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Protectorado de México

José Elías Romero Apis

José Elías Romero Apis

Nuestros calificadores extranjeros de seguridad y delincuencia consideran que requerimos la sabiduría, la experiencia, la alteza y el dinero de ellos. Que nosotros no sabemos, no tenemos y no podemos. Que ellos tienen que surtirnos nuestra solución, aunque ellos no hayan encontrado la suya.

De manera reciente, Donald Trump nos censuró y amenazó por lo de la migración. Después, nos alabó, pero nos amenazó. Ahora, nos regaña y nos amenaza por lo del narcotráfico. El apapacho nos cayó como golosina o como placebo. A muchos de nuestros gobernantes los hizo sentir que ya eran mejores de lo que eran antes de escucharlo. Después, la regañiza ya no nos gustó tanto. Pero hay días de tronar cohetes y hay días de recoger varas.

Mucho hemos contribuido para que así nos traten y, por eso, recordé un pasaje de mi vida.

Hace algunos años, un conferencista-estrella latinoamericano canceló, de última hora, su participación en un importante coloquio político europeo, programado con mucha anticipación. Ante ello, los organizadores me cursaron una apresurada invitación para cubrir la vacante. No pregunté el nombre del cancelador, pero supuse que se trataba de Rodrigo Borja o de César Gaviria.

No me gusta ser un suplente, pero más me disgusta ser un mal amigo. Borja y Gaviria son notables politólogos y han sido presidentes de sus países. Yo no soy politólogo ilustre y, para mi mal, no fui presidente de mi país. Pero de algo serviría mi presencia porque a muchos europeos, aunque no a todos, siempre les produce una seducción exótica escuchar a un disertante latinoamericano.

Eso compensaba, con algún atractivo, una de las ausencias estelares. “Vengan a escuchar a un latinoamericano hablando de gobernabilidad”. “No se pierdan a un mexicano que va a hablar de democracia”. “Y que ha escrito libros, aunque no lo crean”.

Es muy triste reconocerlo pero, en muchas regiones del planeta, cuando piensan en la América Latina piensan en nuestro café, en nuestro tabaco, en nuestro ron, en nuestro sol o en nuestras playas. Pero casi nunca piensan en nuestro presidencialismo, en nuestro federalismo o en nuestro liberalismo.

A ello también han contribuido muchos de nuestros paisanos que viven hipnotizados con la idea de que, por ejemplo, la palabra “gobernabilidad” se escucha mejor y tiene mayor sentido en inglés, en alemán, en francés o, por lo menos, en italiano que como se oye o se entiende en español. Que los países se gobiernan mejor o peor, dependiendo del idioma de sus discursos.

Esa manera de vernos no es tan solo el pensamiento del público ignorante. También, parte del auditorio científico se olvida de los liberales mexicanos del siglo XIX, de los constituyentes mexicanos del siglo XX, de los ideólogos mexicanos de vanguardia y de los constructores de las instituciones mexicanas que, muchas veces, han alumbrado a los países que más presumen de politizados.

Por el hecho de que no tenemos tanto dinero ni tantas armas ni tantas fábricas se olvidan de que muchas de las ideas, muchas de las hazañas y muchas de las virtudes de la humanidad las han tenido que conocer en español.

Así, también, hemos hecho que parezca que de nuestra seguridad habrán de encargarse los extranjeros. Donald Trump y sus seguidores creen que México está destruido en lo material, en lo económico, en lo financiero, en lo humano, en lo anímico, en lo moral y hasta en lo político. Que su gobierno ya no existe. Que, en lo poco que existe, es más simbólico que efectivo. Que del orden, del salvamento y de la reconstrucción tendrán que encargarse los extranjeros. Eso en la política real, la única que existe, se llama “protectorado”, así se instale formalmente o sin protocolo.

Me niego a aceptar que existirá el Protectorado de México porque estemos viviendo en un país que ha desaparecido. No hagamos que así lo parezca. Por la corrupción de ellos y la de nosotros, los migrantes, las drogas y las armas no se pasan solos, sino que los pasan. Así que fuera bueno que no les surtamos nuestros reproches ni que les aceptemos los de ellos.

 

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