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¿A nadie le importan?

Kimberly Armengol

Kimberly Armengol

Rompe-cabezas

Luego de una semana de la escalada de violencia en Oriente Medio, el escenario no vislumbra una calma próxima y mucho menos avances en uno de los conflictos más añejos de nuestra época: el israelí-palestino.

Más que las causas, los últimos ataques o las estrategias de Hamas, el ejército israelí, los silencios, complicidades e indiferencia, me gustaría reflexionar sobre un tema que en verdad le rompe el alma a cualquiera que mira las imágenes de una guerra que raya en lo absurdo, de un conflicto en el que las partes incumplen sus compromisos.

Hoy quiero hablar de algo más importante que un pedazo de tierra: la niñez. Por generaciones, niños israelíes y palestinos han crecido en una sociedad polarizada, donde el otro es el malo, donde la violencia es la respuesta y donde la tierra se debe defender con la vida, pero, ¿cómo puede entender un niño de odio antes de amor?

Lamentablemente, por un lado hay niños que temen por su vida, pero que están siendo orillados a una situación de hambre, desesperanza, miedo y un futuro incierto, donde lo único claro será huir o una lucha diaria por sobrevivir.

Del otro lado, niños viviendo el trauma de un bombardeo, un ataque terrorista, ensayos de ataques y una siniestra sirena que anuncia que su muerte puede estar cerca.

¿Es acaso la vida que un niño merece? No, me niego a aceptarlo. Al día de hoy, 192 personas han muerto durante la última semana del lado palestino, de los cuales 60 eran niños, es decir, 31.2% de las víctimas.

Organizaciones palestinas afirman que más de 2,000 niños han muerto en los últimos 21 años a causa del conflicto.

Del lado israelí, también ha habido bajas, niños inocentes masacrados por el terrorismo, pero tampoco por ser menos dejan de ser menos graves o poco significativas.

En 2020, la organización Save the Children lanzó Stop the war on children (Detengan la guerra contra los niños), un informe donde detalla que tan sólo en 2018, 415 millones de niños vivían en zonas en conflicto armado, de los cuales 149 millones viven en zonas en conflicto de alta intensidad.

Sin duda, esta escalada de violencia pone de manifiesto el gran retroceso que como humanidad tenemos, al no poder proteger el valor más importante que tenemos como sociedades: la niñez.

Si no podemos garantizar su protección, ¿qué mundo les espera?

 

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