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Estados Unidos: democracia en crisis

José Luis Valdés Ugalde

José Luis Valdés Ugalde

No podía faltar que la crisis de la democracia liberal arribara a Estados Unidos en un momento, en suma, delicado para su futuro democrático. Las vulnerabilidades del sistema político y electoral se han dejado sentir fuertemente en los últimos años, los que coinciden con los años nefandos del trumpismo, el cual ha precipitado velozmente el advenimiento de esta crisis. El trumpismo ha sido el virus que ha puesto en la superficie la crisis del conjunto del sistema de poderes estadunidense. Aun cuando la madurez democrática de los contrapesos del sistema ha podido generar un muro de contención contra los embates de un ejecutivo insolente, estos han sido desajustados en forma y fondo por la narrativa autoritaria y violenta de Donald Trump. No se cuestiona la vigencia de la fortaleza de la separación de poderes en EU, lo que se ve es la exposición que los mismos han sufrido en esta coyuntura. Hay que decir que este es un debilitamiento que tiene presentándose desde hace varias décadas en Estados Unidos.

Uno de los espacios prácticos de la crisis democrática estadunidense es el sistema electoral. En esta coyuntura electoral, por la que atraviesa el sistema político de aquel país, pronto volveremos a ver la inconsistencia de un sistema electoral que fue originalmente diseñado por los padres fundadores para evitar el ascenso de tiranos y líderes autoritarios.

No obstante lo anterior, el Colegio Electoral, pudiendo sus 538 miembros constitucionalmente haber recurrido al recurso de permuta de voto, dejó pasar a un candidato, Trump, quien además de estar trastornado (27 siquiatras estadunidenses alertaron en 2016 sobre la inestabilidad mental y potencial “anormalidad maligna” de Trump, la misma que padeció Hitler. Véase el interesante libro The Dangerous Case of Donald Trump) y de representar una regresiva anomalía democrática, perdió por tres millones de votos la elección popular en 2016 contra la demócrata Hillary Clinton. Dada la actual polarización política, este escenario se podría repetir.

Con Trump, una nueva forma de populismo se apoderó del poder ejecutivo y descompuso los arreglos democráticos que, mal que bien, mantenían un balance racional del juego político estadunidense y representaban, para muchos en occidente, un modelo a seguir. El liderazgo de Trump se ha caracterizado por una soez narrativa, con fuertes dosis de misoginia y racismo, mismas que lo han llevado a excesos retóricos y políticos. También ha ejercido acometidas autoritarias contra el sólido poder judicial federal de EU y ha sido acusado de medidas obstruccionistas contra el congreso, lo cual ocasionó que enfrentara un juicio político, del cual salió airoso gracias al apoyo inmoral que los patriotas en silla de ruedas del Partido Republicano le ofrecieron. Todo en aras de conservar el poder ejecutivo bajo su control, sin importar las graves violaciones constitucionales cometidas por Donald Trump en el curso de los últimos tres años de mandato. Este giro antidemocrático que representa el trumpismo ha permeado todo el tejido sociopolítico de EU, al tiempo que se ha intentado tomar por asalto, infructuosamente, los medios de comunicación escritos y electrónicos y ha dividido a la sociedad estadunidense como no se había visto desde los tiempos de la presidencia de Richard Nixon. Con sus peleas de lodo, Trump ha logrado degradar la política en Estados Unidos de manera inédita.

Lo anterior ya ha impactado, y seguirá haciéndolo, a la política en EU. En las actuales elecciones primarias del Partido Demócrata, que han posicionado en forma muy sorpresiva al candidato independiente y socialista, Bernie Sanders como actual puntero, prevalece un unánime discurso anti Trump, que puede ser buena y mala noticia. Buena porque puede convencer, por fin, a los cada vez más hartos ciudadanos, que están cansados de los excesos de Trump. Malo, porque al lado del impeachement, Trump puede ser percibido como víctima de una “conspiración liberal” y de un discurso de odio en contra de un presidente que ha logrado capitalizar, relativamente, las buenas condiciones en que Obama dejó la economía, la cual crece a un 3% y se acerca al pleno empleo. Después del juicio político, Trump mantuvo su mediocre pero firme 43% de aceptación entre el público. Aunque siempre ha sido bajo este porcentaje, se trata del apoyo de su base electoral que lo llevó al poder. Por lo pronto, el ascenso de Sanders plantea una disyuntiva: ¿podrá un outsider socialdemócrata y populista convencer de que un giro histórico a la izquierda en EU será la salida a una crisis sistémica y de liderazgo de otro outsider populista antidemócrata?

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