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Niño

Joselo

Joselo

CrockNICAS MARCIANAS

Fue en los primeros años de la década de los dos miles cuando un amigo me ofreció los tres primeros libros de Harry Potter. Me los regalaron —me dijo—, pero en realidad a mí no me interesan, a ti te gustan esas historias, ¿no? Quédatelos, pero no le digas a nadie que te los regalé. No quiero que quien me los regaló se entere.

Recibí los libros feliz, porque no los había leído. Sí, soy un lector de fantasía y ciencia ficción, pero los libros de Harry Potter no me habían llamado la atención. Ya iban en el tercer título y yo ni enterado. Leí dos, como para ponerme al corriente, pero no me enganché, creo que incluso me aburrieron. Los llevé junto con otros libros a cambiarlos a las librerías de viejo. Esto nunca se lo dije a quien me los regaló. Pero supongo que “ladrón que roba a ladrón, tiene cien años de perdón”. ¿O existe un refrán que hable de quien regala lo regalado?

La escuela de magos que a mí me entusiasmaba es la que describe Ursula K. Le Guin en sus libros de Terramar. No digo que J. K. Rowling sea una ladrona de ideas, hay muchas “escuelas de magia” en la literatura de fantasía. Aunque mucho se ha hablado que la descripción del aspecto de Harry Potter es muy parecida al niño de Books of Magic (Vertigo, 1990), un cómic escrito por Neil Gaiman y dibujado por John Bolton. El niño es flaco, tiene lentes, pelo revuelto parado y es un aprendiz de magia (¿?¡!).

Cuando llegaron las películas de Harry Potter tampoco las vi. Creo que vi una, la primera. La que dirigió Alfonso Cuarón, que le apodaron Charry Potter (por Charro Mexicano, duh), aún la tengo que ver. Supongo que con la Cuaronmanía que vivimos actualmente es imperdonable no verla.

Ahora mi hija de nueve años, Úrsula, está muy entusiasmada leyendo a Harry Potter y yo la estoy acompañando. Leemos juntos en voz alta, ella una página y yo otra. Cuando no estamos juntos ella lee sola, después leo lo que me perdí para alcanzarla y continuar juntos. Lo más raro es que estoy enganchadísimo. Estamos leyendo el tercero, Harry Potter y el prisionero de Azkaban. Ella se interesó por el universo creado por J. K. Rowling porque varias compañeras suyas lo están leyendo. Hay un momento en su escuela en el que todo se detiene para que cada niño y maestro lea en silencio. ¡Ojalá mi escuela hubiera sido así!

¿Qué cambió en mí para que ahora me guste Harry Potter? Quizá sucumbí al hechizo en el que caemos muchos padres de familia: que al ser testigos de las mismas películas y programas infantiles que ven nuestros hijos, terminamos tomándoles el gusto y “sentimos que nos gusta”. ¿O será que sí nos gusta realmente? Tal vez sí. Como les digo, es un hechizo. Hay quien dice que aborrece todo lo que ve su hij@, pero un día se descubre tarareando: “¡Libre soy, libre soy!” cuando camina en los pasillos de la oficina al salir de una reunión importantísima.

Quizá ese embrujo, ese descubrir que nos gusta algo infantil es un recurso de la evolución para no volvernos locos con la repetición exhaustiva de nuestros hijos por ciertas canciones, películas o personajes de animación.

La verdad es que me gusta sentir que con mis hijas vuelvo a ser niño. Dejo de juzgarlo todo, de criticar cada escena, como está escrita, dibujada, contada y, simplemente, la disfruto. Regreso a esa época en la que me gustaba repetir las cosas una y otra vez sin preocuparme por nada más, sin sentir esa presión de que hay un mundo por conocer allá afuera y entonces vivo el momento presente.

Con mis hijas a un lado, viendo una película, leyendo un libro, me dejo de preocupar por ser demasiado cursi, como esta columna que estoy escribiendo. Es Navidad. Es Año Nuevo y todavía faltan los Reyes. Sonrío de oreja a oreja. Estoy feliz de ser niño otra vez.

 

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