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La dictadura perfecta

La Crítica

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Por Alonso Díaz de la Vega

La melancolía no es el sedimento de la sátira, sino el fondo de donde emerge. La sátira se burla de lo que indigna, pero contiene sus lágrimas, como el payaso de Leoncavallo, para continuar la función. Entre los muchos errores de La dictadura perfecta (2014), de Luis Estrada, podemos contar la incoherencia tonal de un filme que en sus primeras escenas promete una catarsis humorística sobre la realidad política actual, y nos traiciona al convertirse en  un melodrama pesimista sobre una percepción —real o no, no podemos saberlo— de la vida noticiosa del país. Lo que Estrada nos presenta no es una crítica a la dictadura perfecta de Mario Vargas Llosa ni a la dominación hegemónica de un partido, como calificó Octavio Paz al priato, sino una exhibición de nuestros temores políticos. La dictadura perfecta, si habrá de tener un valor en el futuro, es el de representar la paranoia mexicana con una libertad inusual, a pesar de su fallida forma.

Para expresar la colaboración entre los medios de comunicación y el Estado, Estrada nos sienta ante la pantalla del cine para ver la televisión. Su manejo del tiempo, en busca de imitar la duración del noticiario mexicano más visto, no es el triunfo estético que él prevé; más bien es la ruina de la película entera, cuya posibilidad de valor paródico se quiebra ante la necedad panfletaria. Al principio de la película, Estrada advierte de la realidad que ésta refleja, pero nunca hemos visto el secuestro del titular noticioso más importante del país debido a una burla al Presidente ni existe tal cosa como un reportero de guerra en México.  Si a los medios nacionales se les puede acusar de algo no es de colaboracionistas o infiltrados por agentes de Gobernación, sino de ociosos. Estrada desconoce el tema de su cinta y se basa en un temor reconocible para todo mexicano mayor de 20 años: el retorno de los años prepanistas.

De manera creciente desde Un mundo maravilloso (2006), las cintas de Estrada han perdido la sagacidad humorística y crítica de La ley de Herodes (1999), que se sentía más cómoda al embestir el pasado de las instituciones políticas modernas. De hecho, al igual que en La hija de Moctezuma (2014), las referencias están orientadas generalmente a los regímenes panistas y no al actual. El gag con el que comienza la cinta, “los mexicanos hacen trabajos que ni los negros quieren hacer”, data de la era Fox en 2005. La dictadura perfecta no atina a desmenuzar los problemas nacionales porque, insistamos, parte de un miedo no a lo que existe, sino a lo que podría existir. La suposición y la especulación engendran los males democráticos.

@diazdelavega1

 

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