Logo de Excélsior                                                        

AMLO, vuelta al silencio cómplice

Laura Rojas

Laura Rojas

Agora

Hace unos días, el gobierno de López Obrador tomó su primera decisión relevante en materia de política exterior, una decisión definitoria de lo que será su actuación frente a violaciones de derechos humanos, defensa de la democracia y crisis humanitarias en otros países.

Después de que México tuvo un notable activismo, primero, en el seno de la Organización de los Estados Americanos (OEA) denunciando el rompimiento del orden constitucional, así como la crisis política y humanitaria que ha se ha recrudecido desde 2015 en Venezuela, y luego, en el Grupo de Lima, este viernes se abstuvo de firmar la declaración que los otros trece países miembros del grupo acordaron para reiterar su desconocimiento del proceso electoral de mayo de 2018 en el que resultó electo Nicolás Maduro para un nuevo periodo presidencial y para hacer un llamado a que éste no asuma el cargo.

Este cambio de posición no sorprende. A diferencia de otras promesas de campaña –como las de bajar el precio de la gasolina, retirar a las Fuerzas Armadas de las calles o castigar la corrupción– en la oferta de no opinar sobre lo que a juicio del lopezobradorismo son asuntos internos de otros países, sí están cumpliendo, lo cual es lamentable.

Siempre la pérdida de voces a favor de buenas causas lo es, más aún si se trata de un país como México, que tiene un peso importante en la región e, incluso, en el mundo. Dejar de levantar la voz frente a un régimen que ha pasado por encima de sus propias leyes y ha atropellado instituciones; que ha hecho de la persecución, el encarcelamiento y la tortura su método para tratar a los opositores; y que ha generado una de las mayores crisis humanitarias vistas en la región no es neutralidad sino ponerse del lado del opresor.

El presidente López Obrador y su equipo parecen no recordar la historia de México en esta materia. Parecen olvidar al general Lázaro Cárdenas, quien no sólo abrió las puertas a los refugiados españoles que huían de la dictadura de Franco, sino que incluso rompió relaciones con España durante ese periodo. Olvidan también que el presidente Luis Echeverría hizo lo mismo con Chile durante el régimen de Pinochet, y a José López Portillo, cuyo gobierno cortó relaciones con Nicaragua en rechazo a lo que él mismo llamó el “horrendo genocidio” a cargo del dictador Somoza. En este último caso, la historia no paró en la denuncia internacional o el quiebre de relaciones, México incluso ayudó activamente a los sandinistas a derrocar al régimen somocista.

Así es que la historia demuestra que México, en varias ocasiones, ha tomado partido a favor de la democracia y de la defensa y promoción de los derechos humanos, y que ninguna interpretación falaz del principio de no intervención había sido una excusa para callar cuando, desde el poder, un gobernante ha abusado y se ha volcado en contra de su propio pueblo.

El otro argumento del gobierno morenista de que no debemos fijarnos en los problemas ajenos porque tenemos los propios también es falaz. Todos los países del mundo, aun los más desarrollados, tienen problemas, muy probablemente siempre los tendrán. Eso no exime a ninguno de participar en la solución de los problemas comunes, y en el caso de Venezuela, su crisis ya no es sólo de los venezolanos, ya que la diáspora ha impactado a otros países, como Colombia.

Este jueves se discutirá en la OEA una resolución sobre Venezuela en el mismo sentido de la declaración del Grupo de Lima, seguramente veremos a México abstenerse igual que el viernes cuando se votará una declaración sobre Nicaragua, otro país donde la crisis de derechos humanos también ha crecido a niveles alarmantes. Así, AMLO vuelve al silencio cómplice haciéndole un gran favor a los dictadores.

 

Comparte en Redes Sociales