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La moda a la vanguardia depredadora

Lorena Rivera

Lorena Rivera

La población mundial consume la riqueza natural más rápido de lo que la Tierra puede regenerarla en un año y, para continuar con ese ritmo vertiginoso y depredador, se necesitarían tres planetas, pero no los tenemos y, a sabiendas de ello, hay magros esfuerzos para frenar la destrucción. 

Cada vez más industrias presumen etiquetas sostenibles, porque se dicen respetuosas del medio ambiente gracias a producción no contaminante, uso eficiente de energía y agua; reciclaje y reutilización de materiales; productos y servicios asequibles, así como seguridad y salud para trabajadores, consumidores y entornos, entre otros puntos. Algunas lo son, pero otras usan la sostenibilidad como fachada o greenwashing. 

 Una de las industrias que, desde hace alrededor de una década, tomó la bandera de sostenibilidad es la de la moda, la cual se conoce como moda ética o sostenible para cuidar el medio ambiente. 

Del otro lado está la moda rápida y masiva o fast fashion, movida por las ganancias a corto plazo, porque, al haber consumidores insaciables, acelera la sustitución de prendas, en medio de un mar de colecciones y tendencias que responden a las temporadas primavera-verano y otoño-invierno y muchas minitemporadas. Algo así como “esta prenda úsese y tírese que ya está la nueva colección”, además, es seguro que no aguantará más de dos lavadas, porque los materiales son de mala calidad para mantener costos bajos. 

La moda es un mercado muy apetitoso. Un informe de la empresa Research and Markets indica que el mercado global de la moda rápida alcanzó un valor de 68 mil 600 millones de dólares en 2020. Mientras que la industria de la moda —todos los segmentos— tiene un valor de más de tres mil millones de dólares, lo que representa el 2% del PIB mundial, de acuerdo con la consultora McKinsey. 

 Pero hay costos sociales que incluyen fábricas o maquiladoras en países de renta baja, como Bangladesh, India, Camboya, Indonesia y Malasia, donde se “emplea”, generalmente, a mujeres y menores de edad con salarios por debajo del mínimo, sin seguridad social y jornadas laborales de más de ocho horas al día por seis días a la semana. Una esclavitud en tiempos modernos. 

El costo ecológico es enorme. La industria de la moda es la segunda mayor consumidora de agua (79 mil millones de metros cúbicos por año), además de ser responsable del 10% de las emisiones globales de carbono, que es mayor a las de los vuelos internacionales y el transporte de envíos. “Cada segundo, el equivalente a un camión de basura lleno de ropa se quema o arroja en un vertedero, lo que empeora la ya preocupante crisis de residuos”, señala WWF. 

Se emplean fibras sintéticas y la elaboración de una camiseta de poliéster produce 5.5 kilogramos de CO2, 20% más que el equivalente en algodón, arroja una investigación del MIT. 

 Marcas de los mercados masivos y de lujo se han ido sumando a la moda ética. Inclusive, en marzo de 2019 se creó la Alianza de las Naciones Unidas para la Moda Sostenible, con la finalidad de asegurar que la cadena de valor contribuya al logro de los Objetivos de Desarrollo Sostenible. 

 Investigaciones de esta alianza indican que sí pueden sustituirse fibras sintéticas por sostenibles, renovables y biodegradables para reducir impacto, como algodón, lino, lana, cuero, yute, cáñamo, bioplásticos derivados del bagazo de algunos frutos y algas, así como otros materiales orgánicos. 

Sin embargo, la moda ética tiene sus peros, porque habría que confiar en la “buena fe” de los etiquetados sostenibles, porque es complicado rastrear los materiales de la cadena de suministro, ya que los proveedores deberían tener también una huella de carbono baja o cero. 

 Lo cierto es que los reportes científicos indican mayor devastación de los ecosistemas y su biodiversidad. 

 A la par de la moda ética, en los últimos años ha proliferado la compra de ropa usada o de segunda mano y tiendas vintage, bajo las premisas de reutilizar y reducir, así como crear conciencia del cuidado del ambiente. Esta tendencia reduce el impacto ambiental. Así, surgieron sitios en la web y aplicaciones de venta de ropa y accesorios usados de marcas de lujo y de cadenas. 

También habría que cuidar las condiciones de higiene de la mercancía para cuidar la salud de los consumidores. 

Pero si en verdad se quiere cuidar el planeta, los que deben cambiar son los consumidores y antes de emocionarse por estrenar cada temporada, mejor habría que sacarle el mayor provecho a todas y cada una de las prendas y accesorios del clóset. Mientras que la industria tiene la obligación de acotar las colecciones y dejar de producir toneladas de prendas como si el mundo se fuera a acabar. Aunque sí se acabará si continuamos derrochando la riqueza de un planeta cada vez más frágil. 

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