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Horchata de coco

Joselo

Joselo

CrockNICAS MARCIANAS

Se llama Minatitlán, pero yo le digo Mina, como le decimos de cariño todos los que nacimos ahí o nos sentimos conectados con esa ciudad al sur del estado de Veracruz. Hace un calor de los mil demonios, aunque para mí siempre fue la temperatura normal, salí del vientre de mi madre sin saber que otras personas preferían un clima menos extremo.

Mi padre era de Coahuila, mi madre de Michoacán, y ambos se fueron a vivir a Minatitlán después de casarse porque ahí estaba (está) la refinería en la que contrataron a mi papá. Pepe Rangel era ingeniero químico, y aunque muchos no querían irse hasta allá, lejos, él aceptó la chamba. Era muy trabajador. Mi madre, Aída Arroyo, que lo amaba, lo siguió hasta el fin del mundo. Las jornadas de los petroleros son muy extrañas, los turnos de la refinería muy arduos, pero yo de eso no me acuerdo. Solo sé que crecí con el olor del chapapote en el ambiente. Cuando lo vuelvo a oler me regreso a mi infancia, allá en Mina.

También me hacen viajar al pasado el sabor del chicozapote y el nanche. En la colonia petrolera donde vivíamos había muchos árboles frutales: guayaba, mango, aguacate. Los hijos de otros ingenieros eran mis amigos y nos subíamos a los árboles todos los días, o mejor dicho, vivíamos ahí trepados, como El barón rampante de Ítalo Calvino. Yo era de los más chiquitos, cinco años; como era ligero podía subir hasta la punta más alta de cualquier árbol. Nunca me caí, nunca me fracturé un brazo ni una pierna, era un experto. El paraíso: comía los chicozapotes y las guayabas en el árbol mismo, colgado de una rama. Qué delicia.

A mi padre le apodaban El Tractor, en Monterrey (donde creció), jugaba futbol americano, pero al llegar a Minatitlán se pasó al beisbol, aunque también ya lo jugaba allá en el norte. Era jonronero, varias veces se voló la barda en el campo de beisbol. Ahí cerca de la colonia estaba el Campito, donde jugaban la Liga Pequeña y la Liga Hormiga. Me encantaban sus uniformes, no sé por qué mis papás no me metieron a jugar si a mi hermano Quique y a mí nos gustaba el beis. Cada uno tenía su manopla de cuero, bate de madera y bola. Jugábamos mucho. Desde lejos escuchaba a los niños entrenar, el Campito estaba cruzando las vías del tren.

Ahí en las vías también jugábamos, aunque ningún adulto lo sabía. Llevábamos monedas de 20 centavos, ésas de cobre, y las poníamos en la vía cuando escuchábamos que venía el tren pitando, avisando a todos que se quitaran de en medio. Las ruedas del tren aplastaban la moneda y ésta salía volando. La buscábamos cuando los vagones terminaban de pasar (el último vagón, de color amarillo, hecho de madera, era mi favorito). La moneda acababa lisa, lisa, ovalada, caliente, imposible de tocar. Esos trenes que pasaban a todas horas, incluso en la noche, en la madrugada, me arrullaban. Escuchaba el silbato, el traqueteo, las maniobras, pero no me despertaba del todo, era una canción de cuna, una nana.

​Contaba mi madre que cuando tenía dos años y medio o tres me perdí en las calles de Mina. Me salí de una tienda con un carro rojo que no me querían comprar, e iba por ahí diciéndole a todos “mila mi calo”. Recuerdo que ahí en el centro comprábamos cerveza de raíz y horchata de coco, mi favorita. Recuerdo también que en el cine Mina vi Romeo y Julieta, de Zeffirelli, y me enamoré de Julieta, pero jamás se lo dije a nadie.

El pasado viernes, 19 de abril, hubo una matanza en la que 13 personas perdieron la vida. Ahora que Mina está de luto le envío mi pésame a las familias que perdieron a sus seres queridos. Lo hago también recordando las cosas bonitas de la tierra en que nací, pensando que, como cualquier lugar de nuestro México, merece ser un lugar feliz y seguro para todos. Aquí va la canción que me mandaron los hijos de Jorge F. Hernández, Santiago y Sebastián, que compusieron en honor a Mina, La flor y el abejorro
https://youtu.be/BPAFeEj7c6Y

 

Mina llora, yo me vuelvo loco

Lugar de son y horchata de coco

Mina llora, yo me voy de aquí

Mina y de nadie más.

 

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