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António Guterres y la crisis mundial

Julio Faesler

Julio Faesler

La Última Llamada podría ser el título del discurso de António Guterres, secretario general, al inaugurar la septuagésima Asamblea General de Naciones Unidas esta semana. Los problemas a los que ahora se enfrenta la comunidad internacional no podían haberse descrito más enfáticamente. Los tiempos se agotan y nada se está haciendo de efectivo para detener los desastres que a diario se están desencadenando. La tibia acción de protección ambiental sin eficacia, el aumento de pobreza que escinde a todos en ricos y pobres, el desperdicio de medicinas y abandono de la atención médica, la necesidad de inspirar a la juventud desorientada, la esterilidad de las disputas entre países. La explicación más real de todas las trabas contra la cooperación internacional es la soberbia.

Algunos párrafos del discurso:

Estamos estancados en una colosal disfunción global. La comunidad internacional ni preparada ni dispuesta a afrontar los desafíos enormes y dramáticos de nuestra era que amenazan el futuro mismo de la humanidad y el destino de nuestro planeta.

Las divisiones geopolíticas socavan al Consejo de Seguridad, la confianza en instituciones democráticas y toda forma de cooperación internacional.

En un momento creíamos encaminarnos hacia un mundo de G2, pero ahora corremos el riesgo de terminar con un G-nada ni cooperación ni dialogo ni solución colectiva de los problemas.

Cunde la destrucción generalizada, graves violaciones del derecho internacional como la guerra en Ucrania con inquietantes informes sobre las tumbas en Izyum.

La crisis climática “debe ser la prioridad de todos los gobiernos y organizaciones pero está siendo relegada a un segundo plano donde es paradigma de injusticia moral y económica…. Los países del G20 generan 80% de todas las emisiones, pero los más pobres y vulnerables ­–que menos han contribuido– soportan repercusiones más brutales”. “Hay que exigir responsabilidades a las empresas de combustibles fósiles y a quienes las promueven por sus intereses: bancos, fondos de capital privado, gestores de activos y otras instituciones financieras que siguen invirtiendo y avalando la contaminación por carbono…Y deben gravarse los beneficios extraordinarios de las empresas de combustibles fósiles”.

El secretario general planteó la reforma estructural del sistema financiero mundial, creado por los países ricos para servir a sus intereses, y que acentúa y consolida las desigualdades. Además de señalar a la soberbia como factor que impide la acción de los países, el secretario general subrayó que la falta de ética es lo que se encuentra en el fondo del mal mundial. La falta de ética nos está definitivamente hundiendo.

¿Es este fenómeno el fruto del laicismo liberal que ha dominado el pensamiento occidental desde fines del siglo XVII y que hasta ahora, en pleno siglo XXI, sigue excluyendo valores morales en toda acción, salvo la más íntima? Ello explicaría la tolerancia, la falta de ética actual en todo el mundo, que desata la corrupción que invade a la sociedad en prácticamente todas las actividades en prácticamente todos los países. Hay un buen número de personas con esa concepción laico-liberal que no sólo describe, sino justifica. ¿Será que por eso António Guterres condena la caída de ética en tantos ámbitos, sólo por razones del alto costo monetario que implica?

La falta de ética como preocupación no es nueva en México. Hubo un presidente que dedicó todo su sexenio a la Renovación Moral. Ahora es constante en las peroratas del presidente López Obrador; su mención a la necesidad de la ética en el comportamiento no sólo político, sino también de toda la comunidad y por ella fustiga sin piedad a sus “adversarios”.

Independientemente de la urgencia de buscar la paz por todos los medios y de restituir principios éticos desterrados por nuestra arraigada concepción laica para empezar a remediar los males que el secretario general Guterres enumeró. No podemos, aquí en México, dejar de ver su propuesta de un repentino comité de pacificación, no sólo para Ucrania, sino universal, y al que discurre invitar al papa Francisco, cuya calidad y estatura no admite ser igualada a un AMLO rupestre y desorganizado, cargado de dolorosos fracasos en materia de paz, provocador de violencias que asuelan su país y que con Putin lo condenan a penas de retribución. La propuesta a la ONU es oportunista y obvia como nuevo distractor de la atención popular de culpas evidentes. La reacción inmediata a la propuesta que, en obediencia, tuvo que presentar formalmente ayer el canciller mexicano Marcelo Ebrard simplemente añadió a nuestro descrédito internacional.

La detallada descripción de la crisis mundial que hizo el secretario general Guterres merece en cambio toda nuestra activa atención.

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