Irreversible
Si aquel 13 de agosto de 1521 los mexicas hubieran ganado la batalla, hoy hablaríamos de un segundo sitio...
Nunca tendremos la versión definitiva de lo que ocurrió hace 500 años en Tenochtitlan y Tlatelolco. Su caída, convertida en mito e hito, era irreversible y es una herida abierta que se alimenta desde la infancia.
Recuerdo mis primeras clases de historia en los años 80 del siglo XX, cuando los profesores (con buenas intenciones) relataban una lucha épica entre buenos y malos. En una esquina aparecía el noble pueblo mexica y en la otra los bárbaros conquistadores que eran apoyados por un grupo de traidores.
La idea ha cambiado a últimas fechas y ahora se recrea una batalla sin buenos ni malos, pero mantiene la esencia de triunfadores y derrotados, que se alimentan de expresiones poco afortunadas como ‘malditos gachupines’, ‘pobres inditos’ y que llega hasta ‘pinches gringos’ y el famoso grito homofóbico en los estadios de futbol. Crecemos y vivimos en una cultura de la venganza, el resentimiento y el menosprecio.
Me parece un error hablar de una verdad definitiva, pues sólo contamos con partes del relato prehispánico. Baste mencionar que los expertos que estudian Tenochtitlan sólo han excavado el 12% del Templo Mayor, y el 0.1% de la capital mexica –según comentó el arqueólogo Leonardo López Luján en su conferencia del pasado 10 de agosto–; es decir, apenas fragmentos de un rompecabezas que sugiere una historia con lagunas.
Además, resulta ociosa la interpretación de la historia según el viento de la temporada. Ojalá que en 500 años los habitantes de la CDMX recuerden Tenochtitlan con la misma pasión del siglo XXI, pero sin quedarse en vencedores y vencidos o en resistencias que apuntan al “derecho de la memoria de la ciudad” con una maqueta estrambótica y luces de discoteca.
Está bien reivindicar a los pueblos indígenas desde el discurso y que se realicen festivales como Original –pensado por la Secretaría de Cultura, que dirige Alejandra Frausto–, el cual aporta un decálogo como adorno, pero no apuesta por una legislación completa en México o tratados internacionales para impedir la apropiación del patrimonio intelectual de dichos pueblos. Ojalá esto también se tradujera en apoyos financieros y no sólo en foros, expoventas y pasarelas.
Sigo sin creer que los habitantes de la CDMX debamos sentirnos más mexicas, porque somos trashumantes que sienten la misma atracción por las pinturas rupestres que por las cabezas olmecas, la poesía de Nezahualcóyotl, los vestigios de Teotihuacan, del Templo Mayor o la antigua Grecia. También hemos hecho nuestra propia versión de la lengua española y cada día celebramos nuestras raíces en la mesa. Entonces, ¿por qué elegir un origen entre tanta diversidad? No parece justo decantarse por la grandeza de un imperio que sólo es un fragmento de nuestra cultura.
Lo mejor es que cada ciudadano acceda a la mayor cantidad de versiones sobre la historia y que haga la propia, pues no existe una máquina para viajar a través del tiempo que nos muestre cómo sucedió el ocaso de Tenochtitlan. Y cuando digo que era irreversible su caída, imagino que, si aquel 13 de agosto de 1521 los mexicas hubieran ganado la batalla, hoy hablaríamos de un segundo sitio o contaríamos nuestra historia en lengua portuguesa o inglesa.
UNA MARX
Vemos que el camarada Marx Arriaga vuelve al terreno de la polémica. Ahora con sus afirmaciones, en entrevista con Álvaro Delgado y Alejandro Páez Varela, sobre la salida de Daniel Goldin de la Biblioteca Vasconcelos. La respuesta de Goldin es puntual y me quedo con su colofón: “Me parece desgastante distraer a la opinión pública en polémicas en las que este funcionario siempre se enzarza para alimentar la polarización. Los desafíos que enfrentamos como país obligan a construir políticas de largo aliento sustentadas en datos y diálogo respetuosos”.
