobre sus hombros, y aquí hay que destacar otra virtud de Angelina Jolie, es buena directora de actores. El joven Zamperini se concede breves instantes en medio del ensordecedor ruido del motor del avión, los gritos de sus compañeros y el miedo a flor de piel, para recordar su infancia y adolescencia en el seno de una familia religiosa y conservadora de origen italiano, con dos hermanas y un hermano que lo impulsa desde niño para que desarrolle su enorme capacidad y potencial como corredor. Mediante flashbacks conocemos a Louis desde que es niño, hasta su llegada a los Olímpicos de Berlín.

Tras salir milagrosamente bien librados de ese combate, su mismo grupo es enviado a una misión de rescate en medio del Pacífico. Las deficiencias mecánicas del avión provocan que la nave se desplome en el mar en medio de la nada, y ahí se inicia la verdadera pesadilla, pero también se inicia el giro narrativo por el que tanto los Coen, como Jolie intentan contar una historia de fuerza de voluntad, determinación y supervivencia, que cae en excesos injustificados de largas secuencias de violencia gráfica (la fila de soldados golpeando, uno por uno, a Zamperini, se siente por decir lo menos, insoportable e innecesaria). El encargado del campo, Watanabe, es un cabo sanguinario que convierte en su enemigo personal a los “enemigos de Japón”, y Zamperini es el principal objetivo de su brutalidad. Watanabe es un personaje hueco, mal descrito, plano.

Me viene a la mente El puente sobre el Río Kwai y la excelente construcción de los personajes del Comandante Saito (Sessue Hayakawa), y el Coronel Nicholson (Alec Guinness). Ambos oficiales se enfrascan en una lucha frontal para hacer prevalecer su muy particular sentido del honor. Eso falta en Inquebrantable; por momentos las largas secuencias de castigo son gratuitas, y nos llevan a dejar de conectarnos con el protagonista.

Buena música de Alexander Desplat, actuaciones convincentes, muy logrados efectos especiales, momentos de gran cine, pero ¿y la emoción?, ¿dónde quedó la emoción?

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