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¿López Obrador pensó que Trump podría perder?

José Buendía Hegewisch

José Buendía Hegewisch

Número cero

La postura de tomar distancia de López Obrador con el futuro presidente de EU, Joe Biden, deja una impresión de desconcierto, como cuando la manecilla del reloj sale de su posición en la maquinaria. Los razonamientos “principistas” para justificarla parecen desajustados en modo y medida con los nuevos tiempos para México y su gobierno, aunque la transición tenga que esperar por la pugna electoral. Sin embargo, su reticencia a reconocerlo mueve a cuestionarse si estaba preparado para cooperar el resto del sexenio con una visión y proyecto distinto en la Casa Blanca respecto al de Trump, con el que había logrado contemporizar.

Por lo pronto, no es un buen comienzo, aunque sí una posible señal para anticipar las reglas del nuevo juego. ¿López Obrador alguna vez habrá considerado la posibilidad de una derrota de Trump y las transformaciones estructurales para la relación bilateral? La explicación de su reticencia a interactuar con los demócratas y ahora a la comunicación con el virtual ganador difícilmente se agotan en la defensa antiinjerencista, aunque volver a poner esta vieja prevención en el centro parece una clave de su lectura sobre el futuro gobierno estadunidense. Tampoco es plausible creer que su cautela se deba al temor a represalias, cuando algunos de los principales líderes mundiales, comenzando por el primer ministro canadiense, Justin Trudeau, han entrado en contacto con Biden sin despertar la ira de Trump, aun cuando insista en cantar un fraude.

¿Cuáles razones? López Obrador aduce apego al principio constitucional de no intervención para esperar el cómputo final, pese a que la ventaja de Biden luce irreversible. Ante ello, la excesiva cautela pareciera imponerse a costa de su agudo olfato político para oler los tiempos de cambio y adaptarse a nuevas realidades con el pragmatismo de otras veces. Desde que llegó a Palacio Nacional, su definición más contundente en política exterior, contra pronóstico, fue buscar entenderse con Trump por razones geoestratégicas —como él mismo aceptó—, a pesar de humillaciones y presiones injerencistas, como hacer de México tercer país seguro para la migración, en la actividad de agentes de seguridad y anticorrupción en el país, con la acción unilateral de la detención del exsecretario de Defensa. Ni siquiera cuando Trump designó a los cárteles como “terroristas” varió la partitura “cooperación, sí; intervencionismo, no”, porque el dilema nunca se tradujo en interferencia con la agenda de la 4T.

La política exterior aislacionista de Trump facilitó acomodarse al gusto ajeno por el recíproco respeto a sus proyectos. Pero con los demócratas el temor injerencista es mayor que el que pudo expresar con la amenaza de cancelación del TLC o el muro en la frontera. Por el contrario, le agradece no haber sido intervencionista como confirmación de que nunca lo vio como amenaza de intromisión para el proyecto de la 4T, a pesar de las presiones comerciales o migratorias para el país.

Con los demócratas sus reacciones se colorean de un nacionalismo más intenso, hasta decir que “no somos peleles de ningún gobierno extranjero”. La idea de viejas cuentas porque en 2006 no apoyaron sus denuncias del fraude electoral tiene poco peso en la balanza respecto al papel de contrapeso que puede jugar el próximo gobierno de EU para el futuro de la 4T. Esta nueva realidad podría ser la principal diferencia para explicar su posición reactiva y remarcar la mayor distancia con los demócratas.

Y no porque la visión de EU como una potencia intervencionista hubiera dejado de existir con el republicano, sino porque la agenda de los demócratas apunta a una mayor incidencia en políticas estratégicas para la consolidación de su programa de gobierno. Biden se ha pronunciado por garantizar el cumplimiento del T-MEC con los mecanismos de supervisión y sanción que los propios demócratas diseñaron para golpear el corporativismo sindical o alinear la política industrial a sus intereses regionales. Privilegiar la agenda medioambiental frente a la gran apuesta por el petróleo y las compañías estatales de energía de la 4T y los capítulos anticorrupción del nuevo tratado.

Así pues, la postura de distancia con el virtual ganador es la que López Obrador quiere que el demócrata mantenga respecto de su proyecto de gobierno. El mensaje antiinjerencista es la prevención ante el temor de que el intervencionismo pueda correr en sentido contrario.

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