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Política relajada

Juan José Rodríguez Prats

Juan José Rodríguez Prats

Política de principios

           La significación o sentido del relajo
                es suspender la seriedad.

           Jorge Portilla

 

A mi juicio, la crisis que vive México tiene dos ingredientes de alta peligrosidad: una perseverante demolición de instituciones y un ambiente que podríamos calificar de generalizado relajo. Acudo a uno de los más atinados estudiosos del mexicano, quien constituye, junto con Samuel Ramos y Octavio Paz, el trío de indispensable consulta para conocernos en nuestras peculiaridades: Jorge Portilla, que en su libro La fenomenología del relajo escribe:

“El resultado es una política débil con todas las consecuencias que acarrea y que tenemos todos al alcance de la mano: la ambigüedad ampulosa de los actos en que la vida se manifiesta; el tono demagógico y hueco de los discursos, proclamas, informes, etcétera. En general, no saber a qué atenerse; un juego de adivinanzas como criterio para decidir probabilidades, ola de rumores, etcétera”.

Perdón por lo extenso de la cita, pero me parece que, escrito hace casi 60 años, describe la situación actual. Basta asomarse a nuestra empobrecida vida pública para confirmar que nuestra capacidad para deliberar está seriamente atrofiada y, sin ella, somos una nación extraviada.

En nuestra historia ha habido momentos de destello en la reflexión y el análisis. Evocaría el primer debate sobre nuestra nación, convocado en 1551 por Carlos V y con la participación de dos destacados pensadores: Ginés de Sepúlveda y Bartolomé de las Casas, sobre los principios que deberían orientar las Leyes de Indias. El pensamiento humanista del segundo, para mí el personaje más relevante de la Colonia, constituye un legado de primerísimo valor. Muy lamentable, por cierto, que su escultura haya sido retirada, al igual que la de Cristóbal Colón.

La confrontación de ideas de Lucas Alamán y José María Luis Mora al inicio de nuestra vida independiente es de gran actualidad. El movimiento de Reforma tiene a la generación más ilustre de pensadores en nuestra vida como nación. Inclusive en el porfiriato destacan varios personajes que sustentan el “orden y progreso” como lema de gobierno. Tanto la Revolución como el periodo posterior tienen figuras de primer rango.

Desde luego, el repaso es arbitrario. Sin subestimar a analistas actuales, me atrevo a afirmar que nuestra clase política está dando un espectáculo de gran vacío en el discurso y en el debate.

El recinto más importante de reflexión son las cámaras, tanto a nivel local como federal, que constituyen el Poder Legislativo. Sin embargo, me atrevo a decir que ni siquiera ahí hay confrontación de ideas en nuestro país.

Ante este escenario de mediocridad, ¿qué hacer? En la academia y en los medios hay muchas voces que asumen con responsabilidad sus tareas. El más serio problema está en los partidos políticos que, con todo y sus graves fallas, siguen siendo insustituibles en la construcción de la democracia.

Propongo una idea un tanto ilusa: un gran acuerdo nacional para darle sustento cultural a la política y acercarla a la ciudadanía. La falla más seria de nuestra transición a la democracia ha sido que no nos preparamos para ejercerla en todos los sectores de la sociedad. Como lo demuestran las encuestas, el repudio que la sociedad manifiesta, sobre todo los jóvenes, hacia la vida pública, los políticos y los partidos, es una prueba irrefutable de nuestra trágica situación.

Se trata de que la ciudadanía esté informada y tenga conciencia, con claridad, del momento que vive México y de sus perspectivas.

El significado de la palabra seriedad es muy fácil de distorsionar, pero me parece fundamental, como lo sostiene Portilla. Seriedad implica responsabilidad, deber, sustento. Por lo tanto, es necesario que seamos serios. No descarto la ironía, pero señalo el riesgo de que devenga en relajo. La política nos reclama el mayor compromiso para asumir deberes y tiene que iniciar con el ejemplo de gobernantes y dirigentes.

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